Madrid, 25 de marzo.
Con las cifras de muertes y afectados creciendo sin alcanzar su techo, las UCI al borde del colapso, el recinto ferial convertido en un enorme hospital de campaña infrautilizado por la dificultad de conseguir el material sanitario acaparado a nivel mundial, con residencias de ancianos albergando muertos sin recoger y un gran centro de ocio convertido en una morgue gigantesca, todas las reflexiones subjetivas propias de un diario personal se vuelven absurdas.
Porque entre muerte y muerte, la gente va quedándose sin trabajo y teme quedarse también sin vivienda, sin sustento o sin un mínimo de seguridad para sus hijos o su vejez y solo le queda luchar por conseguir alguna de las ayudas que le permitan hacer frente a una crisis de horizontes oscuros, ayudas de las que mucha gente aún queda excluida.
Pero hoy, aquí y ahora, lo que me pregunto es qué hacen en estos momentos los poderosos, qué sienten los inversores, qué temen los accionistas… pero sobre todo, me pregunto qué traman.
Mientras en España el gobierno reclama un nuevo plan Marshall para que la salida de la crisis se haga con criterios de equidad y cohesión sociedad, EEUU se dispone a inyectar oxígeno a las grandes empresas, a sus gigantescas y deslocalizadas corporaciones y al tejido financiero.
Dos maneras de apuntar hacia el futuro diametralmente opuestas. De cuál de las dos se imponga dependerá que tras la distopía de hoy tengamos que enfrentarnos al peor de los escenarios para la humanidad entera.
Lamentablemente, en días tan oscuros como los de esta semana todos querríamos albergar alguna esperanza, pensar que tras tanto horror hay alguna posibilidad de caminar hacia una sociedad mejor, una sociedad que valore y fortalezca lo público, que respete el planeta y que apueste por una forma entender el trabajo y la vida que no dependa de la avidez de beneficios ilimitados a corto plazo, ley sagrada del neoliberalismo.
Una sociedad cuya democracia alcance también a las empresas trasnacionales expertas en deslocalizaciones con las que, entre otras cosas, persiguen conseguir la desmovilización de los únicos que podrían plantarles cara de forma directa: los y las trabajadoras.
Una sociedad que no permita que los hilos que mueven los intereses de los magnates permanezcan ocultos tras los Secretos de Estado o políticos y medios cómplices.
Pero ni siquiera en días tan tristes como estos es posible dedicarse a llorar e ignorar verdades imprescindibles.
Gobiernos progresistas como el de España, Portugal, Italia o cualquier otro que pueda nacer al calor de esta crisis caerán tan fácilmente como las hojas en otoño si dejamos que las cosas sigan su curso , como hicimos en 2008.
Muchos sabemos ya que ese ideal de sociedad del bienestar que se alumbró en Europa y que floreció por un tiempo en algunos países, nunca volverá y que si queremos dar paso a algo que se le parezca, no será sin lucha.
Esta vez no deberíamos cerrar los ojos porque ya sabemos lo que traman los mismos que nos arruinaron en la pasada crisis.
Y lo que traman es que los Estados, muertos de miedo, se apresuren a financiarlos con el dinero de todos. Pero no a salvarlos de la crisis provocada por el coronavirus, sino a salvarlos de la crisis que ellos mismos han vuelto a provocar.
Ahí tenemos a las grandes multinacionales que tras extraer el jugo a sus empresas con beneficios desproporcionados ya se encontraban al borde del precipicio o aquellos que no tienen la intención de disminuir esos beneficios y acuden como hienas a acaparar las ayudas de los gobiernos.
Eso sin contar con los que esperan aprovecharse de esta crisis para hacer suculentos negocios o estafas consentidas, como ya está ocurriendo.
Ahora no podemos decir que no lo sabíamos y por eso esta vez no podemos dejar que se salgan con la suya. Y lo están haciendo.
Por eso, es el momento de exigir ya la implementación de una renta básica universal, de establecer controles exhaustivos para que el Estado no tenga que hacerse cargo de los ERTES de aquellas corporaciones sin escrúpulos que maquillan sus cuentas, de poner en marcha la devolución a lo público de los servicios básicos privatizados y de aquellos que en manos privadas se sitúan en la lógica del beneficio, de no ceder al chantaje de los gigantes que amenazan con cierres injustificados y atreverse a dejarlos caer, algo que podría abordarse si existiera una renta básica para todos.
Puede que medidas como estas suenen a revolución, pero eso es lo que va a ocurrir de todas formas, porque ya nada volverá a ser como antes y lo que vendrá solo podrá ser mejor para ellos o para nosotros. Los últimos diez años han demostrado que nunca es mejor para todos.
Se trata por tanto de tomar la iniciativa y hacer retroceder la especulación, la rapìña, la evasión fiscal, la deslocalización fiscal y productiva, la rentabilidad a corto y la avaricia. de hacer retroceder el neoliberalismo.
De nosotros depende.
Si, si… totalmente de acuerdo! Pero que coño se puede hacer con un pueblo ignorante, indomable, aplaudiendo a no se sabe quienes en este caos y un gobierno que es flojo y que encima tienen que aguantar a la Ayuso decir las mentiras continuas y ale “todos tan panchos.
Esto es una guerra sin misiles y creo que debemos Armando para poder vencer
Tenemos que seguir intentándolo. Por todos los medios. Ensayando modus y maneras. Seguir, seguir