Hablé de poliamor, pero quería decir herencia.

Cuando empecé a escribir sobre el poliamor, hice un poco de trampa casi sin darme cuenta.

La cosa ocurrió cuando traté de dar con las raíces de ese deseo humano de mantener a lo largo de la vida  más relaciones amorosas y sexuales que las que tienen como  horizonte la familia tradicional monogámica. Fue entonces cuando dejé de interesare por el poliamor para fijarme en un asunto que me atrajo mucho más.

Me refiero a   la legitimidad sagrada que otorga nuestra sociedad a la propiedad y a la herencia, así como  a la indisoluble relación que se establece entre  la herencia genética y  la transmisión de propiedades.

Porque me resulta obscena la naturalidad con que la derecha  (representación política del capitalismo) clama  por la desaparición del impuesto de sucesiones o, lo que es lo mismo, la naturalidad con que mantiene su ataque frontal   a la moderna aspiración de las sociedades avanzadas a la igualdad de oportunidades.

Porque en realidad, debería escandalizarnos que  haya niños y niñas que no precisarán de esfuerzo alguno para hacerse con unos bienes materiales que les solucionarán la vida o enriquecerán, mientras otros no dispondrán de nada parecido.

Se trata de niños y niñas que todo tendrán que conseguirlo  con su esfuerzo, un esfuerzo mucho mayor que el de los acomodados herederos que, en virtud de los bienes de sus progenitores, gozarán desde la cuna y sin mérito propio de innumerables ventajas competitivas.

El impuesto de sucesiones debería servir, al menos, como elemento parcialmente nivelador de las diferencias entre unos y otros. Obvio es que deberían quedar exentas de dicho impuesto las herencias que se se mantuvieran dentro de determinados límites económicos, como ocurre en algunas CCAA.

Y es que toda la fanfarria que sacraliza la herencia no solo ampara  la exigencia de una  nula imposición fiscal eliminando el impuesto de sucesiones , sino que justifica y da sentido a una forma de propiedad ligada al ansia de acumulación ilimitada de riquezas propia del capitalismo.

Pero tanto o más que todo eso, me llama la atención la buena salud de la que goza la alianza entre capitalismo y patriarcado. Me refiero a que cuando el primero clama por mantener la herencia como transacción sagrada  libre de impuestos  eleva también  a sagrados los valores patriarcales que se derivan de la estructura social y familiar creada en torno a ella.

Y es de esos valores patriarcales que el capitalismo de hoy adapta con solvencia al mundo moderno de lo que en realidad quiero hablar, empezando por los vientres de alquiler y siguiendo por el amor, la fidelidad, la prostitución y otros muchos cuya lógica última tiene que ver con este asunto.

Los vientres de alquiler son la expresión, en el siglo XXI, del deseo patriarcal de perpetuar la herencia genética junto con la de los bienes materiales.

De no ser así, de dónde sale ese empeño de muchas parejas homosexuales masculinas de tener hijos biológicos cuando pueden adoptar niños que necesitan un hogar y alguien que les quiera. ¿Es que acaso no se han dado cuenta de que sus vientres  no pueden engendrar? ¿A qué viene ese impulso de colonizar cuerpos femeninos si no es  fruto de la más elemental de las fantasías patriarcales?

La realidad es que muchos hombres se resisten a legar  sus bienes a quienes no sean de su misma sangre, como si la fantasía de la descendencia biológica  les permitiera a ellos mismos perpetuarse a través de sus propiedades.

O dicho de otro modo, algunos hombres homosexuales no se resignan a no poder transmitir sus genes junto con sus cuentas bancarias.

Ambas cosas (cuentas bancarias y genes) parecían formar parte de un pack y algunas parejas confunden su derecho a formar familias  como les parezca oportuno con el derecho al lote tradicional completo, con transmisión genética incluida a través de un vientre de mujer.

Por esa razón, éste se ha convertido en un punto de desavenencia entre el feminismo y algunos movimientos homosexuales masculinos que junto con su legítimo derecho de  liberación deben abordar una contundente  desintoxicación patriarcal.

Lo mismo ocurre, por supuesto,  con las parejas heterosexuales que, al no poder llevar a término un embarazo, están dispuestas a alquilar cuerpos de mujeres sin recursos para cumplir como sea  con el ideal patriarcal por antonomasia.

Y me temo que eso no va a poder ser.

Continuará…

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