En el primer capítulo de la tercera temporada de la serie americana más antisistema que emiten las cadenas de pago, Mr. Robot, el joven hacker revolucionario Elliot, que sufre fobia social y que durante las anteriores temporadas se ha dedicado a sabotear a las multinacionales que manejan el mundo y sus sistemas de seguridad, desarrolla un monologo estremecedor mientras, arrepentido, regresa a su casa por las calles oscuras de un Nueva York sumido en el caos, la violencia y la miseria, por la crisis económica y energética que el mismo ha provocado.
“Mi revolución nos ha adormilado en vez de despertarnos. El miedo nos ha hecho aún más sumisos. Y ellos hacen lo que quieren con nosotros. Han envasado nuestra lucha como si fuera un producto comercial. Han convertido nuestro inconformismo en una propiedad industrial. Han televisado nuestra revolución metiéndola bloques publicitarios, han incrementado los precios y las tarifas, en una gran jugada maestra. Esto es lo que querían desde el principio, que sacásemos lo peor de nosotros mismos. Y yo se lo he puesto en bandeja. Yo no empecé una revolución, yo les hice más dóciles para que pudieran masacrarnos. Y ahora podemos acusar a los demás, a las multinacionales de la globalización, al FBI o la CIA, a los líderes del mundo por tolerarlo, al inventor del capitalismo. Pero no es cierto. Yo soy el culpable, yo soy el problema”.
Y mientras se insertan videos de Theresa May y el Brexit, del triunfo de Donald Trump, de protestas contra Monsanto, de enfrentamientos sociales y países sumidos en la pobreza extrema, Elliot se pregunta: “Y todo esto empezó porque quería esconderme de una sociedad de mierda. Pero soy yo el que la he reseteado”.
El movimiento secesionista catalán, constituido durante los últimos años en su actual radicalidad, es hoy en día el paradigma de cómo movimientos de contestación o revolución pueden obtener históricamente resultados contrarios a los que el propio movimiento persigue. Es la función inversa en la que cae repetidamente una parte de la izquierda social. Pero no es un caso excepcional. Habría que seguir la trayectoria del movimiento separatista quebequés durante los años 80 y 90, de los resultados obtenidos en ese sentido por el socialdemócrata Partido Quebeques desde el referéndum del 95, y del retroceso económico y político sufrido por ese territorio. O sin ir más lejos los del radical Partido Socialista Escoces, cuyos objetivos no han dejado de perder influencia en Escocia desde los resultados negativos del referéndum.
Tampoco el nacionalismo de izquierdas es algo reciente. A pesar de ser una rebelión propia de las elites en el siglo XVIII, el nacionalismo ha acabado siendo bandera de la izquierda en el XXI. Procedente del antimperialismo y los movimientos de liberación nacional se ha sostenido en la demanda de soberanía popular y la autodeterminación de los pueblos. Desde el patriotismo revolucionario de Stalin, el Sinn Fein irlandés, o los populismos latinoamericanos.
A día de hoy, la mayor parte del proceso soberanista catalán ha estado sustentado en las movilizaciones callejeras de las organizaciones y partidos de izquierda, sin embargo, su origen inmediato está en el deslizamiento teledirigido de los dirigentes en aprietos de la formación nacionalista tradicional de la burguesía y la derecha catalana. Partido político que cuando tuvo su momento de gloria no dudó en aplicar los recortes sociales más brutales de todas las comunidades autónomas para salir de la crisis. Tampoco es excepcional este proceso en el que la derecha tradicional traslada a la vanguardia de la izquierda la consecución de sus inconfesables objetivos. Desde luego mucho debe ese proceso corrosivo a otro proceso nacionalista de la derecha española que tiene el gobierno de Madrid, pero hoy día el independentismo catalán se sustenta, como la bandera estelada, en sus bases políticas y civiles más rupturistas de la izquierda republicana.
Sin embargo, excepto esos ideólogos del independentismo anticapitalista, no creo que muchos trabajadores catalanes confíen a día de hoy en que este procés hacia la futura republica catalana independiente vaya a traer más bienestar para los más débiles. “Somos hakers de lo imposible”, proclamaba en 2012 el diputado David Fernández al inaugurar un nuevo ciclo del independentismo de izquierdas. Pero ¿qué se ha materializado de esos planes de choque contra la pobreza por los que clamaban los primeros programas de la CUP y de la ruptura con el estado español, la Unión Europea y la Troika? ¿Que ha sido de las primeras exigencias de la CUP al MHP investido con sus votos para sacar de la pobreza extrema a 472.000 catalanes y que iba a costar unos 6.900 millones de euros? Hoy el gobierno de la Generalitat, como un haker de lo imposible, está cesado por un brindis al sol, porque prefirió declarar unilateralmente la republica a gestionar la aplicación de unos presupuestos más sociales.
Hasta ahora los costes han sido muy altos para no haberse aproximado algo más a cualquiera de esas metas, más bien la situación durante los últimos 20 meses ha empeorado respecto a la desigualdad, el empleo, la sanidad o la cultura. De momento, esta izquierda secesionista solo podrá presumir en la próxima consulta electoral de que sabe interpretar muy bien el mundo, pero que no ha conseguido o no sabe transformarlo, ni siquiera acercarse a ese cambio imposible.
Regresiones históricas
A estas alturas convendría recordar las denuncias de ese marxista heterodoxo y antimoderno que fue Pier Paolo Pasolini, quien señalaba a los policías represores del mayo francés del 68 como los únicos obreros hijos de obreros, frente a los estudiantes franceses, jóvenes burgueses que inventaban bellos eslóganes revolucionarios. Aunque más jóvenes y burgueses eran los quinceañeros de los Grups d´esplais de Catalunya que cortaban las vías del AVE para apoyar la huelga general política del pasado 8 de noviembre a favor del secesionismo.
