Parte II
Prosigamos…
Si tuviera hambre, yo podría salir corriendo tras la primera gallina que viera con la intención de cazarla y arrancar después con mis caninos su carne caliente y sanguinolenta.
Pero no lo hago.
Prefiero dirigirme a un restaurante para alimentarme, por ejemplo, con el sofisticado ají de gallina que la cultura me ofrece.*
Y no es que este ejemplo culinario vaya a ser la idea fuerza de este artículo, pero su sencillez me parece suficiente como antecedente para entrar en materia.
Y en esta materia, lo primero que me viene a la memoria es mi infancia, época en la que ya tuve que soportar un discurso único y autoritario sobre la maternidad. Discurso que me llegaba por todos los medios posibles: aulas, pantallas, libros, conversaciones diversas o púlpitos.
Era además, un discurso que bajo una supuesta apariencia descriptiva, a veces vengativa, cuando no abiertamente argumentativa, incluía el consabido: “parirás con el dolor de tu vientre”.
Y como no podía ser de otra manera, ese discurso disfrazado de realidad inapelable, me resultaba ya entonces bastante agresivo, cuando no simplemente desagradable. Pero sobre todo, me resultaba anacrónico.
Me lo sigue pareciendo.
Siempre me he preguntado qué sentían el resto de niñas cuando la sociedad entera les enfrentaba a un destino inexorable y doloroso además de indisolublemente unido a su propia identidad.
Nunca se lo pregunté porque creí ingenuamente que los modernos métodos del “parto sin dolor”, la anestesia epidural y otros “avances” ligados a la ciencia y al progreso habían venido a restañar esa “injusticia”. Era una época en que la lucha por los derechos de las mujeres estaba dando frutos en muchos otros terrenos y yo era aún pequeña.
Me detengo un momento para decir que soy consciente de que calificar un hecho natural de injusto es inadecuado, al igual que lo sería afirmar que el simple hecho de sentir hambre o sed convierte a los humanos en víctimas de una injusticia.
¿Porque una injusticia de quién, de la Naturaleza?
Veamos un ejemplo. Cuando a principios del siglo XX se producía la muerte de un niño a causa de una neumonía, sus padres, prisioneros por la más terrible impotencia, no dudaban en calificar la vida misma de injusta y de injusto su destino…
Y aunque podamos entender su dolor, debemos reconocer que no tenían razón, que el bacilo de Koch podía ser letal para un humano indefenso, pero no podía ser calificado de injusto.
Pues al igual que sucede con el bacilo, tampoco podemos atribuir a la Naturaleza categorías aplicables únicamente a los humanos dotados de conciencia y libertad como justo, injusto, bueno, malo, cruel o bondadoso.
Pero aún siendo así, esos antepasados de los que hablaba más arriba decidieron rebelarse contra algo que les hacía sufrir y redoblaron los esfuerzos para descubrir algún modo de combatirlo.
Y por ese camino que no contempla la resignación, consiguieron descubrir los antibióticos que a partir de entonces salvaron la vida de muchos niños, gracias a la ciencia y en sintonía con lo que llamamos progreso.
Así, en el caso que nos ocupa, la “injusticia” de la que hablaba unos párrafos más arriba no se refería al modo en que la Naturaleza ha previsto la procreación, sino al modo en que la sociedad ha inculcado en las mujeres la aceptación absoluta de una manera de traer hijos al mundo.
Se trata de una manera que considera normal (¿natural?) una forma de reproducción que conlleva el deterioro del cuerpo de la mujer, la exposición a enfermedades y sus consecuencias, el dolor y el riesgo para la vida durante el parto, además de los duros efectos físicos del postparto o el riesgo de sufrir depresión. Eso sin contar con la tiranía de la lactancia, otro de los tabúes más extendidos en nuestra “sociedad moderna”.
Se trata de una manera que ni siquiera considera necesaria una investigación científica cuyo fin sea erradicar de forma radical ese conjunto de efectos dañinos del embarazo y el parto (muchos de ellos inevitables en el actual contexto “natural”) que tanto han hecho y hacen sufrir a las mujeres.
Y para que ni siquiera proceda cuestionar esta forma de traer hijos al mundo, primitiva donde las haya, la oscura sociedad patriarcal en la que vivimos ha elaborado e inoculado en hombres y mujeres el gran tabú de la maternidad, inventando de paso un instinto de existencia más que dudosa.
Pues bien, creo que daremos un paso de gigante cuando consigamos eliminar uno más de esos lazos con la naturaleza que sigue haciendo padecer al 50% dela población.
Continuará…
*En realidad, creo que nuestro futuro será vegetariano ( como mínimo). La especie humana no necesita matar animales para sobrevivir y hacerlo es un síntoma más de falta de conciencia.