No sentirse segura con una persona o en un espacio se ha convertido en un lugar común que se usa de manera recurrente tanto para cancelar a una profesora a la que ni siquiera conoces como para reivindicar la segregación cuando la seguridad de niñas y mujeres se ve comprometida. También se habla de espacio seguro cuando en un grupo de debate se discuten u opinan cosas que no son del agrado de alguien, cuando hay alguien que agrede verbalmente o alguien siente que se le juzga por algún motivo espurio.
En los barrios es importante que haya lugares donde la seguridad esté garantizada, calles, plazas, parques y no siempre es así. En mi distrito, por ejemplo, hay nazis que a veces agreden a la chavalería que no es de su agrado.
Hay otra manera o maneras de ver este tema de la seguridad. Las calles tienen obstáculos, baches, raíces de árboles que han levantado el pavimento, cacas de perro sin recoger, poca iluminación de algunas zonas, hojas resbaladizas en las aceras. Eso hace que no sean lugares físicamente seguros para las personas con menor agilidad, con problemas de vista o de movilidad, niñas y niños.
Luego está la seguridad de tener un techo o la inseguridad de no tenerlo garantizado. Ni techo ni comida, ni trabajo ni servicios. Pobreza se llama. Precariedad. De eso también tenemos.
Yo, personalmente siento que mi casa no es un espacio seguro. Porque no es mía y soy mayor. Porque dependo de otras personas para seguir en ella. Porque no la vivo como un hogar.
Sin embargo sentía que Montamarta, espacio vecinal, sí era un espacio seguro. Proporcionaba cobijo y acogía actividades e ideas. Pero se acabó.
Ahora andamos de acá para allá. Sin espacio y con las personas cada vez más dispersas. Sin terminar de aposentar todas las ganas de apoyar y trabajar, sin encontrar acomodo. Sin poder materializar el apoyo mutuo.
Y así, como pollo sin cabeza me muevo por los días y las noches. Con tristeza, con cansancio, con apatía que dicen en un anuncio que son tres síntomas de enfermedad mental. Y tanto!!!!
De la enfermedad mental que provocan el capitalismo y el patriarcado cuando se alían para exprimirnos, explotarnos, violentarnos y generarnos esta inseguridad que no se va por muchos antidepresivos que nos receten, por muchas terapias a la que vayamos. Porque la desesperanza no se cura con pastillas, se cura con revolución y no estamos listas.