Actualidad de Pier Paolo Pasolini ( 1 )

 

LAS CARTAS DEL CORSARIO, por Mario García de Castro

Desde el Renacimiento, y sin ir tan lejos desde el siglo pasado, ha existido una óptica social que veía en Italia el laboratorio de Europa. Todo lo que pasaba en ese país acababa pasando en el resto. Italia ha sido el país mejor exportador del mundo. La fábrica de todo tipo de populismos y el primer país en superar anacronismos políticos. Pero culturalmente ha acogido también las tendencias más lucidamente antimodernas y antiprogresistas, dando cabida a una sociedad neurótica que ha sabido desenvolverse entre la conjunción de lo viejo y lo nuevo.

Viene esto al caso del resurgir en la última década del pensamiento del poeta, escritor y director cinematográfico, Pier Paolo Pasolini, con motivo de varias publicaciones recientes y reediciones de sus textos, desde que en 2005 se conmemorara el 30 aniversario de su muerte. Precisamente, Pasolini consideraba a Italia como un país de laboratorio, en el que se estudiaban los choques de civilizaciones, y a él le tocó vivir en uno de ellos hace ya más de 40 años.

Pasolini fue un precursor que anticipó nuestro presente, no solo el de los italianos. Mientras que en España vivíamos esperanzados por el cambio social que suponía la transición a las libertades, alguien en Italia ya avanzaba lo que después nos iba a suceder. En sus escritos, Pasolini auguraba el proceso de Mani Pulite, el lanzamiento de monetine sobre Bettino Craxi en las puertas del Hotel Raphael de Roma, y el triunfo político del magnate Berlusconi. Denunció la violencia del cambio de ciclo y las hipotecas históricas de una revolución de las masas que no era la suya y que después nos alcanzarían a todos. De la última revolución material y permanente, que fue la del capital.

Nunca, desde su época, el pensamiento político ha parecido tan superficial y desorientado como ahora. Como señala Mark Lilla en Pensadores Temerarios, todos percibimos cambios radicales en la sociedad occidental, pero carecemos de los conceptos o del vocabulario adecuado para describir estos cambios. Pasolini, tuvo la capacidad de anticiparse al futuro y de leer con instinto los signos de la actualidad. Un romántico que nació en una época preclásica y murió cuando daba inicio un nuevo posclasicismo. Vivió una época, la del Siglo XX, que pecó de exceso de historia y murió cuando comenzaba a vaciarse de ella. Su país estaba experimentando la muerte de la política, la mutación cultural más profunda, una mutación que Pasolini consideraba degradante y negativa. Todavía hoy estamos viviendo sus consecuencias. De ahí su permanente vigencia.

Tampoco vamos a ser los primeros en considerar a Pasolini como uno de los mayores cronistas italianos del siglo. Fue un creador compulsivo. Su obra ensayística tiene hambre y sed de actualidad, como dijo Alfonso Berardinelli. La actualidad de su figura herética y su obra provocadora radica precisamente en su visión de la sociedad que le rodea, a la que ataca y de la que se defiende, como víctima y verdugo de un país cortesano y clerical, enfermo de hipocresía y prudencia vaticana. Escribió sin parar, fruto de un impulso urgente de hundirse en la realidad. De su “desesperada vitalidad”.

Las ideas primitivas y esquemáticas que Pasolini expuso en sus últimos escritos periodísticos, entre 1973 y 1975, compendiados en Escritos corsarios y Cartas Luteranas, serían más tarde formuladas filosóficamente por muchos sociólogos y filósofos europeos. Anticipó las críticas a la modernización capitalista de su país y sus consecuencias sociales: que posteriormente se multiplicarían.  La alienación urbana y laboral, la crítica del neocapitalismo tecnocrático, los medios, la televisión y la sociedad de masas, la homologación de las ciudades, del pensamiento alienante del consumismo. Todas ellas expresiones de un nuevo fascismo que él representó en la arquitectura de la ciudad fascista de Sabaudia, fundada por Mussolini a 90 kilómetros de Roma.

