1.- Con el advenimiento de la Ley trans, resulta cada vez más difícil eludir el significado profundo de las teorías queer, que irradian su ideología a ámbitos que no solo afectan a la sexualidad sino que cuestionan desde cómo son nombradas las mujeres hasta las utopías igualitarias antes compartidas, los métodos de análisis o la lucha contra el capitalismo y el patriarcado.
Y confieso que, por mi parte, me duele tener que enfrentarme a personas con las que he coincidido en un gran número de postulados políticos a lo largo de toda una vida. Igual que lamentaría que mis análisis pudieran interpretarse como una justificación de las discriminaciones que sufren las personas transexuales.
Pero es que a pesar de su origen elitista, académico y minoritario, lo queer está siendo capaz de colonizar el feminismo a la vez que a amplios sectores de la izquierda desplegando una agresividad sobre cuyo significado será interesante reflexionar.
De hecho, puede decirse que las teorías queer han sido capaces de abrir una falla que recorre de arriba abajo la izquierda y el feminismo, debilitando a ambos.
Algunos efectos de esa división debilitante pueden reconocerse estos días en los enfrentamientos en el seno gobierno en torno a la ley trans o la del Solo sí es sí.
Pero hay que reconocer que los enunciados de las teorías queer son capaces de seducir a importantes sectores de la juventud tras el trampantojo de la modernidad y la promesa liberal de dar conveniente satisfacción a cada uno, basándose en una premisa infalible: la propia subjetividad.
Y yo no tendría nada que objetar a semejantebicocasi no fuera porque las promesas basadas en el individuo y la sacralización acrítica de la libertad económica y personal ya las hizo el neoliberalismo y todo terminó en una monumental estafa de la que unos pocos sacaron suculentos beneficios mientras para la mayoría se agravaban las desigualdades, la pobreza y la frustración.
Claro que lo queer no nos promete riqueza (al menos aparentemente), lo que promete es tanto sexo como podamos imaginar, subjetivizar y consumir… y eso mola.
Aunque puede que no mole en todos los casos, como por ejemplo cuando alguien con pene que se define como mujer desea follar con una lesbiana a la que no le gustan los penes. Entonces surge una lucha de subjetividades que no puede saldarse dando por bueno el autoproclamado derecho trans a tener sexo con lesbianas.
Porque un deseo no solo no es un derecho sino que a veces se contrapone a realidades inapelables como la de que la mayoría de las lesbianas rechazan taxativamente los penes, a pesar de que los transexuales sostengan que si ellas no aceptan sus penes femeninos es solo porque son tránsfobas.
Pero bueno, en ese universo de autoproclamas (por lo que se ve, unas más aceptables que otras) todo puede tener un arreglo mercantil.
Que para eso está el mercado, amigo. En este caso, los lucrativos ynada subjetivos mercados farmacéutico por un lado y de la prostitución, tan del gusto de los seguidores de VOX, por otro.
2.- Y si menciono aquí a los seguidores de VOX, es porque en un congreso académico al que asistí recientemente sobre comunicación política y malestares contemporáneos, tuve ocasión de comprobar el empeño del entorno queer en legalizar la prostitución y, a la vez, demostrar la cercanía ideológica entre feminismo y extrema derecha.
Pero en este asunto, la derecha de VOX lo tiene claro, como demuestra ese 53,6 % de sus seguidores que, según una reciente encuesta del CIS, considera aceptable la prostitución.
Tan claro, que no se explica ese empeño de culpar al feminismo, militantemente abolicionista, de una coincidencia que donde se produce es precisamente en el entorno queer, defensor acérrimo de la prostitución.
Pero más allá de eso, hablando de malestares contemporáneos, puedo decir que a muchas mujeres actuales nos inquieta que congresos como el mencionado, lejos de ser una excepción, se conviertan en uno de tantos eventos en los que la omnipresente presencia de las teorías queer desplaza al feminismo, para criminalizarlo.
Así que mi primer malestar, más allá de los postulados de ese encuentro, no proviene de las intervenciones en sí, sino del hecho de que el feminismo no estuviera presente en ninguna mesa redonda o ponencia, ni quiera para tener ocasión de responder a las acusaciones injustificadas y en absoluto razonadas que se vertieron sobre él.
