De Simone Weill, trato de sacar alguna enseñanza que sirva para siempre.

Leo con interés la biografía de Simone Weill y  como el mismo autor nos propone, trato de sacar alguna  enseñanza que nos sirva para siempre.

La reflexión que hoy me sugiere esta biografía  tiene que ver con  los cambios en el pensamiento político. Y lo digo porque admiro la capacidad de Weill de modificar   tempranamente su  adhesión al comunismo que para muchos intelectuales de su época se convirtió en dogma durante décadas.

Admiro su capacidad de interpretar la historia que le tocó vivir  y su inteligencia para diferenciar el luminoso comunismo por el que luchó unos años de su vida de la realidad tenebrosa en la que se convirtió en lugares como la URSS cuyos servicios secretos exportaron un “conmigo o contra mí” capaz de transformar en simples asesinos a  muchos militantes sometidos a la tiranía de sus consignas en todo el mundo.

Salvando las distancias y llevando el asunto a la rampante actualidad española, a la lucha en la arena política del día a día, quiero dar mi opinión sobro alguno de los cambios que Pedro Sánchez parece haber experimentado últimamente en su pensamiento, cambios que han sido  ampliamente criticados.

Según parece, el que dijo que nunca pactaría con Podemos, dice ahora que sí. Quien defendía al partido socialista como única alternativa progresista, habla pocos meses después de un frente de progreso para realizar los cambios que España necesita.

Este  cambio de opinión (no es el único, pero es el que comentaré hoy)  permite a muchos acusarle, moviola en mano, de ser un mentiroso capaz de decir lo que sea para recuperar el poder perdido en el PSOE.

Pues bien, dejando de lado sus deseos de mantenerse en el poder ya que al ser  algo que anima a  todos  los líderes políticos sin excepción  carece de peso como reproche singular, yo opino que sí, que  se puede cambiar  de opinión.

O dicho de otro modo, que el pensamiento político de cada uno debe nutrirse de dos actitudes intelectuales imprescindibles para el conocimiento, sea éste político o no: uno de ellos es ser capaz de aprender de los errores y el otro, adaptar las ideas  a los nuevos datos, al  acontecer de la historia. O sea, lo contrario del dogmatismo, la inflexibilidad o la asunción de consignas.

Claro que tiene sentido que Pedro Sánchez opine ahora que es necesario pensar en  una gran confluencia de progreso. Y que lo opine a pocos meses de decir otra cosa ya que, en pocos meses, hemos asistido impotentes a la situación más indeseada posible. Hemos visto regresar como presidente de gobierno al mismo Mariano Rajoy de los recortes y de la corrupción generalizada que, como se ve con los casos de La Rioja y Murcia, no tiene ningún propósito de enmienda.

Más preocupante que los cambios de Pedro Sánchez me parece el inmovilismo de otras formaciones que se aferran a la misma idea que tenían cuando se presentaron  a las últimas elecciones y que, como si el nuevo advenimiento de Rajoy no hubiera tenido lugar, siguen manteniendo aquello de:

O  conseguimos la mayoría suficiente para formar gobierno, o Mariano Rajoy seguirá estando ahí…

Un “conmigo o sin mí” semejante  al de Vista Alegre 2, que como ciudadana progresista me preocupa.

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