La maternidad no forma parte de la identidad femenina. Como para cualquier persona libre, es solo una circunstancia importante de su biografía. Fin del enigma

Sin saber cómo, nos hemos metido en un lío fenomenal con esto de la feminización.

Según Joaquín Careti todo se debe a una falta de contexto a la hora de opinar sobre un discurso de Pablo Iglesias en el que defendió la feminización de la política haciendo notar que “no se trata exclusivamente de la presencia de las mujeres en puestos directivos….”

Ese “exclusivamente”, nos ayuda a entender que feminizar la política tiene para él y  sus seguidores dos vertientes, una es la de la paridad y otra la de los valores.

Lo que pasa es que juntar esas dos vertientes me parece una pésima idea.

Tampoco hay que olvidar que los votantes de Podemos  tomaron nota de sus promesas de paridad y no de lo que cabe esperar de las mujeres (¿o  de las madres?) en la construcción política.

Y lo digo no porque piense que lanzar a la sociedad debates sobre cómo construir lo político, lo social, lo público y lo privado, denunciar el autoritarismo y la jerarquización o, en general, cómo entender nuestro mundo no sea una buena idea.

Lo que no me parece tan buena idea es abundar en la dicotomía femenino/ masculino, una dicotomía  tradicionalmente reaccionaria que cada vez me parece más obsoleta e innecesaria, además de peligrosa.

Y sin contar con que, además, puede resultar irritante para algunas  mujeres, en concreto lo es para mí, ver cómo se teoriza  sobre lo que se es. Sobre su esencia (¿o es su identidad?).

Francamente, a mí me hace sentir como si fuera un hámster en un laboratorio. Y hace tiempo que prefiero ser yo quien observa en lugar de ser  lo observado. Aún siendo mujer, prefiero ser lo uno y no lo otro. La protagonista, el fiel de la balanza, la referencia, la coordenada 0,0  y no la costilla de Adán.

Aún recuerdo cuando en el proceso de construcción de la conciencia de mí misma todo iba bien hasta que alguien me recordó que era una niña y no un niño.

Hasta ese momento no había tenido ningún problema en identificarme con los valores que me gustaban de los personajes masculinos del imaginario social como tampoco de los femeninos.

Hasta ese momento nada me había hecho creer  que yo, como la persona que era,  no pudiera sentirme la  referencia absoluta de lo humano.

Tampoco se  me había ocurrido pensar que quien detentaba el poder se erigiría en esa referencia absoluta destinando a las mujeres una identidad secundaria,  inaprensible y misteriosa  unas veces, estúpida y débil, otras.

Y sí, claro,  cuando se me recordó mi género fue para hacerme saber que, por ser mujer, se esperaban de mí determinadas cosas… todas (tanto las aparentemente buenas como la maternidad y la bondad, como las descaradamente malas) tendentes a limitarme, o simplemente a anularme.

Corrían los años 60 del siglo pasado y me opuse con todas mis fuerzas a tan descarado robo de identidad. Solo faltaba que ahora vaya a repetirse la historia.

Y es que leo y leo sobre lo supuestamente femenino y reconozco  ideologías, corrientes, teorías, opiniones y, sin embargo,  no consigo reconocerme a mí misma. Yo no estoy ahí.

Y sí, ya sé que toda opinión bienintencionada sobre lo femenino va precedida de un “no todas las mujeres se reconocen en esto o aquello…”.

Sin embargo, esa salvaguarda no me sirve porque al hablar de lo femenino y pontificar sobre si lo femenino es el no-sé, frente al sé masculino; la duda frente a la certeza; el no-todo frente a lo total; al hablar   del misterio inaprensible del goce… lo que reconozco son los estereotipos de siempre.

Reconozco esos estereotipos que, por poner un solo ejemplo, nos encontramos en los personajes femeninos de la mayoría de las películas hollywoodienses que tanto detesto. Me refiero a esos personajes dubitativos, atrapados en lo doméstico, incapaces de salvarse a sí mismos o salvar al mundo, pendientes del personaje protagonista, siempre masculino y  cuya ferocidad o gallardía solo despierta si se ataca a su prole.

Por cierto, que en el goce femenino no hay más misterio que el que proviene del desconocimiento. Si alguien quiere saber más no tiene más que preguntar al  sujeto del supuesto enigma. O  dicho de otro modo, cambiar el punto de vista y volver a pensarlo. Olvidarse del objeto y pensar en el sujeto.

Y respecto a la maternidad, es tan sencillo como reconocer que no forma parte de  la  identidad femenina y  que tampoco se opone a ella. Como para cualquier persona libre, es una circunstancia importante de su biografía, que se puede elegir o eludir.

Fin del enigma.

Otra cosa es que el poder se empeñe en convencer a hombres y mujeres de que la maternidad es esencial para ellas. No hay mejor modo de mantenerlas subordinadas y sumidas en el ensimismamiento. ¡Por Dios que acabe ya esta presión sobre las mujeres en torno a la maternidad!

Lamentablemente, este debate identitario o de la ética del cuidado no ayuda.

Por otro lado, se dice que todos esos valores supuestamente femeninos pueden tener un carácter subversivo. Pues yo  digo que solo lo tendrán si quienes los adoptan son los autodenominados machos alfa, no las propias mujeres. O sea que el problema no sería feminizar la política, sino de feminizar a los machos alfa.

Desconfío de la santificación (¿mistificación?) de valores femeninos que no lo son, o al menos no lo son en exclusiva. ¿Acaso no fue Sócrates  quien dijo solo sé que no sé nada, o Bakunin quien arremetió contra la jerarquización y el poder, o el marxismo el que preconizó el valor de lo colectivo o la planificación frente a la competencia?

Desconfío de quien nos dice lo buenas que somos en nuestra singularidad, algo que desde hace siglos viene haciendo la Iglesia Católica con argumentos, por cierto,  parecidos a los de la ética de el cuidado  y  ya conocemos sus efectos perversos.

Así, si las mujeres están convencidas de que son estupendas por  estar más en lo colectivo que en lo propio, por no dejarse seducir por ideales finalistas o por no ser competitivas, quedará libre el camino hacia el poder para los que  sí lo son.

Está claro que eso no beneficia en nada  a la consecución de la  paridad… a menos que los que llegan al poder estén dispuestos a regalárnosla. Pero que yo sepa, a  nadie le ha salido  gratis la consecución de sus derechos, así que este tampoco nos lo van a regalar.

Para conquistarlo será necesario alcanzar el poder necesario y eso se hace con certezas,  determinación, fuerza y sí, también con la dosis necesaria de competitividad.

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