Pero tampoco me quiero limitar a señalar el peligro de la alarmante colonización académica queer, de la que el evento en cuestión es un simple ejemplo.
3.- Lo que me propongo es señalar el carácter ideológico concreto que se desprende de los posicionamientos queer, más allá del fenómeno transexual, que no es sino la punta del iceberg de un fenómeno de mayor alcance.
Y lo haré al hilo de una de las intervenciones del congreso a cargo de la periodista y antropóloga Nuria Alabao en la que expresó una serie de pronunciamientos altamente ideologizados con el objetivo de demostrar esas supuestas similitudes entre el feminismo y la extrema derecha. Pronunciamientos que, por lo demás, son ya conocidos y en nada difieren de lo que la ponente sostiene en otros ámbitos públicos, entrevistas o artículos de opinión.
Durante los 20 o 30 minutos que duró su intervención la periodista nos hizo saber su parecer sobre un montón de asuntos complejos como el pánico moral al sexo de los seguidores de la extrema derecha y de las propias feministas; la explotación a la que son sometidas las mujeres racializadas por las mujeres blancas occidentales y burguesas; la dignidad de proxenetas y puteros; la prostitución como actividad mercantil no solo legítima sino emancipatoria y provocadora; su rechazo del supuesto punitivismo vengativo de las feministas en relación con la violencia sexual, la perversidad de la familia sustentadora de la heteronormatividad y, ya en el coloquio, la adhesión a la teoría de cuidados, actividad benefactora que, según parece, corresponde por vocación a las mujeres.
Pero, quizá por falta de tiempo, Alabao no echó mano de explicación alguna para sustentar sus afirmaciones, algunas tan chocantes como la exigencia de respeto para proxenetas y puteros.
Así pues, a falta de argumentaciones por su parte y en abierto desacuerdo con su conclusión última, a saber, el parecido entre el pensamiento de extrema derecha y el feminismo, me propongo comentar sus postulados.
Empezaré por la supuesta maldad de las mujeres blancas.
Alabo se refería a esas mujeres que, en busca de su emancipación, salen a trabajar fuera de casa y emplean a mujeres racializadas para que cuiden de sus hijos; mujeres a las que se acusa de llevar a cabo un acto de opresión contra sus empleadas al imponerles un tapón insuperable que imposibilita su propia emancipación. Acusación que, por extensión, alcanza a todas las mujeres blancas y por ende, burguesas.
Lo primero que llama la atención de esa descalificación es el contraste con la valoración que se hace a reglón seguido de los puteros, a la vez que se reivindica la institucionalización de la prostitución.
Y llama la atención porque, si entendiendo la prostitución como un trabajo, las prostitutas racializadas proporcionan serviciossexuales a los hombres blancos, occidentales y burgueses, nada justifica que, en este caso, no se mencione el tapón emancipatirio que presumiblemente también se ejerce sobre ellas.
Puede que sea porque los servicios de cuidados que proporcionan las mujeres vayan destinados a ayudar a mujeres, mientras que los servicios sexuales de la prostitución a quien sirven es a hombres.
Por eso cabe decir que, como poco, que no hay en esta comparación mucha empatía hacia las mujeres y se adivina enseguida que la única razón posible para exigir respeto a puteros y proxenetas mientras se criminaliza a las mujeres, reside en el hecho de que son varones. Por cierto, aquí ya no se hace hincapié en que esos varones son también blancos, burgueses y occidentales.
Esa es, en realidad, la única razón posible para que ellos no carguen con reproche alguno aunque sean los que más se benefician del mercado patriarcal por excelencia, el más feminizado, violento y explotador que existe bajo el capitalismo.
4.- Curioso, ¿verdad? Tanto, que ese escandaloso doble rasero utilizado contra unas y a favor de otros, nos permite entrever un proyecto queer para el conjunto de las mujeres tanto sin son blancas, occidentales y coloniales como si son racializadas y vulnerables.
Por eso, seguiré tirando del hilo un poco más:
Si los cuidados forman parte de una inclinación inequívoca de las mujeres en su conjunto (queer dixit) y puesto que las mujeres racializadas no tienen porqué cuidar a los hijos de las blancas, podemos concluir que lo mejor es que cada una cuide de su propia prole.
