El Laoconte. Museos Vaticanos.
Estos días pasados he tenido ocasión de asistir, como mucha gente, a diferentes manifestaciones religiosas algunas de ellas dotadas de gran belleza. La Semana Santa de Valladolid ofrece sobrios ejemplos de ellas, con sus silencios, su austeridad y sus magníficas tallas de artistas como Gregorio Fernández, Juan de Juni o del admirable Alonso Berruguete.
Pero no voy a referirme más que aún aspecto de ese fenómeno y es ese del que emerge una belleza conmovedora que existe y sobrevive por encima de la Iglesia Católica que parece querer ahogarlo contaminándolo con un creciente tufillo a nacional-catolicismo cada vez más insoportable.
Porque quiero comentar brevemente una idea a la que estuve dando vueltas durante mi reciente visita al Museo Nacional de Escultura de la capital vallisoletana, idea tal vez engendrada en un reciente paseo por la Roma renacentista donde el maestro Berruguete asistió a los ecos entusiastas del descubrimiento del Laoconte, figura clásica pero emocionante que tanto influyó en su obra dolorida y que llega hasta nuestros días atravesando los siglos con su mensaje estético y filosófico intacto.
Así que allá voy con esa idea que consiguió abrirse camino tras rasgar las telarañas formales del establishment, una idea robada a ese empeño perpetuo del poder por escamotear una forma de filosofía que se expresa a través de la religiosidad o quién sabe si a su pesar. De hecho, no constituye ninguna novedad que los artistas del Renacimiento, como los de otras tantas épocas, a menudo tuvieron que encontrar el modo de transmitir sus ideales modernos a través de obras de encargo eclesial a cuyos patronos debían satisfacer y que, a pesar de ello, lo consiguieron. Pero no me refiero solo al arte algo, por lo demás, bastante obvio.
Me refiero a esa inspiración, derivada a veces de la emoción, que incluso cualquier ateo recalcitrante (como yo misma) es capaz de encontrar en algunas expresiones religiosas cuando se convierten en oportunidad de adentrarse en caminos ignorados por otras formas de pensamiento.
Es también la emoción del Laoconte, escultura helenística atravesada por los sentimientos que nos son propias como humanos, de la mano del clasicismo que busca en la belleza perfecta el triunfo de la razón. A la postre, dos caras de la misma aspiración, dos caras del arte, dos maneras de entender el mundo, dos fuentes hermanas de las que la tradición occidental nos ha hecho beber.
Por eso pensé que me gustaría ser capaz de dialogar con esa religión portadora de un mensaje con matices imposibles de encontrar en otros espacios. Tuve, tengo, la sensación de que hay cosas que solo la religión, las religiones, pueden decirnos y creo que sería una necedad no prestarles atención cegados por el rechazo a sus iglesias.
O sea, que si existiera un librito titulado “Algunas ideas poderosas y originales que solo encontrarás en la religión”, lo compraría sin dudarlo.
Hasta que alguien lo escriba, quiero contar que ese diálogo intuido estos días, lamentablemente se quedó reducido a un par de frases (¿intercambiadas con un dios-idea concebido, quizá de forma arbitraria, como punto de apoyo necesario para para entender el alma humana?) sobre la posibilidad de redención, el valor de la renuncia o la admiración melancólica de la belleza, entendida en un sentido no formal*.
María Magdalena. Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
Para días venideros queda escudriñar la mística nupcial de la entrega amorosa que también encuentra su expresión en algunas obras del Museo de Escultura de Valladolid y que con tanto encanto expresa un San Juan de la Cruz rememorado también estos días en una exposición alojada en el Monasterio de Valbuena a pocos kilómetros de allí.
Como también queda pendiente una reflexión existencial ante la muerte, con la que otras veces he conectado, contemplada desde un punto de vista paralelo a la visión laica del propio Hamlet.
Un programa intenso y apasionante, ¿no os parece?.
Rapto de Proserpina, de Bernini. Galería Borghese, Roma.
* La mirada lo cambia todo y por eso la belleza formal se desdibuja demasiado con el paso del tiempo imposibilitando a veces su capacidad para mostrar un camino: véase, por ejemplo, el Rapto de Proserpina que en esta última visita a Roma me pareció la simple representación de una violación que el artista se esfuerza, inútilmente ya, en elevar a la categoría de bella.
Isabel el imaginario de esta Semana Santa estaba en Malaga en el instante en que varios ministros, incluido el de educación y cultura cantaban Soy el novio de la muerte junto a los legionarios. Eso si que es como la escultura de Laoconte
Sí, lo sé. Pero bueno, apuesto porque haya vida más allá del PP.