Hace un siglo, incluso medio, todo el mundo sabía de qué hablábamos cuando mencionábamos a la clase obrera. Trabajando en las grandes industrias y amparadxs por poderosos sindicatos obligaron con sus luchas a la socialdemocracia europea a crear el llamado estado del bienestar: reconocimiento de derechos y libertades y políticas sociales públicas encaminadas al bien común.
Hoy, destruido el tejido industrial sin una alternativa viable, desprestigiados los sindicatos y atomizadas las clases trabajadoras, nadie ve a la clase obrera en esa teleoperadora que te recuerda tus deudas, en ese reponedor de supermercado que parece siempre enfadado o en esa familia perceptora de la renta mínima de inserción que no le permite reinsertarse en ningún sitio. Y sin embargo ellas y ellos son tan clase obrera como el fornido minero, la tenaz tejedora o la miembro de una cadena de montaje de automóviles.
El neoliberalismo y su moto de que la responsabilidad de la pobreza y del paro reside en el pobre y la parada, de que los desahucios son consecuencia que haber vivido por encima de nuestras posibilidades y de que todos somos clase media menos lxs fracasadxs e irresponsables que prefieren vivir de las subvenciones del Estado a buscar trabajo, han triunfado ampliamente ayudados alegremente por el neosocialismo.
De ello habla el libro que rescato hoy: “Chavs: la demonización de la clase obrera”. Escrito por un joven y sin embargo sabio, periodista inglés, Owen Jones a quien podéis seguir en The Guardian.
En el libro describe cómo conservadores y neolaboristas han abandonado a su suerte a las clases trabajadoras, sin proporcionarles alternativas a la pérdida de empleo y al deterioro de su calidad de vida, culpabilizándoles de su situación y creando un estereotipo social de perdedor: el chav, que han extendido a toda la clase obrera. Ahí está una de las razones del Brexit y del auge de la extrema derecha, en el abandono y el desprecio hacia los pobres.
Cuando lo leáis, traducid chav por cani y decidme si no os suena a algo.