EL CINERAMA Y LOS CINES DE ESTRENO

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A la espalda de la DGS, sede de la Policía Armada y la Brigada Política, abrieron en los sesenta el Cinerama. Sin conocer entonces cuan siniestro era ese particular vecindario asistíamos emocionados a las proyecciones, en inmensa pantalla curva, de esa nueva y fantástica tecnología consistente en proyectar perfectamente sincronizadas tres películas de 35 m/m. Cada una con una zona de la pantalla recreando entre las tres el conjunto completo.
El revolucionario invento nació para contrarrestar a la televisión porque ya entonces, el cine se veía amenazado y perdía espectadores que preferían quedarse en casa.
Las tres grandes del Cinerama en ese cine Albeniz fueron:
“La conquista del Oeste”
Dirigida por cuatro directores, entre ellos John Ford. Ganó el Oscar de 1962 a la Mejor Película.
“El Fabuloso mundo del Circo”
Protagonizada por Jhon Wayne, se rodó en España y arruinó a Samuel Bronston.
El actor Jose María Caffarel, padre de la exdirectora de TVE, interpretaba el papel de Alcalde de Barcelona.
Y “La Historia más grande jamás contada”
Vida y muerte de Jesús de Nazaret.
David McCallum, el agente de CIPOL hacía el papel de Judas.
El colegio Salesiano nos llevó por tandas a todos los alumnos a verla. Empezaba el Concilio Vaticano II y aquellos curas eran partidarios del aperturismo que preconizaba. Aun así, cada día asistíamos a misa obligatoria, con el sacerdote de espaldas y toda la liturgia en latín.
En el propio Colegio, además de Iglesia y el Coro, del que me echaron por mi mal oído, disponíamos de un Cine-teatro impresionante. Mil quinientas butacas. Podía asistir todo el colegio.
Los domingos hacían cine. Y ese día se convertía en uno más de los cines del barrio, ya que se accedía desde el hall y quedaba abierto a los vecinos.
Para los internos también había proyección los jueves. En una de esas sesiones de media semana, nos echaron “Nanuk el Esquimal”
Entre clase y clase arriesgábamos mucho aprovechando los recreos para desde un barranco acceder por una ventana a las calderas y desde allí llegar a la sala de vestuario del teatro,
donde se guardaban los disfraces que se usaban en las funciones. Recorríamos a oscuras el proscenio, la caja negra y a veces subíamos al peine. Aunque la mayoría de las veces solo nos daba tiempo a llegar, por debajo del tablazón del escenario, al chiscón del apuntador. Allí, parar un instante y volver siempre corriendo a clase desandando el recorrido.
Pero lo realmente peligroso era colarnos sigilosamente en algún palco mientras los curas censores visionaban la película de cada semana decidiendo en cuales planos o secuencias taparían el objetivo, el día de la proyección, llevando a negro temporalmente el film.
Así vi algunas escenas prohibidas y nunca me pillaron.
Durante la estancia en ese colegio pudimos investigar nuevos territorios cinematográficos. El Chiki, El Astoria, Extremadura, Lisboa, Albarrán y más allá del Alto, el Condestable, socio, en Campamento, del de Cadalso.
Los cines de “estreno” se frecuentaban poco. Pero recuerdo el impactante visionado, en el cine Bulevar, de la película “Un hombre llamado Caballo” que te transportaba al más realista y desmitificado escenario de una tribu Siux. El protagonista, Richard Harris. Como en “Bailando con Lobos” el personaje, es un blanco que se termina convirtiendo en guerrero Siux.
El hijo de ese actor es en la actualidad uno de los protagonistas de “The Knick” una serie sobre un cirujano en el Nueva York de finales del XIX, que dirigida por Steven Soderbergh, es muy recomendable.
En el Avenida asistimos al estreno de la primera película del hijo de Robert Mitchun.
Rodada en New York, Portugal y España. Incluía muchas escenas de acción en las que las protagonistas, presentes en un pódium en el estreno, eran dos motos Enduro en continua persecución. La marca de las motos era la catalana OSSA, cuyo origen había sido la fabricación de proyectores de 35 milímetros para cines.
Muchos de los Cines de Barrio usaban esos Proyectores.
La carrera final transcurría por la entonces en construcción Avenida M-30. Las trepidantes acrobacias de las motos incluían la Plaza de Toros de las Ventas, el antiguo mercado al aire libre que había esquina a la calle Alcalá y los pasos subterráneos de la zona.
La dirigió Antonio Isasi Isasmendi.
De esta película nacieron dos ilusiones: El placer de conducir motos y la idea de vivir en una casa flotante. El protagonista se ocultaba entre acción y acción en una casa en el agua que construyeron para la película en el embalse de Entrepeñas y Buendía. Hice una maqueta del proyecto al que pensaba añadir un viejo motor de coche para que se pudiera trasladar por el pantano de San Juan, que era el “lago” donde yo imaginaba situar la casa flotante.
Obviamente no está permitido. El agua y las riveras son de dominio público. Esas fantasías solo pueden vivirse en las Películas.

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