1.-Sabemos que las revoluciones se nutren de innumerables revueltas, movimientos contestatarios, nuevas e influyentes ideas, protestas masivas… que van tomando forma a través del tiempo, aunque se trate a veces de un tiempo muy largo medido a escala individual, a escala de generaciones humanas. También sabemos que a veces todas esas inquietudes, antes de converger en un levantamiento generalizado y tal vez violento, tratan de cambiar las mentalidades y la sociedad en temas tan diversos hoy como el feminismo, el racismo, el medioambiente, la sexualidad, la cultura, el sistema económico o social etc.
Pero un cambio de modelo en temas importantes puede ser también pacífico y gradual, aunque es más frecuente que los poderosos, los que rigen el sistema, no estén dispuestos a permitir cambios que sean reales, especialmente si son de carácter económico o atacan alguno de los pilares en que basan sus privilegios. Por eso no dudan en poner en juego las fuerzas de que disponen, prestas a intervenir, para impedirlo.
El otro bando, por su parte, cuenta con la capacidad para librar un sin fin de batallas; explosivas o pacíficas; masivas o de inesperada trascendencia; simultáneas o sucesivas; silenciosas y clandestinas o abiertas y desafiantes; individuales o colectivas; globales, nacionales, artísticas, sociales… batallas que, como piezas de un inmenso puzzle, contienen, cada una y todas juntas, el paisaje más hermoso que se pueda imaginar.
2.- Pero para no perder la potencia de esa capacidad humana de cambiar su propio mundo es importante reconocer que todas las fichas del cuadro son necesarias y que ninguna por sí sola podrá definir el cambiante dibujo que necesitamos. Por eso, me detengo para alentar rebeldías tan sutiles como la de ese empeño de muchas personas por mantener viva en su interior la irrenunciable aspiración de dignidad, igualdad y justicia para todos por igual o la de reconocer que nuestros compañeros de planeta también son sujetos de derecho. Sin ese amor por los valores que han alentado las revoluciones de los que carecen de poder, sin ese aprecio por el cambio, sin esa determinación de no perder jamás la batalla interior, nada será posible. Por esa razón, este aliento no es solo un reconocimiento, si no también la primera de las exigencias humanas.
Porque cada una de las revoluciones personales o colectivas que podamos hacer crecer en cualquier lugar del mundo o de nuestro corazón, por simples que parezcan, son la revolución misma. Sin todas y cada una de ellas preparando el terreno, defendiendo posiciones, reagrupando fuerzas, haciendo acopio de razones, rediseñando argumentos, aglutinando pareceres… nada es posible. Porque todas las revoluciones son La Revolución. Porque la revolución no le pertenece a ningún líder ni a ningún partido. La revolución nos pertenece a todos, es uno de los más preciados patrimonios de la humanidad.
3.-Sé que todo esto suena un poco blando y demasiado ecléctico. Y probablemente es así. Pero esa es la idea. Porque todas las propuestas revolucionarias deben poder integrarse y encontrar su lugar en los cambios que necesitamos y no solo porque aporten otras perspectivas, aceleren procesos o impidan que haya colectivos relegados, sino también porque es la garantía contra el autoritarismo, el partido único o el mismo concepto de partido y todo lo que conlleva.
Porque si no somos capaces de cambiar nosotros mismos, la sociedad no cambiará. Por eso es de vital importancia que cada uno aliente la revolución en su interior. Que reflexione sobre cómo querría que fuera la sociedad y qué cambios necesita su vida. Que se informe, que lea, que escuche, que haga hipótesis, que comparta ideas, que dialogue, que se equivoque, que desobedezca, que niegue. Es necesario que todos amemos la revolución aunque no seamos capaces de más compromiso con ella que el ejercicio del propio pensamiento.
4.- Pero volvamos a la realidad, porque sabemos que incluso los cambios que obtienen cierto éxito y consiguen extenderse, nunca son definitivos. Las fuerzas conservadoras tratarán siempre de reagruparse y recuperar el terreno perdido. A cambio, tampoco las derrotas revolucionarias suelen serlo del todo y si consiguen seguir formando de las aspiraciones humanas, si articulan el imaginario colectivo, renacerán en otros momentos históricos.
Y así sucesivamente.
5.- Sin embargo, ese sucesivamente es engañoso. Desde la aparición de las potentes armas nucleares inventadas por las potencias capitalistas occidentales hasta la evidencia cada vez más inquietante de los efectos del calentamiento global que comenzó con la revolución industrial, hemos dejado de estar seguros de que ese comportamiento de la historia vaya a ser indefinido.
En realidad, cada vez tenemos más claro que el tiempo se acaba. Que ya no podemos confiar en ese exasperantemente lento transcurrir de la historia, ese que, por cierto, condenaba a millones de coetáneos, hombres y mujeres, a la pobreza para ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos. Y mucho más para sus hijas y las hijas de sus hijas, millones de las cuales ni siquiera han llegado aún a salir de la esclavitud que supone la prostitución y la trata.
Así que casi mejor que ese insoportable ritmo se detenga. Mejor para aquellas que no deberían seguir viendo cómo otros les marcan el paso. Ha llegado el tiempo de acelerar los procesos o moriremos.
El interminable combate entre lobos y corderos puede estar llegando a sus últimos asaltos. En alguno de ellos deberemos ser capaces de comprender que cada vez es más urgente acelerar los procesos de cambio. Que debemos dejar de temer la revolución.
Pero esa es otra historia menos ecléctica que ésta y la contaré en los próximos capítulos como la veo a día de hoy, uno más de mi insignificante existencia.