A la hora de escribir este artículo aún resuenan los ecos de las “entradas” que mis dos compañeros de blog dejaron ayer en este especial dedicado al cine.
De él destaco su admiración por las historias verdaderas y ese deseo de reconocer en el cine al hombre de nuestra época y, por extensión, por reconocernos a nosotros mismos. De ella, su admiración por una época en la que muchas mujeres se lanzaron a romper moldes y se atrevieron a desear hacer cine, además de otras decenas de cosas apasionantes que nunca antes parecía que pudieran llegar a hacer. No lo consiguieron.
A medio camino entre ambas admiraciones voy a situar la cinta de 1995, Alto bajo frágil que transita entre la comedia, el drama y el musical y cuyo director, Jacques Rivette, es autor de otras de mis películas favoritas de la nouvelle vague, Celine y Julia van en barco (1974).
Creo que viene a cuento recordar esta película precisamente en estas fechas porque acaba de cumplirse un año del la muerte de su creador y un día o dos de los sonoros Oscars otorgados y no otorgados a la también cinta musical La la land.
Varios cruces de camino, por tanto. Porque siendo como es el cine una de las artes en que menos creadoras hay y ha habido, es poco probable que pueda expresar de igual modo al hombre que a la mujer de nuestra época y que además nos permita a nosotras reconocernos en él.
A menos que lo haga, como muchos suponen, en la medida en que todos y todas somos personas… que no es decir poco, ni tampoco mucho…que es decir, en todo caso, que el cine nos permite conocer y reconocer a los seres humanos… pero a unos más que a otras y ,casi siempre, a unas a través de la mirada de otros.
Por eso quiero destacar mi admiración por la mirada con que Jacques Rivette expresa su visión del mundo en Alto bajo frágil . Hacía mucho tiempo que no veía una película en la que los personajes femeninos (que en esta película son protagonistas) fueran considerados desde un prisma tan, tan ¿cómo diría yo?… tan normal.
Tardé en encontrar la palabra que definía la forma en que Rivette mira a sus protagonistas y descubrí con regocijo que la palabra era “normal”. Son mujeres, desde luego, pero muy diferentes de los arquetipos propios de los personajes femeninos (por otro lado, casi siempre secundarios) que suele ofrecernos el cine.
Lo que quiero decir es que ninguna de las tres protagonistas de la película sufre en ella por alguna “herida” derivada de su feminidad. Ninguna de ellas está torturada por algo relativo a su maternidad y ninguna es víctima más que de sí misma o de sus propias circunstancias. Que son independientes, valoran la amistad entre ellas como algo con sentido propio y los hombres y el amor no son sus principales sus problemas.
Y no es que no se enamoren, que incluso lo hacen… sino que el amor se convierte en un medio para conocerse a sí mismas, no al revés. Y ¡oh milagro! a pesar de todo las tres protagonistas de Rivette son personajes interesantes que tratan de resolver con baile, humor y drama sus heridas personales.
Reto a quien lea esto a que encuentre 10 títulos en los que los personajes femeninos no sean las víctimas de la historia, ni su drama esté relacionado con su maternidad o su familia, ni su aparición en la película obedezca a su condición de madre, esposa-novia o amante. Y si después de darle vueltas encuentras algún personaje así, seguro que es porque has ido a dar con la mala de la película.
Por cierto, en Alto bajo frágil las mujeres no llevan tacones, ni silicona en parte alguna de su cuerpo y, sin embargo, son profundamente cautivadoras…y francesas ¡Oh la, la!
Y volviendo a La la land, la pregunta es si la película de Damien Chacelle formaría parte de una de esas 10 cintas cuyas protagonistas son mujeres que, sin dejar de ser femeninas (también valdría si no fueran “tan femeninas”), tienen una vida independiente de su feminidad.
En descargo del director norteamericano, mucho más joven que el francés en el momento de firmar su película, diremos que al menos no condena a Mia Dolan (Emma Stone) a ser esposa y madre. ¡Gracias!