El Tribunal Constitucional y el golpe a la democracia.
Hace unos meses, ya más de un año, andaba yo muy preocupada por si España era o no una democracia. Una de las razones que me hacía desconfiar por entonces, era la dudosa separación de poderes y, en especial, la falta de independencia del Tribunal Constitucional.
Ese tribunal se había puesto en el punto de mira al hacerse patentes las nefastas consecuencias de su utilización por el Partido Popular (PP) para invalidar el Estatuto de Autonomía de Cataluña, estatuto que había sido aprobado en referéndum por los catalanes así como por los Parlamentos autonómico y español.
Por entonces yo pensaba que si un tribunal de justicia tan importante podía estar controlado por el partido en el poder, su resolución contraria al mandato popular y a favor de los postulados del PP, podía ser considerado un auténtico golpe a la democracia.
Pero por más que yo y miles como yo lo intuyéramos, esa connivencia entre el TC y el Partido Popular no resultó tan evidente por entonces. Eran los tiempos en que ese partido se mantenía en el poder y en torno a ese poder todos cerraban filas.
Evidencias, ahora sí.
Hoy, la importancia política de otro tribunal, el Supremo, pone de actualidad el mismo asunto. Solo que en este caso, el Partido Popular ya no está en el poder y se ha agitado el avispero de las filtraciones haciéndose públicas informaciones que confirman las perennes sospechas de connivencias entre poderes.
Así, en un mensaje proveniente de la dirección del PP se reconoce explícitamente su intención de controlar desde detrás el Tribunal Supremo y en especial su sala segunda, donde se dirimen los aforamientos y en la que se juzgará a los políticos catalanes.
Pero eso no es todo, ya que días antes, ese mismo Tribunal había defendido abiertamente los interesas de los bancos, otro de los puntales del poder que defienden las derechas. Por no mencionar un asunto en apariencia menor pero de gran importancia a estos efectos como es el presunto fraude en los estudios del Presidente del PP que el TS se negó a investigar.
Así que las evidencias de estas últimas semanas permiten afirmar que, al igual que pasó con el Constitucional, el Supremo carece de independencia (de los poderes políticos, económicos o ideológicos) o imparcialidad y no es digno de una democracia. Eso, sin contar con los tribunales ordinarios impregnados de un machismo cómplice con la violencia contra las mujeres y de una ideología defensora de los poderosos que se traduce en penas benévolas para los ricos junto a penas de cárcel contra ladrones de simples bocadillos.
Los otros hilos
Lo malo, lo peor, es que si en vez de tirar del hilo de los tribunales de justicia hubiera elegido cualquier otro asunto de los que recientemente hemos conocido alarmantes informaciones, habríamos llegado a la misma conclusión.
Con otros hilos, me refiero por ejemplo a la Monarquía como institución abiertamente corrupta dotada de inviolabilidad por la Constitución; a la Iglesia Católica cuyo poder económico e ideológico le sirve para acaparar la educación y mantener privilegios medievales que le permiten adjudicarse bienes, no pagar impuestos o juzgar a sus pederastas al margen de la ley; a la banca, capaz de controlar a políticos y jueces para ser rescatada con dinero público mientras desahucia sin sonrojarse a las víctimas de la crisis financiera que ella misma provocó; a la industria armamentística (véase el caso Morenés); al territorio de la salud pública (con privatizaciones carísimas, el escándalo de los implantes o sobornos criminales de las farmacéuticas); a las empresas energéticas (en abierta connivencia para imponer el modo de fijar los precios y ejerciendo de lobby para mantener su modelo de negocio contaminante); a los cuerpos de seguridad del Estado, al servicio particular del partido de la derecha y de su mafia (caso para anular pruebas contra el PP) o al mismísimo franquismo enrabietado por el destino de su momia que pone en evidencia el poder a la familia de un dictador frente a los poderes del Estado.
Eso, sin contar con los ataques a la libertad de expresión, la sacralización de la bandera impuesta a los españoles o la normalización de los valores machistas que evidencian la existencia de un inmenso poder que maneja desde detrás los hilos de nuestro sistema, al margen de la soberanía popular.
Cambio de enfoque
Pero por más que hayamos conocido hechos capaces de poner en jaque a la credibilidad del propio sistema democrático, y precisamente por eso, el problema (y la solución) ya no se puede buscar en esos hechos.Que aún nos hagamos ilusión de lo contrario solo se debe al desenfoque argumental que pretende hacernos creer que unos (Monarquía, Banca, grandes corporaciones, política de derechas…) y otros (clases medias y trabajadoras, parados, mujeres, infancia y personas vulnerables) jugamos un mismo partido, en un mismo campo, con las mismas reglas y en presencia de árbitros imparciales.
Porque como ya sabíamos desde Marx, este es un partido amañado desde el principio, en el que uno de los equipos maneja desde detrás unas reglas preparadas para que siempre gane el mismo y para que si hay dudas, se puedan lanzar unas cuantas bengalas que permitan suspender el partido hasta nueva orden.
Porque, en realidad, todos esos hilos del poder que se manejan desde atrás no expresan un problema de funcionamiento del sistema, sino que cuestionan el sistema mismo.
Y sí, me refiero al sistema capitalista.
Adiós socialdemocracia, adiós.
Y esto está resultando ser un asunto crucial, porque si fuera un simple problema de funcionamiento, una socialdemocracia regenerada bien podría valer para arreglar los problemas, al menos en parte.
Pero tantos desde detrás ponen de manifiesto que no se trata de ciertas imperfecciones, sino del propio sistema y que, por eso, por más virtuosos regates que hagamos al contrario, no podemos ganar.
Porque el verdadero partido no se juega en la cancha de la democracia, único hábitat de la socialdemocracia, sino en otro terreno de juego que, como decía más arriba, se maneja desde detrás con reglas del juego ocultas ajenas a los valores democráticos.
(Continuará…)
Como este artículo forma parte de una reflexión política amplia de carácter personal ( de hecho, hasta hace poco me creía socialdemócrata) tendrá varias secuelas que tratarán a responder a preguntas como:
¿Entonces, hay que hacerse comunista?
¿No ser socialdemócrata me convierte en revolucionaria?
¿De verdad mejorar el sistema no es el camino?
¿Hay nuevas formas de pensar la política (viables) a las que podamos agarrarnos?
Un pensamiento en ““Desde detrás””