El paso siguiente consiste, ahora sí, en renunciar a los desarrollos emancipatorios de las mujeres, de todas las mujeres, sean profesionales, artísticos, políticos o de cualquier otro tipo. O, al menos, mientras duran las etapas de cuidados, algo que puede llegar a ocupar toda la vida de una persona.
En cualquier caso, este esquema remite a trabajos precarios y a tiempo parcial que dificulta las expectativas de un proyecto personal no vinculado a la crianza de los propios hijos. Y que, por supuesto, también recluye en el hogar propio a las mujeres racializadas que aspiraban a acceder al mercado laboral para contar con recursos autónomos sin tener que depender del sustento masculino.
O sea, el mapa exacto de lo que ha sido durante siglos la posición de las mujeres en las sociedades tradicionales, tanto en Oriente como en Occidente. Aunque eso sí, gracias al empuje de las teorías queer, las mujeres racializadas podrán dedicarse a la prostitución que, con su advenimiento, será un trabajo muy guay.
Y todo esto, a mayor beneficio de los varones, tanto en su versión de marido y padre liberado de los cuidados a infantes, enfermos o ancianos; en la de competidor por los mejores sueldos del mercado o acaparador de puestos directivos; en la de putero dispuesto a liberar su sexualidad reprimida o en la de proxeneta, en la cúspide depredatoria, que se beneficia en todos los demás.
Porque en resumen, gracias a la ideología queer se mantienen los dos pilares esenciales del patriarcado:
–La familia tradicional (blanca o racializada, eso da igual) que sale fortalecida y con ella la consagración de la división del trabajo y el sometimiento de la mujer a la crianza y lo doméstico.
Paradójicamente, el pensamiento queer señala a la familia con una institución indeseada, pero es imposible saber si esa crítica tiene algo que ver con Marx y Engels o solo se refiere a las coerciones sexuales que ampara, algo que desde luego no es un asunto menor.
Pero es difícil de entender, porque no se puede denostar la familia tradicional mientras se anima a las mujeres a criar a sus hijos a demanda, un lujo que solo puede darse dentro de las familias tradicionales.
–Por su parte, la prostitución y la pornografía también se fortalecen con esa aspiración de legalización. Así, podrán seguir siguen siendo parte esencial de nuestras sociedades con el poder simbólico de violencia y dominación masculina intacto, para que nadie dude de quién tiene la hegemonía sexual de la que emanan todas las demás.
Consecuencia: la violencia machista y la violencia sexual no pararán jamás.
No pueden parar mientras la sociedad blanquee la subordinación sexual de las mujeres prostituidas y prefiera ignorar el poderoso nexo que une al varón que va de putas (o lo aprueba y/o comprende) con el marido violento; al varón que va de putas con el tipo que sale de una discoteca de madrugada y viola a una chica solo o en manda, al varón que va de putas con el productor de cine poderoso que exige el canon sexual, y así sucesivamente.
En ese contexto, es difícil creer en esa visión que Nuria Alabao trató de dibujar en torno al carácter liberador del sistema sexo-prostitución-pornografía por mucho que nos propongamos normalizar los vericuetos a veces extraordinariamente oscuros del deseo humano.
Porque explorar esos vericuetos sin prejuicios puede ser un ejercicio interesante pero solo si es para todos y todas, y no si se basa en el abuso de los más vulnerables (en su mayoría mujeres, pero no sólo). Puede ser interesante, pero solo si no hay una parte que explora mientras otra consiente porque no le queda otra. Solo, si sus efectos lúdicos y liberadores alcanzan a todos los participantes en el juego.
Porque de no ser así, solo los puteros blancos y viejos (o jóvenes y racializados, da igual), podrán dar rienda suelta a sus oscuros (o insoportablemente grises) deseos.
Y se equivoca Nuria al hablar de pánico moral que el sexo produce en la extrema derecha. La extrema derecha, y la derecha en general, además de puritanas, han sido siempre puteras. Lo que quizá confunda a Nuria en este asunto es que esas derechas son y han sido siempre las maestras de la doble moral y la hipocresía.
En cuanto al supuesto pánico feminista, que deje de preocuparse por nostras que sabremos sobreponernos a los ataques de ansiedad. Que ya nos tomaremos un lexatin si las creadoras del amor libre entre personas libres e iguales tenemos que asistir al blanqueamiento definitivo de una actividad sexual en la que única libertad que existe es la que impone un mercado moldeado por la demanda masculina. Y eso está lejos de ocurrir.
