La vida
Recuerdo una época en la que me interesaba mucho por el sentido de la vida. Incluso recuerdo a mi hermano y a mi primo formando parte del núcleo duro que organizaba tertulias semanales para abordar un tema que nos parecía central pero que, al final, resultaba ser un simple punto de partida para tratar otros asuntos que seguramente tenían más que ver nuestra realidad de entonces. En todo caso, tengo que reconocer que no fuimos capaces de dar con ello. Nunca encontramos cuál pudiera ser ese sentido, si es que existía.
Más adelante, empecé a escribir novelas policíacas, sin saber por qué lo hacía. Por un lado, deseaba contar historias, pero no encontraba el momento de hacerlo porque sentía que aún no tenía nada interesante que contar. Estaba convencida de que lo conseguiría con experiencia (s), sabiduría y tiempo. Pero como el tiempo pasaba y la sabiduría no llegaba, decidí ponerme a ello a pesar de todo, refugiándome en un género que me encantaba y que a la vez me protegía de ciertos desafíos.
Pero claro, no me sentía muy satisfecha con esa falta de ambición y a menudo me preguntaba de dónde salía esa necesidad imperiosa que me impulsaba a seguir escribiendo a pesar de no saber si tenía algo novedoso que decir.
Y no había forma de encontrar una respuesta, si acaso la idea difusa de que cada novela, cada historia, significaba recorrer un camino y que no hay otro modo de aprender que intentándolo.
¡Eureka: el sentido!
Hasta que un día se hizo la luz: ¡¡¡todo tenía que ver con el sentido!!!
Por un lado, parecía claro que nada esencial podía aprender de la realidad porque la auténtica verdad es que la realidad, y la misma vida, no tienen sentido alguno. La realidad es plana e irrelevante y transcurre de forma aleatoria o simplemente obligada, sin razón o propósito alguno, sin un por qué ni un para qué.
Pero algo muy distinto ocurre con las historias. Porque las historias tienen sentido.
Por eso a los humanos nos gustan tanto, las necesitamos más que el aire que respiramos porque incluso sin saber por qué consiguen conmovernos, enseñarnos, darnos esperanza, descubrirnos el mundo y los mundos.
Lo que las hace mejores que la vida no es lo que sucede en ellas, porque a poco que observemos nos daremos cuenta de cuán cierto es aquello de la realidad supera a la ficción. Lo que tienen de extraordinario, es que adquieren sentido al ser contadas.
Realidad y ficción
Fijémonos en una vida cualquiera y nos daremos cuenta de que por insignificante que parezca puede dar lugar a un buen relato. Una vida no contada, en cambio, es como si no hubiera existido de forma que cuando muere en la memoria de sus testigos inmediatos desaparece para siempre. Pero esa misma vida no solo existe y perdura, sino que en cuanto aparece un narrador adquiere auténtico sentido humano. Y lo mejor: si lo deseas, el narrador puedes ser tú y tu vida, la historia.
La realidad y la ficción son, por tanto, cosas muy parecidas pero con la diferencia magistral de que la segunda es capaz de aportar sentido.
Reflexionando sobre esto y las novelas me pareció que en la mayoría de ellas el sentido global del relato no se conoce hasta el final y tiene que ver con cómo se cierra la historia o en cómo se deja abierta para siempre. Lo interesante es darse cuenta de en qué momento está todo dicho y lo dicho da cuenta sobrada del sentido de lo contado.
También pensé que todo mi empeño en escribir, toda mi búsqueda, debía esconderse en los finales de mis historias que debían encerrar alguna verdad por insignificante que fuese.
Y esa misma idea me llevó a pensar que es en los finales de todas las narraciones escritas o contadas a lo largo de la historia donde debe residir el sentido que la humanidad ha intentado otorgar a la vida humana.
Estas reflexiones encuentran una formulación afortunada, que dedico desde aquí a mi hermano y a mi primo, en el best seller Homo Deus, de Yuval Noah Harari que, refiriéndose a nuestra época como la del triunfo del humanismo, dice:
Mientras que tradicionalmente un gran plan cósmico daba sentido a la vida de los humanos, el humanismo invierte los papeles y espera que las experiencias de los humanos den sentido al gran cosmos. Según el humanismo, los humanos deben extraer de sus propias experiencias internas no solo el sentido de su propia vida, sino también el sentido del universo entero. Este es el mandamiento primario que el humanismo nos ha dado: crear sentido para un mundo sin sentido.
El relato
Para terminar, quiero señalar que una expresión explícita y objetivable de ese intento se encuentra en la literatura y en especial, en la narrativa. Por eso no es extraño que hoy en día se de tanta importancia a la idea de relato.
No hay mensaje sin relato, diría yo, porque los mensajes sin un sentido desaparecen bajo el peso de la banalidad.
Tema aparte sería cómo acceder a la sabiduría y la sensibilidad necesarias para extraer el sentido de cada historia, de cada pequeña historia.