
La frontera, ese territorio mítico de desierto y alambradas, de ríos fértiles y mares asesinos… ese puede acabar siendo el último de los reductos propicios de este tiempo.
Agotado el ciclo de la opinión, nos replegamos a lugares donde puedan fructificar nuevas ideas. Formas variables de mirar y de entender. Que cuando nos hundamos, sea en el limo que produce la cosecha, el espacio fértil de lo inesperado. Volver a la inocencia, aferrarnos a la ironía o, simplemente, escondernos por un tiempo… eso no importa.
Lo que importa es renegar del blanco o negro, del conmigo o contra mí de las ideas. Por eso recurrimos a la frontera, el lugar del nunca más a las dualidades en que se basa la mentira perpetua de nuestra cultura.
Sobrevivir en la delgada línea que separa a los contrarios. Reinventarse en ese territorio de nadie donde ya no hay líderes que te marquen el camino. Un territorio que permita bajar al río cada noche a contemplar las estrellas, a dar la bienvenida a las recién llegadas, personas solitarias, contaminadas, desencantadas… seres como nosotros en busca de una nueva oportunidad; seres que, como nosotros, creen que juntos somos más.
Pero que nadie se lleve a engaño, resistir no significa que hayamos renunciado a plantar cara en los territorios donde habita el poder. Todo lo contrario; significa que hemos encontrado el mejor lugar para pensar, para rearmarnos, para curarnos… y también para querernos y para soñar.
Un pensamiento en “Anomalías: sobrevivir en la frontera”