5.- Pero como dije al principio de este artículo, la cosa no va solo de sexo.
Ni va tampoco de descalificar a las mujeres occidentales por burguesas y blancas. De lo que se trata en realidad es de criminalizar a unas feministas que, ¡OH casualidad!, son herederas de aquellas otras (por cierto, más obreras que burguesas) que hicieron posible uno de los procesos de liberación humana más poderosos que han existido jamás y que, además, han construido cuerpos teóricos sólidos en los que apoyar la exitosa lucha feminista. Porque Occidente se caracteriza por haber practicado un colonialismo salvaje, un capitalismo imperialista y un racismo criminal, pero también por haber alumbrado movimientos de liberación poderosos y esperanzadores.
Por eso, no tardamos en darnos cuenta de que es justamente cuando movimientos como el 8 M o el Me Too traspasan las fronteras nacionales y amenazan con expandirse gracias a la globalización, saltan todas las alarmas.
Es entonces cuando el capitalismo y el patriarcado consolidan su tradicional alianza para frenar el avance feminista y las ideas igualitarias, que amenazan la omnipresencia del mercado en cualquier actividad humana.
Pero para ese empeño neoliberal ya no es suficiente el argumentarlo de las derechas; ha llegado la hora de utilizar armas más seductoras, armas que remitan a una nueva modernidad, a una nueva libertad, a una nueva sexualidad. Armas que no cuestionen el mercado y sean capaces de encandilar a jóvenes, disgregar el feminismo y doblegar a la izquierda para que blanquee sus postulados.
Y la forma de hacerlo consiste en alinearse con unas teorías lo suficientemente modernas, contradictorias, espesas y agresivas como las queer, capaces de camuflar su fuerte trasfondo conservador.
Unas teorías que cuentan de antemano con el apoyo de la poderosa industria farmacéutica, que ya han conseguido instalarse en el seno del feminismo cuando este rechazó de forma contundente la discriminación hacia las personas transexuales y que ha colonizado casi por completo el influyente lobby homosexual.
Ya que, a semejanza de los cucos, son especialistas en parasitar nidos ajenos introduciendo en ellos sus huevos engañosos que acabarán eliminando a los de sus legítimos moradores.
Y para eso, el patriarcado tira de todo su arsenal contrafeminista: desde el espantajo del puritanismo que supuestamente se opone a la prostitución por un inverosímil pánico moral al sexo, hasta el del colonialismo, que trata de dividir el movimiento como si las necesidades emancipatorias de las mujeres pudieran fragmentarse.
Pero esa realidad paralela en la que vive el pensamiento queer queda hoy más desmentida que nunca al observar el movimiento de desobediencia civil de las mujeres iraníes, que no están dispuestas a someterse el poder simbólico y patriarcal del velo.
Por más que eso las haga diversas respecto a las mujeres occidentales. Porque esa demonizada similitud es uno de los argumentos esgrimidos por el régimen autoritarios de los ayatolás que las persigue y asesina.
Un desmentido que deja en evidencia esa ideología queer que gusta de exhibirse en manifestaciones junto a mujeres cubiertas por el hiyab religioso como símbolo de una diversidad elevada a los altares para remarcar su oposición a un inexiste feminismo colonial. Eso, en lugar de apoyar a las mujeres iraníes en su lucha emancipatoria y antiautoritaria, quitándose, como ellas, un velo tan simbólico como real.
Una prueba más de ese empeño queer por dividir el feminismo y que, alentado por el resultado de una agresividad obscena, se propone llegar hasta la cocina y borrar a las mujeres como nadie había intentado hacer desde la época medieval.
Y todo, gracias a una estrategia que no deja de ser curiosa. La misma que utilizan los cucos. Esos que dejan sus huevos en nido ajeno para que salgan adelante mediante el engaño y la apariencia. Esos que, tras eclosionar, se deshacen de los legítimos habitantes del nido que les acogió. Esos que, para forzar la incubación del intruso, emiten sonidos amenazantes para que nadie se atreva a desobedecer.
Esos cucos que esconden sus proyectos ultraconservadores bajo la bandera de la libertad, la izquierda, el feminismo o la diversidad.