El otro día vi por casualidad Money & Monster una película más bien fallida de Jodie Foster, Julia Roberts y G.Clooney que, sin embargo, consigue dejarnos entrever el terrible rostro del capitalismo financiero de la actual era globalizada.
Yo andaba pensando en seguir escribiendo sobre la socialdemocracia que, tras las elecciones francesas ofrecía una nueva excusa para la reflexión. Sin embargo, ese pensamiento quedó barrido por la estremecedora visión del capitalismo que Foster ofrece en su película y que, aplicado a mi reflexión pendiente, se resumiría así: El poder del capitalismo se ha reforzado de tal manera con la globalización que la socialdemocracia, en cualquiera de sus versiones, no es más que un castillo de naipes a su merced.
¡Nada que hacer!…las esforzadas normas del socialismo moderado, incluso en su mejor versión, solo consiguen hacer cosquillas a las escurridizas multinacionales o al veloz ir y venir del dinero real o ficticio en su busca insaciable de beneficios cada vez mayores.
Por eso no es de extrañar que una buena parte de la clase obrera, el campesinado, las clases medias empobrecidas y las pequeñas empresas castigadas por la deslocalización, la evasión de capitales, la elusión fiscal de las grandes compañías o la falta de una auténtica competencia den su apoyo a grupos políticos que proclaman una vuelta al proteccionismo, la expulsión de la mano de obra extranjera y la exclusión de los beneficios sociales a los inmigrantes.
El voto obrero y popular se divide, como en la Europa de entreguerras.
No hay misterio alguno en ese voto (con antecedentes históricos de sobra conocidos) que cree obtener con él una respuesta inmediata y simplista al miedo desatado por la crisis, aún a costa de echarse en brazos del fascismo.
Tampoco lo hay en la otra parte de las capas populares que miran hacia opciones izquierdistas. Desencantadas de una socialdemocracia que no plantó cara al capital cuando fue necesario y que ahora parece incapaz de hacerlo atrincherada en su mantra “moderado”, miran con esperanza hacia grupos que mantienen viva la tradición anticapitalista como fuente de inspiración ideológica hábilmente aderezada con elementos populistas.
Lo malo es que esos grupos, con una fuerte influencia comunista, no han sido capaces de explicar al mundo los errores de una corriente de pensamiento que arrastra fracaso tras fracaso en sus realizaciones prácticas y cuyos vestigios en el mundo actual no sirven precisamente de ejemplo.
Pero la verdad es que esa nueva izquierda surgida de la crisis financiera de 2008 no cree necesario explicar nada y se ha instalado tranquilamente en una ambigüedad que bajo mi punto de vista escamotea a la gente la posibilidad de evaluar la coherencia de su proyecto global.
La unidad y un internacionalismo de nuevo cuño, deben ayudar a refundar la izquierda.
Puestas así las cosas, uno se pregunta si es posible mantener vivo algún tipo de aliento y dónde ir a buscarlo.
Yo solo soy capaz de imaginar la posibilidad de construir un dique de contención al desbocado capitalismo postcrisis si las fuerzas populares son capaces de trabajar en dos direcciones: una es la de la convergencia de partidos y movimientos bajo una apuesta unitaria, beligerante pero profundamente democrática junto a un internacionalismo de nuevo cuño, no basado en los aparatos sino en los movimientos populares.
Lo primero supone explorar hasta el fondo y a fondo el camino de la unidad, dejando de lado cualquier otro cálculo. La actualidad política apunta a una ruptura del bipartidismo que visibiliza una creciente pluralidad mientras el auge de los ultranacionalismos fascistas requiere resistencias fuertes y cohesionadas. Esto hace más necesario que nunca el abandono de cualquier sectarismo y la búsqueda de una unidad que garantizando la pluralidad, permita la refundación de una izquierda mucho más moderna, capaz de incorporar los contenidos y las metodologías de movimientos como el feminismo o el ecologismo (entre otros), asumiendo que no se trata simples opciones tácticas sino de nuevos puntos de partida.
La otra, es empezar a trabajar un nuevo internacionalismo (en la línea de lo que están llevando a cabo, de nuevo, los movimientos ecologistas o feministas) capaz de oponerse a la globalización capitalista, estableciendo lazos más allá de las fronteras nacionales, en oposición al auge de los nacionalismos.
La izquierda debería dejarse contaminar por los nuevos movimientos para construir una nueva radicalidad, alejada de los liderazgos fuertes.
En mi opinión, la izquierda debería renunciar abiertamente a las tentaciones populistas para dejarse contaminar por los nuevos movimientos de los que puede recibir el frescor de nuevas ideas, alentadoras formas de ver el mundo y una nueva forma de entender y construir la determinación radical.
El peor enemigo de la izquierda, sea socialdemócrata, socialista o comunista es su larga historia de rupturas y sectarismos que se expresa, siempre, con la exaltación del líder. También el populismo se basa en liderazgos fuertes, al igual que el comunismo, el nazismo o el fascismo.
Limitar el poder de los y las líderes carismáticos, mucho más difuminados en los nuevos movimientos, siempre jugará a favor.