Con su visión de “izquierda reaccionaria”, como lo ha calificado Cesar Rendueles, fue un comunista católico, apegado a su cultura campesina, que después de escribir todos los poemas civiles y dirigir todo el cine antisistema, desarrolló su crítica a los efectos de aculturación e incivilidad que sobre su país iba a provocar el neocapitalismo burgués y consumista, implantado por la Democracia Cristiana con la ayuda de los americanos. Consecuencias sobre las que alertó, que posteriormente se cumplieron al detalle y que ahora ya podemos observar como dramáticamente reales e irreversibles.

Posmodernismo y fin de la izquierda

Nadie arrojó tanta luz sobre el futuro de Italia como Pasolini antes de ser oscuramente asesinado en 1975. Anticipó ese fenómeno al que nadie ha conseguido responder aún: el descredito y el desamor de los votantes de izquierda por sus propias ideas, y el triunfo posterior de Berlusconi sobre la clase media italiana.

El abandono de los intelectuales europeos de las posiciones de izquierda comenzó hace ya muchas décadas. A finales del siglo pasado, la izquierda europea dejó de entenderse cada vez menos a sí misma. Muchos intelectuales, aquellos que trabajan para ayudar a la sociedad a progresar hacia el futuro, comenzaron a posicionarse frente a la sociedad de masas, a recelar de las tecnologías y a manifestarse como convencidos antimodernos. Este fue el caso de Pier Paolo Pasolini, aunque por entonces casi todos eran marxistas, anticapitalistas y antiburgueses.

También anticipó el pensamiento de una generación cultural que en las últimas décadas del siglo le costaba aceptar el mundo moderno. La resistencia de parte de la sociedad italiana que se correspondía con la habitual reacción de las vanguardias occidentales al capitalismo de aquellas décadas, que no dejaban de reclamar el derecho de amar el pasado, como señala Salvador Cobo en el prólogo a los textos rescatados de Vulgar Lengua (Ediciones El Salmon. 2017). “Yo soy una fuerza del pasado” dice Pasolini. Lo único que puede impugnar esa revolución del mundo moderno industrializador es el pasado.

Su amigo Moravia escribió sobre él que lloraba sobre las ruinas de Italia. “Era un moderno que utilizaba la tradición clásica”. “Se adhirió a una forma poco ortodoxa de comunismo, que era a la vez cristiana y utópica, y estos sentimientos hacia los pobres y desfavorecidos motivaron su propia poesía y su cine”. Coincide con su amigo Fellini, con su discípulo Bertolucci, y los autores del neorrealismo italiano, en ver la televisión como el medio que resume la derrota cultural y populariza las tesis de la Escuela de Fráncfort de los años 60, que en Italia aún se desconocían. En 1966, Pasolini publicó Contra la televisión, donde atacaba a este medio como uno de los instrumentos de dominación, a través de su función terriblemente homologadora. “Mundo aparentemente feliz, donde todo va bien”.

Pertenece a la generación de escritores italianos antimodernos. Italo Calvino, Dario Fo, Andrea Camileri, Primo Levi, Alberto Moravia, Elsa Morante, Umberto Eco, Roberto Calasso, que llega hasta Erri De Luca o Dacia Maraini. Que con su influencia solo consiguieron que una parte de Italia resistiera por algo más de tiempo al impacto aniquilador. Y que solo ahora, una nueva generación, con Paolo Sorrentino o Nicolò Ammaniti, ya está decidida a superar.

Fue una generación de escritores que no pudieron dejar de alertar contra el efecto de la cultura posmoderna que se avecinaba y que más tarde cristalizó en la era de Berlusconi. El fenómeno social que dominó y gobernó Italia durante las últimas dos décadas, la de los 90 y la del nuevo siglo. Il Cavaliere, el político, empresario presidente del club de futbol Milanes y magnate de medios, que fue condenado por fraude fiscal, y que aglutinó como nadie las expectativas burguesas de la clase media italiana.

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