Una explicación sobre la consciencia y el yo.
1. Tanto escribir sobre el sentido, el relato, la voluntad de ser, el yo… para darme de bruces en una lectura divulgativa de este verano (En busca del yo, Jesús Zamora Bonilla, 2018) con Antonio Damasio, un conocido neurocientífico que más o menos viene a decir que todo lo que creemos que existe es una ficción de nuestro cerebro (hasta ahí, vale), pero que el cerebro no solo crea esa ficción, esa “película”, sino que también crea al mismísimo espectador que resulta ser un personaje que habita dentro de ella. Una metáfora elocuente para decir que el “yo” es una de las muchas ilusiones cognitivas generadas por nuestro cerebro que solo se rige por intereses evolutivos y no por un deseo o necesidad de representar “la realidad” (en todo caso, solo lo justo para que podamos sobrevivir y reproducirnos) ni por un deseo o necesidad de que existamos en forma de lo que conocemos como “nuestro yo”.
2. Explica el libro de Jesús Zamora Bonilla que, como es obvio, el cerebro no necesita la consciencia para procesar las ingentes cantidades de información que le permite mantenernos con vida; es decir, que se basta y se sobra sin consciencia. Pero parece que algunos cerebros, en un momento evolutivo determinado, trataron de superar la excesiva modularidad de su estructura para poder disponer de forma rápida y versátil de una parte de la información que procesaban y empezaron a desarrollar procesos cerebrales específicos altamente subjetivos… y esos procesos son, más o menos, lo que conocemos como consciencia.
Un poco más adelante, aparecieron otros desarrollos cerebrales capaces supervisar los posibles errores de los procesos anteriores, desarrollándose entonces lo que se conoce como consciencia reflexiva…es decir desarrollando el mismísimo “yo”.
Como parece lógico, el cerebro no permitió a la conciencia tener acceso a toda la información que procesaba permanentemente (tal vez incluso estableció un cortafuegos). De hecho, la consciencia, con su funcionamiento lineal, no es capaz de procesar de forma simultánea una cantidad de información tan ingente; al fin y al cabo, fue creada para trabajar solo con una pequeña parte de la información que debía estar disponible de forma rápida, no para engendrar un monstruo con una conciencia tan poderosa como el propio cerebro.
3. Hummm…! entonces resulta que esta teoría explica también esa percepción tan humana de que estamos formados por cuerpo y mente (materia y espíritu, cuerpo y alma) como si fueran dos cosas separadas (¿efecto del cortafuegos?), una material y la otra, la otra…quién sabe, hay hipótesis para todos los gustos. Sin embargo a pesar de que existe claramente una parte inconsciente (cerebro) y una parte consciente ( “yo”), tal separación no existe (en todo caso, sería lo material lo que manda sobre lo espiritual algo que desmentiría la famosa afirmación de Descartes convirtiéndola en: existo luego pienso y no al revés) porque somos un organismo material con el único interés de sobrevivir, que ha ido evolucionando hasta crear una sensación subjetiva capaz de supervisarse, de verse a sí mismo, sensación cuyo único objetivo es optimizar el funcionamiento del cerebro haciéndolo cada vez más poderoso.
El surrealismo, los sueños y Dios
4. Pero a la postre, todo esto no es tan sorprendente si, como es normal, no crees en el espíritu. Lo que ocurre es que al disponer de una explicación razonable para esa sensación de “ser” que todos sentimos, es fácil que se dispare la imaginación haciendo que, por ejemplo, percibamos el “yo” como un simple autómata manejado por un cerebro no solo poderoso sino también muy, muy ambicioso… o que ese “yo” que tanto apreciábamos (Pienso, luego existo) nos parezca ahora un fraude, una idea falsa, banal e inconsistente; algo sin poder ni sustancia cuyos nexos con el poderoso cerebro son inciertos.