El mayo francés del 68 acabó fortaleciendo el gaullismo de la UDR e hizo retroceder la influencia del Partido Comunista y de los socialistas franceses. También en Italia, por entonces, la extrema derecha e izquierda dominaba las movilizaciones de los estudiantes universitarios, pero los servicios secretos, la P2 y la red Gladio acabaron implantando en los 70 la violencia, la estrategia de la tensión y la confrontación de los años de plomo, para así evitar el acceso de los comunistas al gobierno de Italia. Recordemos que desde Estado Unidos se trataba despectivamente como tontos útiles a aquellos italianos que tras la segunda guerra terminaban involuntariamente favoreciendo el avance de una causa adversa a sus propias creencias. Ese término marxista describía a aquellos que al luchar por un ideal se transforman en instrumentos de terceros.
Pero no es necesario remontarse a las revoluciones históricas. En España, a los acontecimientos del 1931 y del 32 durante el primer bienio republicano de los gobiernos de Azaña y de Largo Caballero, los estatutos de Nuria y de Estella, la represión de los anarquistas de Casas Viejas en enero del 33, y la desunión de las izquierdas, le sucedió el triunfo de la derecha unida en las elecciones de ese mismo año.
Los socialistas abandonaron entonces la vía parlamentaria para apoyar las movilizaciones insurreccionales como la huelga general revolucionaria de octubre en Asturias, la proclamación de independencia de Companys en el 34 y el triunfo del Frente Popular. Después se producía el golpe militar de Franco y los 40 años de dictadura. Y a la inversa, los consensos de los Pactos de la Moncloa fundamentaron la transición a la democracia y la Constitución del 78, como el intento de golpe del 81 propició el primer triunfo socialista del 82.
Y además de múltiples factores que dotan de mayor complejidad al pasado, las huelgas generales y la radicalización de IU por la crisis económica y sus aspiraciones partidistas a hegemonizar la izquierda, facilitaron un efecto contrario: el triunfo histórico del Partido Popular en el 96 por dos largas legislaturas en las que germinó como nunca la burbuja especulativa y la corrupción. Como el movimiento 15M de los indignados, que cristalizó las primeras reacciones a las graves consecuencias de la crisis económica, le sucede el cambio de signo de las mayorías parlamentarias en las elecciones del 2011 que dieron paso a los años de mayor regresión democrática y mayores recortes sociales.
El nuevo eje izquierda/derecha
Lo que hemos denominado fuerzas políticas de izquierda se han dividido históricamente en varias ramas ideológicas que pueden agruparse en la izquierda democrática-reformista, la izquierda revolucionaria y el anarquismo. Estas dos últimas han sufrido importantes derrotas populares que las han convertido en los países occidentales en fuerzas con influencias muy testimoniales. La más resistente fue precisamente la izquierda reformista, o socialdemócrata, que consiguió alcanzar el gobierno de la Europa central y del norte durante la segunda mitad del siglo XX, con Olof Palme y Willy Brandt como sus dos máximas expresiones. Hasta los años 80 constituyeron el paradigma del progreso y del estado de derecho y la materialización de la igualdad de oportunidades.
Ya en el nuevo siglo, la izquierda pierde el liderazgo en Europa en favor de la derecha, que le arrebata el discurso de la libertad individual y la eficacia en la gestión ante las crisis económicas. Pierde crédito social la eficacia del Estado y las políticas tributarias y fiscales equilibradoras (cuando los más perjudicados descubren que son también los más desfavorecidos y no los ricos, que el capital ha mantenido sus paraísos fiscales impunes), y se hacen dominantes las creencias en las leyes del mercado liberal (que te hacen dueño de tu propio bienestar individual frente a la globalización)
Las crisis de la izquierda europea no han modificado su propio relato de abanderado del activismo, la protesta y la contestación social, pero si ha quebrado el de sus logros y progresos sociales conquistados. Los que fueron avances sociales obtenidos durante sus años de gobierno han dejado de ser avales de futuro. Y como si se tratara de un endémico complejo de autoestima, han acabado absorbidos por la avidez depredadora de narración de presente que siempre exhibe la alternativa de derechas. Y ahora en Cataluña, esta izquierda prefiere disputar a la derecha los principios de tradición de las costumbres, de patria y de pertenencia o sentimiento identitario colectivo a confrontar el derribo de los sistemas de pensiones o de protección laboral.
Mientras que la izquierda se vacía de nuevos referentes para el futuro, porque la igualdad social declina frente a la libertad individual, el neoliberalismo se ha apoderado de todos los avances sociales que trajo el estado de bienestar. Y esta izquierda inversa y repetida asiste como testigo mudo a la crónica de unos funerales demasiado largos, de un movimiento que no ha dejado de arrastrarse románticamente de derrota en derrota hasta ser fagocitado por sus enemigos.
La influencia del pasado en la visión que del mundo tienen las personas depende de la edad y la experiencia. Los jóvenes están predestinados a repetir la revolución, a tropezar inconscientemente con el pasado para atraer el futuro. Sin embargo, los viejos no quieren adelantarse al futuro y viven su presente desde el conocimiento racional que les aporta su pasado. Los historiadores contemporáneos nos recuerdan que los partidos políticos han estado guiados siempre por lo que resulta productivo para sus políticas del presente, excepto en algunos casos, cuando la política suponía entender el pasado para actuar racionalmente sobre él.