El cielo está resignificado, quién lo desresignificará…

Parece que la era de la desinformación, jalonada de noticias falsas, bulos, negacionismo o simples mentiras, hubiera encontrado la forma de incorporar la resignificación a su repertorio para ocultar la verdad. Se trata de un término que parece pensado para un trabalenguas  pero que, de hecho, se ha convertido un modo de embrollar las ideas.

Como ejemplo más chusco de resignificación me viene a la mente la canción seleccionada este año para representarnos en Eurovisión, pero por citar un ejemplo muy diferente, me recuerda también al debate sobre qué hacer con el Valle de los Caídos una vez liberado del dictador.

Más allá de casos concretos, la resignificación está resultando ser un hecho cada vez más  reaccionario  ya que permite sustituir significados  vigentes por otros que, supuestamente inspirados por una mirada actual, son simples ideas conservadoras con apariencia de modernidad. Y eso, sin cambiar la palabra que los expresa.

Se trata de un fenómeno  que, por ser algo tramposo, pasa a veces inadvertido aunque propicie confusiones interesadas o cambios de opinión  inadvertidos por los propios sujetos que solo creen ser cada vez más modernos.

De este modo, se consigue instalar en la opinión pública cambios conceptuales  profundos sin necesidad de someterlos al debate social que merecerían. Se trataría de una revisión que no solo trata de incorporar contenidos conservadores con un barniz de modernidad, sino, lo que es más importante, borrar los significados anteriores y con ello borrar la realidad.

Respecto al uso del insulto machista  zorra como título de la canción eurovisiva, cabe pensar que pretende de blanquear  un epíteto de altísimo voltaje por alguna razón incomprensible a primara vista.

Para hacerlo, para modificar el significado de la palabra hasta convertirla en reivindicación,  se alega que su uso es un homenaje a una persona transexual, lo que le otorgaría un carácter revulsivo capaz de convertirlo en un himno feminista.

Pero si profundizamos un poco, nos damos cuenta de que el término ya se usaba sin su carácter peyorativo en el lenguaje intra-trans, un lenguaje en el que zorra es admitido como un guiño entre iguales (contrariamente a lo que se ha dicho, ese mismo uso jamás se ha dado entre mujeres). Y es que su sentido original, puta, también tiene en el ámbito transexual una valoración diferente al significado general.

Porque lo cierto es que cuando un hombre insulta a una mujer utilizando el término zorra,  el significado de la palabra es denigrante y profundamente agresivo, mientras que no ocurre lo mismo si lo usan dos transexuales  entre sí, situación en la que llega a adquirir  un sentido  juguetón, incluso cariñoso.

Y es así porque la minoría  transexual hacía  tiempo que, en privado, había jugado con el sentido negativo del  término, basándose en su idea de que la prostitución es un simple trabajo que, además, puede ser divertido y reivindicable. Una idea a todas luces contrapuesta a la agenda feminista que lleva en sus genes la abolición de la prostitución.   

Así que el juego de significados subyacente no podía sino saltar por los aires en cuanto se desvela la trampa que supone presentarlo como un himno feminista,  en un claro intento por producir una trasposición de significados que adjudica al feminismo una posición opuesta  a la que realmente defiende.

Y es que estas trasposiciones parecen perseguir la introducción en el imaginario colectivo de una idea de la prostitución que permitiría a las personas prostituidas sentirse conformes con  su situación, incluso orgullosas de su apelativo de zorras.  Una idea que nos retrotrae al pasado patriarcal más rancio, el de la aceptación de la prostitución asociada a la naturaleza masculina cuyas necesidades sexuales, en sí mismas, justificarían la existencia de esas zorras de la canción cuya condición debían aceptar de forma alegre y natural.

Pero esa idea “disfrutona” hasta la incongruencia  solo se explica desde una sexualidad que se identifica con la pornografía (violenta, violadora, masoquista…), pero también desde la alienación que supone confundir  trabajo con explotación sexual. Y por supuesto, desde  una interpretación neoliberal  de la libertad que blanquea el abuso de las personas más vulnerables.

Porque  si mediante un proceso de resignificación se consiguieran normalizar las situaciones  de prostitución que explotan y esclavizan a millones de mujeres en el mundo en favor de un fabuloso negocio del que las zorras no participan, todo serían ventajas. Se habría conseguido que todo siguiera igual sin necesidad de embarcarse en un largo y enojoso debate social sobre un tema que, no en vano, contiene la llave de la lucha contra el patriarcado.

Así que no podemos engañarnos sobre la canción de marras, incluso si como sostienen algunos de sus defensores, la utilización del término zorra  tratara de ser un revulsivo para poner en tela de juicio la hipocresía social. Porque incluso así, su uso solo conseguiría remover las conciencias si conservara toda la fuerza violenta y negativa que contiene. Solo así habría servido para  poner a la sociedad frente a su espejo, incluidos  los jueces de Eurovisión, que habrían tenido que enfrentarse al dilema de censurar o bendecir su significado.

Pero el colectivo trans no ha querido dar la cara asumiendo  la canción como un himno propio  y ha preferido dar lugar a un auténtico despropósito calificándola  de divertido himno feminista, como reiteró el propio presidente del gobierno en una entrevista reciente.

