Los zapatos de tacón siempre me han parecido una expresión del machismo del mundo occidental paralelo al uso de la hijab, el vendado de pies en la China tradicional y otras muchas manifestaciones del vestuario femenino bajo el patriarcado.
Todos estos elementos, además de otras consideraciones, tienen en común colocar a las mujeres en una situación de desventaja respecto a los varones.
Si no, pensemos en lo que supone tener que trabajar todo el día fuera de casa llevando un calzado que nos dificulta la movilidad, es incómodo, nos hace perder agilidad y rapidez y acaba por convertirse en una tortura si tenemos que caminar por superficies difíciles o soportar ampollas y rozaduras. Y qué decir si además del trabajo asalariado, la jornada incluye recoger a los niños, hacer la compra y otras tareas de la doble jornada que soportan las mujeres. Pero es que, además del agotamiento extra que los tacones aportan, su uso habitual provoca a medio y largo plazo problemas deformantes del pie y daños irreparables en la columna vertebral que afectan para siempre al conjunto del aparato locomotor.
Este tipo de calzado también desincentiva el deseo y el gusto por hacer deporte, lo que es especialmente grave entre las jóvenes a las que dificulta la posibilidad de correr o moverse de forma desinhibida.
Tampoco ayuda si vas por la calle de noche y alguien te sigue, restándote seguridad para defenderte o huir.
Resumiendo: se trata de un calzado incómodo, nada saludable y altamente limitante aunque, por fortuna, las mujeres lo van relegando cada vez más a circunstancias muy concretas como fiestas y otras ceremonias.
Pero mira por dónde, mientras la emancipación de la mujer ha ido haciendo desaparecer de su indumentaria habitual los zapatos de tacón, alguien se está encargando de colarlos por la puerta de atrás. Y ese alguien es una parte del colectivo transexual que los reivindica como seña de identidad de lo femenino (¿Quéeee?). Los tacones y otros muchos elementos que expresan el sometimiento de las mujeres a los gustos masculinos. Elementos que suelen incluir autoinfligirse sufrimientos gratuitos para responder al gusto patriarcal que pretende limitarnos y someternos todo lo posible.
O sea, que hay unas personas con pene que dicen sentirse mujeres si adoptan los estereotipos femeninos más arcaicos y pretenden hacer pasar ese retroceso por una nueva filosofía del sentir que se impone al hecho mismo de ser mujer.
Y abusando de ese sentimiento no se cortan un pelo en exhibir esos estereotipos en las manifestaciones feministas como si fuera la expresión de una posición avanzada y moderna cuando más bien se trata de mimetizarse con sus tatarabuelas que no podían imaginar que las mujeres un día mandarían a paseo los miriñaques, los corsés, los zapatos de tacón y los estereotipos.
Y así contado, que nadie me diga que no parece que el pene y sus ecos freudianos no tiene que ver con lo que pasa. Porque no por casualidad esta filosofía del sentirse mujer va acompañada de algo tan típico de la misoginia como un mal disimulado desprecio por el cuerpo femenino. Un desprecio por la biología de las mujeres que, sin embargo, deja intacta la masculina, con su pene a la cabeza.
Es como si sentirse fuera lo importante, la biología asociada a las mujeres lo denigrante y lo masculino lo valioso.
Como si ese colectivo trans tratara de blanquear una teoría de la adoración del pene a la vez que tratan de invisibilizar lo que más temen, que es la legítima y orgullosa corporeidad de las mujeres.
Por eso no dudan en insultar a las feministas ( abolicionistas) llamándolas vaginas andantes o recipientes gestantes, como si la norma anatómico/ biológica fuera el pene y tener vulva, la anomalía.
Y no queridas amigas trans, si queréis ser feministas tenéis que asumir que la vagina es tan canónica como el pene y que no la vamos a esconder nunca más, como tampoco esconderemos la regla ni dejaremos que se nos manipule por nuestra posibilidad de gestar, algo inherente a nuestra humanidad, lo que viene siendo mal que les pese a muchos, la humanidad misma.
Freud murió hace mucho tiempo y la envidia ya no está en el bando de las mujeres. Lo siento por quien lo lamente, pero allá se las componga con su envidia particular.