1.- Me quejaba en un artículo previo a la invasión de Ucrania de que echaba de menos un análisis de izquierdas que diseccionase con su criterio las poderosas fuerzas puestas en juego en este conflicto (económicas, políticas y geopolíticas). Un análisis que también considerase los intereses de las clases medias y trabajadoras de cualquiera de los bandos. Que hablase menos de intereses de países o de bloques y más de las apuestas divergentes dentro de un mismo bando o del peligro de ciertas coincidencias en ambos lados del conflicto.
Entre esas peligrosas coincidencias me refiero, por ejemplo, al armamento.
Es más que probable que la poderosa industria armamentística norteamericana (también la europea, pero con matices) ambicione un impulso comercial decisivo tras el adormecimiento de las guerras recientes en torno al Eje del Mal. Pero no solo eso, puede que también necesite recuperarse del sobresalto sufrido ante la política de Trump que, aún apuntalando el mercado interno, rebajó el compromiso norteamericano con instituciones de defensa como la OTAN.
Y para superar ese susto nada mejor que incentivar una nueva e importante guerra que requiera una ingente cantidad de armamento, siempre que se desarrolle lejos de las fronteras de EEUU.
Y mejor si esa contienda precisa una amplia gama de soluciones armamentísticas y no solo las utilizadas en las guerras de guerrillas que suelen seguir a las invasiones. Y mucho mejor aún si se consigue un conflicto duradero, lo más amplio posible y que incluya a países ricos.
De ese modo se puede dar salida a los stocks a la vez que se acomete una modernización de los ejércitos occidentales.
Pero la industria armamentística rusa necesita también deshacerse de todo su armamento obsoleto. Como expresión de ello pudimos comprobar hace poco cómo se diseccionaban en territorio ucraniano los escandalosamente pasados de fecha paquetes destinados a la alimentación de los soldados rusos. El Ministerio de Defensa de Putin (¿o se llama Ministerio de las Invasiones?) también necesita dar salida a una ingente cantidad de material anticuado para abrir paso a las novedades de su no menos potente industria armamentística.
Otra pequeña gran muestra de ese deseo de actualización de los ejércitos que ha trascendido es el intento del ejército polaco de enviar a Ucrania los aviones de fabricación rusa más anticuados a cambio de aparatos norteamericanos mucho más modernos.
Así que entre unas cosas y otras es imposible no preguntarse si tal vez los invasores no tienen tanta prisa en ganar Ucrania como en un primer momento se pensó y estarán reservando su armamento más moderno para fases posteriores del conflicto.
De ser así, podrían hacerse realidad los sueños de los fabricantes de armamento de todo el mundo conocido y tendríamos que preguntarnos de forma urgente qué tipo de conflicto se está preparando mientras hablamos de Ucrania.
2.- Pero volviendo al artículo previo a la invasión que mencionaba más arriba, tengo que reconocer que se me escapaba entonces que la izquierda, al menos donde gobierna, no puede escabullirse del conflicto sin más y que, por tanto, tampoco puede permitirse análisis distintos a los que resulten “convenientes”.
Ignoro si los mandatarios de izquierdas se hacen trampas en el solitario y los análisis de los que parten para sus decisiones son tan simplistas como los que nos regalan a la gente de la calle a través de los insistentes medios de comunicación.
Pero lo que sí creo es que son conscientes de que conviene instruirnos cuanto antes sobre lo que debemos pensar y sentir ante la “Guerra de Putin”, señalando al mandatario ruso como el malo malísimo de la película, aunque no sin razón.
Pero no es ese el punto, porque reforzar el imaginario de malos y buenos sirve en este caso para que estemos preparados para reaccionar de una manera determinada ante lo que pueda venir. Para que las poblaciones occidentales actúen como se espera tras años de programación calculada por las películas de Hollywood, que se remontan a las gloriosas intervenciones in extremis del Séptimo de Caballería y que confluye en la actualidad con la lógica de guerra de los videojuegos.
Y es que no puedo dejar de pensar que nos están macerando la mente con las imágenes que escupen durante horas las televisiones occidentales como si de un auténtico lavado de cerebro se tratase. Con esas imágenes terribles que no pueden dejar de conmovernos..
Y ese empeño, que ha excluido en el pasado el apoyo occidental a causas tan justas como la ucraniana, solo puede significar una cosa que no quiero decir en voz alta.
Pero no hace falta que lo haga, porque al igual que Putin ya ha utilizado las palabras ataque nuclear, Biden lo ha hecho con III Guerra Mundial.
Y todo suena a que cualquiera de los dos, llegado el momento, puede considerar que ha sido el otro quien ha cruzado la línea roja, cualquier línea roja. La propaganda se encargará de hacer que nos lo creamos.
Por eso estoy echando de menos en todo Occidente autenticas manifestaciones tan masivas como cuando nos opusimos a la guerra de Irak. Manifestaciones capaces de hacer pensar a los mandatarios de nuestros países que no nos vamos tragar que una Tercera Guerra Mundial es inevitable.
Estoy echando de menos manifestaciones en torno a una única pancarta que solo el pensamiento pacifista, feminista, ecologista y de izquierdas podría enarbolar.
La de única pancarta posible. La pancarta de
No a la Guerra de Putin.
No a la Guerra de la OTAN