Y no lo ha hecho porque con ese juego tramposo pretendía demostrar que zorra no tiene por qué ser un insulto machista, ¿cómo si no daría título a un himno feminista? Así que de un plumazo se habría conseguido resignificar uno de los insultos más agresivos usados contra las mujeres a la vez que el propio feminismo.

Por otro lado, si el verdadero objetivo de la canción hubiera sido la resignificación feminista de  la palabra, resulta evidente que sus promotores habrían cometido al menos un pecado de ingenuidad ya que es imposible conseguir semejante logro si el fenómeno no se acompaña de una lucha frontal  contra la mercantilización  de los cuerpos de las mujeres y se erradica la idea de que hay mujeres que nacen para putas. Y eso es justo lo contrario de lo que hace la canción.

Porque mientras la prostitución sea aceptada como deseable o inevitable, el imaginario machista seguirá considerando a las mujeres, a cualquier mujer, una zorra potencial y la resignificación de la palabra, además de no ser posible, sería una derrota.

Así debieron entenderlo los políticos que, tras conseguir exhumar al dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos (y muchas otras acciones aún inconclusas) decidieron cambiar las palabras que nombran  aquel terrible lugar para llamarlo Cuelgamuros.

Porque  resignificar el término Valle de los Caídos queriéndolo convertir, por ejemplo, en un templo democrático para la reconciliación, además de imposible, solo hubiera servido para insultar a las víctimas, borrar la historia reciente de nuestro país y traicionar  la memoria de todos los que murieron y fueron sepultados en un monumento erigido a mayor gloria del fascismo español.

Y sin embargo, a pesar de algunos ejemplos acertados y más allá de la anécdota que nos proporciona una mala canción, en la actualidad estamos asistiendo a una batalla de mucho más calado sobre la resignifcación de la mayoría de la población mundial, las mujeres, una batalla con la que se pretende que dejen (dejemos) de existir como “personas de sexo femenino” .

Para lograrlo, solo hay que cambiar el actual significado de la palabra mujer por el de “alguien  que se siente mujer“. Un borrado en toda regla de las mujeres reales para dar cabida a una parte de la minoría trans (y solo a una parte) en una categoría en la que en principio no cabe.

Porque  incluso si triunfara la propuesta superpostmoderna de marras, la definición resignificada de mujer, lejos de ser inclusiva, sería mucho más restrictiva que la original ya que solo cabrían en ella las personas que abrazan  el género como forma de identidad.  Algo subjetivo, difuso, controvertido y mucho menos extendido de lo que se cree.

En consecuencia, las personas de sexo femenino quedarían borradas como tales al carecer de palabra para nombrarlas; el feminismo perdería su sujeto político, su cometido quedaría desdibujado y debilitada su teoría. Mientras tanto, se mantendría inalterable la categoría “personas de sexo masculino”, es decir los hombres, cuya resignificación ni se reclama ni se exige. (¿Por qué será, será…?)

Desde luego, yo dejaría en el acto de ser una mujer, lo que me convertiría en una suerte de apátrida del sexo (porque apátrida del género ya lo soy). Aunque me parece que si la cosa se pone fea, es lo mejor que me podría pasar.

Pero en fin, el caso es que las resignificaciones envenenadas no afectan solo a las mujeres y al feminismo. Las llamadas  guerras culturales se desarrollan en todos los ámbitos  luchando palmo a palmo por construir y deconstruir realidades e imaginarios; cultura e ideología; política y arte; literatura y espectáculo. Luchando por mantener intacto el poder. Por cambiar para que nada cambie…

La reflexión sobre estas guerras, sus luces y sus sombras, requeriría un espacio que ya no cabe en este artículo porque me he propuesto dedicar una modesta mención a Gaza cada vez que escribo.

 Y al volver la mirada hacia allí, me horrorizo al darme cuenta de lo poco que le importan las resignificaciones  a Israel. Apenas se molesta ya en utilizar el término defensa propia para esconder el de genocidio. Ni siquiera le importa la debilidad de su retórica; al fin y al cabo, no la necesita. 

Israel ha asumido con naturalidad que el nacionalismo religioso y los intereses económicos si se defienden con las armas son tan inapelables que no precisan de ninguna propaganda sofisticada. Goebbels mintió el siglo pasado al hacérnoslo creer, aunque a él le sirviera para parecer imprescindible a los ojos de Hitler.

La  aportación a nuestro tiempo de su alumno Netanyahu es desvelarnos que toda la parafernalia de bulos, fakes y resignificaciones son una pérdida de tiempo si cuentas con el armamento  suficiente.

Él ha corrido el velo de las medias verdades para que no podamos escapar de la realidad. El mundo es capaz de contemplar las atrocidades más injustas y sangrientas  sin mover un solo dedo, por muy cercanas que estén a nuestro contexto cultural y a nuestra historia. 

Toda la civilización que creíamos haber alcanzado, todos los valores democráticos que decíamos defender, todas las leyes y organizaciones internacionales que pensábamos haber interpuesto entre nosotros y la barbarie se han desmoronado.

Ahora solo queda preguntarse si el mundo occidental, nuestro mundo occidental, será capaz de digerirlo sin destruirse a sí mismo. Porque cada vez caben menos dudas de que solo se salvará si es capaz de defender la causa palestina. Lamentablemente, todo parece indicar que la respuesta se dirimirá en una nueva y terrible guerra donde, esta vez, no solo morirán los palestinos.

Y esa  guerra no será contra Israel.

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