De la multitud de consideraciones que me sugiere el asalto al Capitolio de Estados Unidos, en este artículo solo voy a referirme y de forma casi esquemática a dos de ellas.
1.- Lo terriblemente peligroso que es para las democracias la existencia de líderes.
2.- El papel del periodismo ante la mentira como arma política.
1.- De los líderes, me preocupa la forma tan natural con que damos por buena su existencia y su papel en nuestro mundo. Y no se trata de si hay líderes buenos (Gandhi, Luther King…) y malos (Hitler, Donald Trump…), que los hay, sino de un fenómeno político (no me refiero al liderazgo social o intelectual) que permite que determinados individuos consigan y ejerzan un enorme poder sobre masas de ciudadanos que les siguen y votan de forma acrítica, que aceptan sus mentiras como propias, que obedecen sus consignas y someten su voluntad a la del jefe.
Uno de los problemas de este fenómeno es que cuando los lidercillos que pululan en el mundo político dan un salto cuantitativo en su popularidad nada les impide utilizar su enorme influencia sobre la ciudadanía para hacerse con el poder político y ejercerlo de forma despótica.
Otro problema no menos importante es que los liderazgos políticos fuertes persiguen el sometimiento de los individuos a un jefe en base a su poder (sea del tipo que sea) al que se le otorga un reconocimiento implícito de superioridad. Por ello este fenómeno atenta contra la dignidad de los ciudadanos, erosionando el principio de que todas las personas nacen y permanecen iguales.
El sistema democrático a su vez basa su valor y eficacia en la premisa de que los votos de todas las personas valen lo mismo porque se trata de seres libres que obedecen y obran de acuerdo a su propio criterio y conciencia.
Por esa razón, la sola negación de la premisa de igualdad que supone el sometimiento al líder y la estructura piramidal que rige su relación con los individuos erosiona los pilares de la democracia misma y significa un gran problema para ella.
2.- Leo en la revista WIRED y en otras publicaciones norteamericanas el debate sobre la responsabilidad de Twiter, Youtube o Facebook en lo sucedido en el Capitolio. Se preguntan si esos terribles sucesos se podrían haber evitado si la línea roja que Mark Zuckerberg se decidió a marcar dejando sin cuenta al Presidente el día seis de enero tenía que haberse producido mucho antes.
Es un debate que hay que tener también aquí, antes de que sea demasiado tarde. Antes de que las redes sociales, los medios tradicionales y el periodismo caigan tan bajo que se conviertan en aliados de una política que utiliza abiertamente la mentira como arma política, siendo responsables directos de que esa mentira se ponga al mismo nivel que la verdad.
La famosa equidistancia, la apariencia de imparcialidad y la falta de criterio periodístico y ético nos están conduciendo a un “todo vale” en el que nadie se atreve a llamar mentiras a las mentiras. Y eso, al igual que la subordinación de las masas a los líderes es también sentar las bases para la voladura de la democracia.
Nadie puede formarse una opinión de la realidad si el periodismo no asume su responsabilidad de no dar pábulo a la mentira y la desinformación; si no es capaz de garantizar una información veraz.
Aunque como en el caso de Facebook o Twiter los conservadores estén cerrando sus cuentas en dichas plataformas para irse a otras más laxas como la utraderechista Parler . Aunque haya quien demagógicamente diga que imponer restricciones o cerrar cuentas es censurar. Aunque las empresas de medios estén en manos de los poderosos.
Abundando en esta idea, me llama la atención el artículo “Even Mark Zuckerberg Has had Enough of Trump” de Gilad Edelman, escritor político de WIRED, que siempre que se refiere al argumentario de Trump para negar la victoria de Biden, habla de “la mentira del Presidente”. Y me da envidia, porque estoy harta de ver como los periodistas españoles se lavan las manos permanentemente escondiéndose tras la publicación de una sucesión de “declaraciones” de líderes “de uno y otro bando” sin más criterio que hacer bueno lo de que todos los políticos son iguales o que el periodista no debe tomar partido.
Esta forma de informar convierte al periodismo en esbirro de los gabinetes de prensa de partidos y gobiernos haciendo de simples altavoces de sus argumentarios propagandísticos y falsos.
Que nadie se extrañe si dentro de poco la profesión periodística desparece o es arrastrada por el barro. Pero que nadie se lleve a engaño, la culpa no será de la era digital. Será de que debía servir a la democracia y no lo hizo cuando más falta hacía. Porque lo que las democracias necesitan es que alguien defienda a la ciudadanía de los líderes dispuestos a doblegar la verdad y las conciencias hasta que una y otras solo sean la expresión de sus voluntades.
Lo que las democracias necesitan en la era de la “realidad líquida” es un periodismo comprometido con la verdad, un periodismo honesto y valiente que llame a las cosas por su nombre. Y ese nombre es mentira.
De acuerdo, hay otros muchos países con líderes dictatoriales y que estan utilizando la mentira como aliado para ganar las elecciones, se ha hecho también antes cuando no había Internet. En este caso el problema es, como en la Alemania de los años 30, que es un país muy poderoso y con gran influencia en el mundo y que por cierto ha estado directa o indirectamente metido en un montón de guerras y de procesos de cambios de direcciones políticas de los países.