Conocí a la China a través de una amiga con la que me estaba reeencontrando tras años de ausencia. Me la presentó en una comida en un restaurante peruano de Madrid del que ambas somos asiduas.
Naturalmente, me dijo su verdadero nombre, pero no me apetece desvelarlo.
De inmediato surgió entre nosotras esa chispa que hace que confíes en alguien aunque no la conozcas apenas. Sería su cara expresiva, su voz firme o su manera de esconder la mirada ante determinados temas. No sé lo que me fascinó de ella. Supongo que ella vio en mí alguien lo suficientemente alejado de su mundo como para no suponer una amenaza y eso, unido a que mi capacidad de escucha es infinita cuando estoy interesada en el tema, hizo que la sobremesa se prolongara en una terraza y un par de copas.
Me contó que era periodista de sucesos, no por elección sino porque la vida la había conducido a ello tras un encumbramiento profesional que duró lo que un amor desgraciado en el que él prefirió su estatus y su familia antes que a esta mujer dura y tierna a la vez, pero con pinta de no ser fácil de contentar. En su devenir profesional había ido desarrollando un olfato para la “serie B de la vida” como llamó ella entonces al mundo marginal, criminal, desarraigado a veces y otras tantas escondido bajo sedas y diamantes. Me enamoró totalmente y, tras intercambiarnos los correos, acepté de buen grado que nos volviéramos a ver.
Sin embargo, ese segundo encuentro se produjo muchos meses más tarde. Estaba con mi amiga en Asturias en un pueblito en el que ambas tienen casa de veraneo. Una mañana mientras saludaba a la familia de cuervos que viven enfrente de la casa, la vi llegar al portón y me apresuré a salir a darle la bienvenida. Tenía un aspecto triste y dolorido. Mientras tomábamos café, nos contó que, a principio de verano, se había visto envuelta en un suceso que había tenido al pueblo y al camino de Santiago de protagonista. A su pesar, tuvo que participar en las pesquisas policiales sobre el crimen de una peregrina bajo la promesa de no publicar nada. Pero lo peor fue que se había reencontrado con un amor de juventud y se había vuelto a tropezar en la misma piedra de siempre. El amor sin esperanza. Estaba en proceso de sanación y le ayudamos un poquito haciendo una crítica feroz al amor romántico que nos nubla la razón aunque seamos las más listas del mundo. Luego nos curamos las tres en el mar.
Actualmente no sé de ella nada más que el artículo que publicó hace un tiempo en este mismo blog. ¿En qué andará metida? Me temo que en algo lleno de intriga, pasión, tensión y vaya usted a saber cuántas cosas más.
Esperamos sus noticias y verla venir herida por la muerte, el amor y la vida.
Pero en pie.