5. La cuestión de los nexos se me antoja, de repente, de vital importancia y recuerdo entonces que además del “yo” y del cerebro, a medio camino, encontramos los sueños y pienso que acaso ellos sean las vías de comunicación diaria entre ambos. Nada tendría de extraño que así fuera ya que nuestros sueños contarían con cualidades de ambos mundos: por un lado con la extrema subjetividad del “yo” y, por otra, con la inconsciencia y falta de voluntariedad del cerebro.
Y ya que hablamos de voluntad, comentar que si la voluntariedad definiera la supuesta libertad del “yo” (también discutible, desde luego) la falta de voluntad del cerebro lo dibujaría como un poder ciego y sordo, inevitablemente inquietante para el yo.
6. Y volviendo a Damasio se me ocurre que si es el cerebro el que escribe nuestra película, el personaje y al propio espectador no cabe duda de que el cerebro es el director de film, pero también su productor, su distribuidor, su todo; en pocas palabras, ¡es su CREADOR!…y eso se parece mucho a la idea que tenemos de Dios.
Quizá los humanos se formaron la idea de Dios como un principio creador que aplicaron al universo entero sin darse cuenta de que cada uno de ellos, cuya esencia es intrínsecamente subjetiva, es, a menor escala, ese universo imaginado. En resumidas cuentas, el único Dios que puede existir para nosotros sería nuestro cerebro y nosotros mismos (o nuestra idea de nosotros mismos), una creación a penas capaz de conocer a su Dios (los sueños cumplirían entonces la función de la oración, única vía de contacto)
7. De nuevo los sueños…misteriosos, sugestivos que parecieran tener un papel extraordinario al constituir el único camino natural y cotidiano hacia el cerebro no consciente, es decir hacia esa parte todopoderosa que posee toda la información sobre nosotros mismos que nos ha sido negada (supuestamente por nuestro bien). Y entonces ante nuestros ojos se perfila una aventura inesperada, una especie de búsqueda interior del Grial que habita en el centro de ese monstruo que nos domina llamado cerebro. Porque, ¿quién nos dice que esa información que se nos escamotea solo contiene instrucciones para que funcione adecuadamente el corazón o se disparen las defensas ante un ataque vírico? Quién sabe si lo que se nos oculta en realidad es quiénes somos y necesitemos emprender urgentemente el camino que conduzca al Grial.
8. Pero seguramente son muchos los posibles caminos. El movimiento surrealista ya emprendió esa experiencia transitando por el mundo de los sueños. Tal vez los místicos encontraron su propia senda como lo hicieron otros a través de drogas como la dimetiltriptamina (llamada la droga de Dios) y como lo intentan los que se entregan a meditaciones profundas. Los creadores también dan cuenta de este dilema recreándolo en numerosos personajes de ciencia ficción como el replicante de Blade Runner buscando a su creador con desesperación, asaltando la inviolable torre en la que habita para que le explique quién es y le conceda no morir.
Y también está la Ciencia, una metodología creada por el “yo” (en este caso por la colaboración de muchos “yo” durante mucho tiempo) preparándose desde siempre para asaltar los misterios del cerebro.
¿Pero dónde está el Grial?
9. Hasta yo misma llevo algún tiempo dando vueltas a este asunto, aunque es verdad que mi hipótesis gira en torno a la memoria como eje central del “yo” (después de todo, sin memoria el “yo” se desvanece, como parece que ocurre en los enfermos de Alzheimer). He leído, pensado, incluso experimentado con la memoria y los recuerdos y me resisto a abandonar la idea de que los datos de esa memoria (almacenados de forma dinámica en algún lugar, reconstruyéndose cada vez que se recuerda, siendo capaces incluso de reproducir orgánicamente el mismísimo pasado) sean la materia prima de lo que somos.
Porque si eso es así, esos datos vitales están en algún lugar del cerebro y de alguna forma también lo está el “yo”. Por eso me pregunto si también valdría la metáfora de que el “yo” es la parte del software que hace correr el videojuego o sería más acertado suponer que el “yo” tiene que ser el videojuego completo.
Si es lo segundo, no seríamos solo procesos (neuronales) y habría un lugar donde encontrar lo que buscamos…