Y es que nuestro barrio, San Blas, al este de Madrid, se levantó sobre un barrizal al igual que mucho otros, que, en esa misma época, albergaban miles de chabolas de migrantes. Migrantes como perros pulgosos, despeluchados y flacos sobre los que se había cebado el hambre, el paro, la represión, la ignorancia, la enfermedad, el frío y la guerra. Expulsados de sus pueblos de origen y en busca de trabajo se apiñaron a los márgenes de la ciudad hasta que la dictadura no pudo ignorar más el problema.
Se levantó la perrera de piedra y hormigón sobre la de chapa y madera. Pero esas gentes siguieron viviendo apiñados entre el hambre, el paro, el frío, la represión y el barro. Infinitas calles de barro.
Llegó el cemento y el sistema de saneamiento y luz. Reclamaciones y victorias de las asociaciones vecinales que en muchos casos se extendieron hasta los 90´. La infravivienda, el trabajo infantil, la violencia y el alcoholismo. Los trabajos sin cotizar, la inseguridad, el frío y la ignorancia.
Cuando la perrera empezaba a tener mejores condiciones, es importante decir que el sueño económico llegó aquí de rebote y escuálido, apareció la droga. La muerte a caballo. Nos robó a nuestros hermanos, destrozó familias y lleno de fantasmas todas las esquinas. El perro fue apaleado, atado en corto, matado de hambre y ahora también envenenado.
El crecimiento de la ambición especulativa generó una atrofia de esta ciudad y de golpe nuestra periferia abandonada no estaba tan mal situada. Así que intentaron echar a los perros a patadas de sus casas. Algunos resistieron, hicieron manada, se defendieron, gruñeron y mordieron para defender su barrio. Otros bastante tenían con no morir.
Esas ansias de dinero entraron por los ojos de los menos formados. Si no hay futuro para que vamos a perder el tiempo en el instituto. Mejor ir a la obra, comprarse un coche, trabajar en negro, y entonces la burbuja estalló. Y con ella la perrera. Y los perros al paro y expulsados de sus casas. Y volvió el hambre, el frío, la represión y el veneno. No nos dan un respiro, no nos dejan sacar la cabeza del barro. Y si te asomas verás que han puesto otra casa de apuestas y que han privatizado otro servicio público.
Ahora los perros, en fila de a uno en la cola del paro, tienen que inscribirse a ETTs por orden del gobierno y el ministerio de empleo. Escuálidos, feos, sin raza, rabiosos sin entender el porqué.
A perro flaco todo son pulgas.
Llega otra enfermedad. Para el perro da igual coronavirus que moquillo. Da igual nueva o vieja. ¿Y qué pasa en la perrera? El policía está desatado, su odio ahora camuflado bajo órdenes directas por la seguridad pública saca su mano a pasear. Los trabajadores precarios, ilegales, fantasmas, no tienen derechos a los que acogerse. ¿Y los yonkis, los enfermos mentales, los adictos, los discapacitados? Esto es otra plaga divina, como el SIDA en los 80´y va a limpiar la suciedad. ¿Y nuestros viejos? Solos en sus casas heladas. Aterrorizados. Desconectados. Nuestros viejos que salieron del barro ahogándose en el lodo.
Aquí llueve sobre mojado. Porque nunca ha llovido para todos igual.