9 de marzo, por las tierras de España.

Emprendo un viaje de trabajo que no sé qué me deparará, pero aún pienso en la movilización feminista de ayer y  me pregunto qué he hecho yo, un hombre que se tiene por progresista,  por la igualdad de las mujeres.

Es curioso, pero me he indignado más por la muerte  de negros a manos de la policía estadounidense que por las mujeres asesinadas en mi país; incluso  he leído más sobre  el movimiento  de los  Black Panther o la lucha de Martin Luther King de tiempos ya remotos, que por el feminismo de aquellos años o de los actuales.

Y hoy, por estos áridos campos de España que atravieso en tren, veo clara la respuesta: entender el feminismo me habría obligado a cambiar mi propia  mi vida; habría tenido que renunciar a privilegios no escritos de los que he disfrutado desde que nací. En ese sentido, no puedo sino sentirme avergonzado; mi ceguera no era inocente, simplemente, era egoísta.

El detective.



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