Simone Weil. La soledad del hereje (y 4)

Desde el 1934, Simone intensifica sus escritos en los Cuadernos. Como activista vinculada a los sindicatos de trabajadores, escribe Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión obrera, donde desarrolla sus críticas a las propiedades del marxismo, a la vez que expone sus propias ideas acerca de las causas de la opresión y también, su propia formulación teórica de una hipotética sociedad libre. Muchas de estas críticas adelantaron lo que hoy entendemos como postmarxismo.

La mayor parte de sus escritos fueron publicados póstumamente por Albert Camus, que fue uno de los admiradores de su obra y que ensalzó su “locura por la verdad”. También T.S. Eliot dirá que su obra pertenecía a ese género de «prolegómenos de la política, libros que los políticos rara vez leen, y que tampoco podrían comprender y aplicar», y que debían ser leídos por los jóvenes antes de que las propagandas políticas anularan su capacidad de pensamiento.

La decadencia intelectual de la época se manifiesta en un vocabulario abstracto que no se corresponde con nada real y que vacía de significado las palabras en mayúscula que se presentan en todos los terrenos del pensamiento hasta generar sangre y ruina”. Nada resulta más urgente que la lucidez necesaria para aclarar ideas y desacreditar las palabras vacías en boga y definir el uso de análisis precisos.

La derrota intelectual

Su pensamiento quiere encarnarse en la acción, en sus reflexiones sobre los retos del trabajo, la ciencia, la organización social, el poder, la guerra y la paz. Consideraba que la práctica era la única realidad posible. “Solo lo que hagamos y pensemos en relación a lo que está fuera de nosotros da la medida de nosotros mismos”.

Su convicción sobre la experiencia real hace que, después de sus primeras experiencias místicas en Italia y en la Abadía de Solesmes, de escribir libros y cuadernos, decida, en 1940, trabajar de jornalera en el campo en una viña cerca de Marsella, a donde había viajado con sus padres tras huir del París ocupado.

Además de trabajar en el campo, desarrolla una gran actividad intelectual. Se acerca con fe al pensamiento pacifista. Comienza a estudiar sánscrito con el propósito de leer el Bhagavad Guita, texto sagrado hinduista, y toma contacto con Giuseppe Lanza del Vasto, el discípulo de Gandhi que también se propone luchar en Occidente contra la guerra y la miseria.

En Marsella escribe en Cahiers du Sud, revista literaria que acogió a intelectuales y escritores de la resistencia cultural frente al fascismo. Allí abre un debate con ellos sobre su responsabilidad en la relajación moral que les condujo al triunfo del nazismo. “La responsabilidad de los escritores no solo se limita a la derrota de Francia, sino que concierne al mundo entero, al menos al mundo bajo influencia de Occidente”.

Weil fue una solitaria que nunca acabó perteneciendo a un grupo, colectivo o doctrina. Sus escritos derriban las ortodoxias ideológicas tan arraigadas en su tiempo. Fue una hereje siempre desaprobada por los poderes. Su vida precipitada tan singular, está llena de gestos de entrega, de voluntad de ser y estar presente en el centro del conflicto, pero también de frustración, de incapacidad y de sentimiento autodestructivo.

Con Hitler pisándoles los talones, emigra con sus padres a USA y después a Londres. Allí vivirá los últimos años de su vida. Años atormentados por no poder participar directamente en la lucha contra el nazismo en Francia. Aunque no dejó de colaborar con los combatientes del Comisariado de la Francia Libre, durante esos dos últimos años, exigía ser comandada de enfermera al frente francés, sin conseguirlo. Entonces se muestra ansiosa por identificarse con las víctimas y decide alimentarse solo con las mismas raciones de los prisioneros de los campos de concentración nazis. Ya no come y solo escribe día y noche. A finales del 43 se rebela contra los representantes de la resistencia exterior francesa y presenta su dimisión. Sus iniciativas sobre la lucha y la reorganización de Francia, le parecían auténticas locuras a De Gaulle, pero ella no quería que se la vinculase con los futuros cuadros dirigentes de la Francia vencedora. Poco después muere en Londres de tuberculosis e inanición, de no comer, con 34 años.

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