Bajando en choc la Quebrada de Guerreros, un a modo de Despeñaperros antes de la autovía, que une Arequipa con la costa, experimentas miedo. Miedo a que el autobús se despeñe, a que quienes van sentados de cualquier manera comiendo chuches, salgan disparados por las ventanillas, a que un bache haga salir volando el vehículo a su vez hacia el cielo. Te sientes vulnerable.
Flora la subió en mula hasta llegar al desierto que precede al oasis de la ciudad blanca y casi le cuesta la vida. Hace casi dos siglos. Pero había atravesado el océano hasta llegar al Perú y había estado en peligro real en varias ocasiones así que su determinación fue más fuerte que la lógica de la Naturaleza y llegó a su destino. Viajaba sola, era parisina y se autodenominaba paria porque había sido maltratada por su marido, de quien huía, se invistió de una falsa soltería , tenía lejos de ella a sus hijos y había sido despojada de su casa familiar a la muerte de su padre de quien era hija natural. Su increíble viaje hasta América estaba motivado porque creyó obtener de su familia peruana el reconocimiento como hija de su padre y, a la vez, un dinero de la herencia que le permitiera mantenerse.
Ese increíble viaje para una mujer sola de principios del S. XIX, lo narró en su obra más emblemática: “Memorias de una paria” y nos presenta a una Flora preocupada por las cuestiones sociales y por la situación de subordinación de las mujeres, pero, aún, sin haber tomado conciencia plena de las raíces de las opresiones. Sin embargo, como buena narradora, describe de forma minuciosa la sociedad criolla del Perú, recién conquistada la independencia y, por tanto, muy relacionada con España. Lo hace desde su experiencia de viajera “exótica” y de clase alta que juzga a veces con una notable eurocentrismo rasgos del nuevo país que no comprende.
Lo más valioso de su mirada es la perspicacia y solidaridad con la que retrata a numerosas mujeres que va encontrando en su azaroso camino. Aristócratas poderosas, una presidenta ambiciosa y dura, monjas de conveniencia, familiares acogidas a la caridad del patriarca de la familia, las tapadas limeñas, una galería de retratos viva y sugerente que, desafortunadamente, no incluye a las indígenas por razones obvias.
¿Amó Flora el Perú? De su narración se desprende interés y fascinación, pero no cariño. Supongo que en aquellos años convulso sería difícil conocer a fondo una sociedad que, hoy, sigue siendo compleja. Al Perú se le ama a pesar de sí mismo y hay que viajarlo muy transversalmente para comprender toda la grandeza que encierra.
La gesta de Flora, en sí misma, más allá del valor literario o político, es un referente como testimonio de la osadía, valentía y empoderamiento de una joven con una vida de folletín decimonónico que decide romper con su destino y lanzarse a la consecución de sus intereses y deseos. Más tarde, vendría la toma de conciencia y la militancia obrera.
Pero eso es otro capítulo.