¿Por qué queremos tener hijos? Fue una de las preguntas que retumbó en mi cabeza al salir del cine de ver “Cafarnaúm”, una película libanesa dirigida por Nadine Labaki. ¿Cuánta gente que tiene un hijo tiene una respuesta para la pregunta planteada?, ¿cuánta gente que tiene un
hijo tiene un motivo real? Sí, ya sé que la respuesta más común sería “porque quiero tener un hijo”, pero ¿qué significa quiero tener un hijo?
Al salir del cine me cuesta hacer algún comentario. Han sido dos horas de un puñetazo constante no al estómago sino a la conciencia. La película es dura. No son dos horas agradables. No es un filme que vaya a formar parte del catálogo de Netflix. Durante su visionado uno comprende las razones de esas críticas que la tachan de “pornomiseria”. Ahora bien, ¿acaso lo que retrata es mentira? Ojalá lo fuera. Es cierto que existen varios giros o
puntos de la película que responden al hecho de que es una película, pequeñas licencias del guion que cuesta creer que en la vida real se pudieran producir, pero más allá de eso lo cierto es que lo que vive el niño protagonista, por desgracia, no es una ficción.
Zain es el nombre del personaje (ojalá solo fuera un personaje). Un niño de, quizás, 12 años.
Ese quizás. Su edad no puede ser una certeza ya que más allá de lo que puedan decir las pruebas médicas no existe un documento que acredite la fecha de su nacimiento. En el mundo del “big data” donde millones de personas no somos propietarias de nuestros datos existen otros muchos millones de personas que no tienen ninguno. Un dato a tener en cuenta.
Zain comienza la película demandando a sus padres y su motivo enlaza con la pregunta planteada al inicio. Zain ha pensado sobre las razones que tuvieron sus padres para tenerle y su reflexión le ha llevado a demandarles, precisamente por haberle traído al mundo. No lo entiende. No le encuentra el sentido. Piensa que su sufrimiento se podría haber evitado.
Tras la demanda, la directora Nadine Labiki nos ofrece un recorrido sobre la historia de Zain para que entendamos como hemos llegado hasta aquí. En una breve simplificación encontramos: una “casa familiar” difícil de definir como tal, la existencia de un número de hermanos que cuesta cuantificar, un trabajo o, mejor dicho, una explotación laboral que aleja
de la escuela, ver como tu hermana es casada tras su primera menstruación, una huida de casa que no te lleva a un lugar mejor sino más bien todo lo contrario… podría seguir, pero el resumen es: “Miseria sin final”.
Una dura realidad que golpea tu conciencia occidental. El otro día leí un tweet del periodista Ramón Lobo en el que tras ver la película opinaba que a algunos políticos actuales los mandaría a hacer campaña electoral a la realidad de Beirut en la que vive Zain. La verdad es que no es una mala idea.
No hay posibilidad de mejora para Zain. No existe. Consciente de ello piensa que lo mejor sería que sus padres no le hubieran traído al mundo. ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué sentido tiene la existencia de muchos niños como yo en esta realidad? Zain lanza la piedra a sus padres, les culpa. Pero esa piedra va mucho más allá de un padre y una madre que solo son
dos piezas más de un engranaje que condena a su hijo como antes les condenó a ellos. No es que no haya respuesta al porqué se quiere tener hijos es que no hay lugar para esa reflexión. Sus padres en ningún momento decidieron tener a Zain. En su realidad esas cosas no se deciden, suceden. Es parte de la rueda de la miseria sin final.