Hasta en las películas de catástrofes hay un final feliz.
En este nuevo día triste y confinado se me ha ocurrido darle vueltas a cuáles serían los personajes de una película de catástrofes víricas como la que estamos viviendo.
En primer lugar tendríamos a los héroes o heroínas protagonistas (si son ellas o ellos, dependerá de lo moderna que sea la película. Hoy en día ya podría haber perfectamente una heroína en lugar de un héroe).
También estarían esos malos malísimos que habrían causado la pandemia o que saben cómo enriquecerse con ella… y no faltaría, por fin, esa gente corriente que muere por doquier.
De estos últimos, unos serán buenos y generosos y otros egoístas y cobardes, como en la vida misma.
Igualmente tendría que haber un Presidente del país, a veces un poco torpe y lento pero que, gracias a los héroes, acabará neutralizando el mal.
Si la película fuera norteamericana, también estaría dando vueltas por ahí el ejército, con aviones de vuelo rasante y aviadores valientes. Si la película fuera europea, la cosa sería algo más realista y la aviación no mataría virus con ametralladoras.
¡Ah!, y si esto fuera una película, también es posible que hubiera una Cumbre mundial por videoconferencia donde los mandatarios de los países más ricos del mundo se pondrían de acuerdo en una acción salvadora, liderada eso sí ,por el presidente de EEUU.
¿Cómo la vida misma? Veamos.
Sin duda, el héroe o heroína principal sería un médico o una médica (también habría por ahí una investigadora) que arriesga su vida por los demás con entereza y gallardía, teniéndose que enfrentar a dilemas morales tales como tener que elegir entre salvar a un niño en silla de ruedas o a un joven artista de reconocido prestigio internacional.
En el terreno de los héroes, habría también una enfermera negra que sería decisiva, pero que tal vez acabaría muriendo en el anonimato (cuota de mujer y cuota racial). Más o menos como en nuestra realidad, solo que el dilema moral actual se plantea entre salvar a personas mayores o priorizar la salvación de adultos previamente saludables. En cuanto a la enfermera negra, en nuestro caso real también podría ser un enfermero, un auxiliar, una limpiadora o un chino que entrega miles de mascarillas a un hospital desabastecido.
En este apartado de héroes actuales estarían también las personas normales, algunas de las cuales mueren cada día pero que, sobreponiéndose al miedo, se organizan para asistir a los solitarios, los mayores o personas que ni siquiera tienen recursos para comer. En la realidad, estos personajes existen en abundancia y como espectadores nos llenan de esa alegría ingenua de quien confía incondicionalmente en la bondad humana.
En nuestra realidad, claro está, también hay personas egoístas que vendrían a ser tipos como José María Aznar o Ana Botella que abandonan el barco para refugiarse en su mansión de la costa, donde ni siquiera se avienen a acatar la orden de confinamiento, expandiendo el virus a la vez quede forma irresponsable pasean al perro en comandita.
Y llegamos al Presidente del país que tendría que ser alguien que sin ser perfecto tampoco fuera imperfecto del todo, alguien como Sánchez, Conte o Macron; nunca como Trump, Johnson o Rutte, el primer ministro holandés.
Y he aquí una gran y enorme diferencia con la realidad, porque ni en una película hollywoodiense de catástrofes ni en una de producción europea el presidente del EEUU podría ser un tipo neonazi que lejos de contemplar la posibilidad de cooperar con otros mandatarios para salvar el mundo se aferra a su nauseabundo América first mientras deja morir a los suyos para que viva Wall Street.
¿Será Trump -y sus acólitos- el malo malísimo de nuestra época, ese que sin crear el virus mortal es perfectamente capaz de condenar a muerte a miles de personas para defender los negocios?
Pero confieso que al los que no sé dónde colocar es a personajes como Casado o Abascal, que lejos de apoyar al gobierno para afrontar juntos el terrible problema que plantea el film, se dedican a buscar, señalar o inventar los errores del Presidente, errores cuya dimensión solo podrá juzgarse al final de la película con la perspectiva que proporciona haber comprendido que el tablero en el que se juega esta batalla es nada menos que el mundo entero.
Por eso me parece que su perfil solo podría inspirar personajes secundarios que servirían a los guionistas para mostrar de pasada las mezquindades con que se muestran los intereses políticos. Personajes cuyo papel será de apenas unas frases antes de quedar borrados por el peso de su propia insignificancia.
Y llegamos, por último, al final de la película, donde enseguida encontramos uno obvio y feliz en el que una investigadora, en el oscuro laboratorio de una universidad pública, descubre in extremis una cura capaz de salvar a todos, incluyendo al niño en silla de ruedas, a la anciana cuya edad no le impide amar la vida, al artista genial que el mundo admira y al ex presidente que también acabó enfermando.
Sin embargo, no se me oculta que hay otros finales posibles, porque hasta una simple película de catástrofes puede acabar mutando en una distópica película de ciencia-ficción, esa en la que triunfa el malo malísimo mientras la resistencia se debate en el submundo.
A pesar de todo, voy a elegir como final una posibilidad distinta a las dos anteriores, una en la que esa mutación hacia la ficción y el futuro consiga dar lugar a alguna de las utopías que el ser humano lleva tiempo soñando, la utopía de la igualdad, del bienestar animal y la supervivencia del planeta.
Pero en este final apresurado y resumido se me olvidaba algo importantísimo… y es que en toda película de catástrofes hay siempre alguna historia de amor.
Por eso quiero incluir en el final deseado un espacio donde resplandezcan bonitas historias de amor como las que podrían surgir entre la médica madura y el joven camillero; la investigadora concienzuda y la limpiadora concienciada; la anciana enferma y el residente silencioso que le mandaba notas de amor durante la dura cuarentena.
Y ahora sí, ya tenemos un verdadero final feliz.