Leo y leo artículos de periodistas, filósof@s, economistas, polítólog@s, activistas… a una media de dos o tres al día, desde hace varias semanas tratando de entender lo que está pasando, pero intentando a la vez no precipitarme a la hora de formarme una opinión. Sin embargo, esa espera ha dejado de tener sentido ante la velocidad de los cambios que se suceden.
En algún momento pensé que más allá del coronavirus como metáfora, esto podía ser un problema relativamente pasajero; un doloroso y costoso paréntesis que en lo económico seguiría el esquema en V que muchos pronosticaban.
Pero, como decía, todo cambia deprisa y esa hipótesis ha dejado de sostenerse a medida que nos damos cuenta de las inmensas incógnitas que plantea este virus y de la dificultad de contar pronto con una vacuna segura y accesible o con algún medicamento efectivo.
Y también a medida que comprendemos que nuestro sistema sanitario ni mucho menos era de los mejores del mundo y nos preguntamos en qué estaríamos pensando para tragarnos semejante bola tras los recortes austericidas de la última década.
Pero según se va doblegando la curva de la epidemia, una nueva inquietud viene a añadirse a la que ya sentíamos. Me refiero a la incertidumbre de pensar en los cambios que se avecinan y cómo esos cambios nos afectarán como individuos, como españoles e incluso como humanidad.
Y no podremos decir que los cambios no se veían venir…
Nunca antes había habido tantas publicaciones que exploren la naturaleza de las transformaciones asociándolas al final del neoliberalismo, a la naturaleza dañina del capitalismo y su señalamiento como responsable de la actual catástrofe.
También se insiste en los cambios geopolíticos del mundo o el auge del Big data entre otras consecuencias del desarrollo tecnológico y sus peligros. En menor medida, pero con insistencia, se habla también de cómo la falta de respeto humano por la naturaleza y en especial por los animales, está en el origen de lo que ha empezado a pasarnos como humanidad.
Pero si bien se escribe con un alto grado de acuerdo en el diagnóstico, desconcierta constatar la falta de alternativas.
Y no se me ocurre otra forma de combatir ese desconcierto, esa inquietud que ponerse a favor del viento para ser capaces de utilizar los cambios que ya se están produciendo como palanca para influir en nuestro destino.
El distanciamiento y el desconfinamiento intermitente serán la norma.
Es un hecho que ante la ausencia de un tratamiento efectivo contra el COVID-19 la mayoría de los países han optado por el aislamiento (social, territorial, nacional…) como arma contra la expansión de la epidemia y la amenaza de colapso de los sistemas sanitarios.
Sin embargo, aunque ningún gobierno capitalista parece dispuesto a llevar ese encierro hasta sus últimas consecuencias, los modelos de desconfinamiento solo contemplan aperturas parciales y progresivas, nunca totales.
Pero también parece que esas aperturas serán intermitentes, debido a los previsibles repuntes y a las sucesivas olas con las que el virus nos seguirá atacando hasta que encontremos el modo de combatirlo de forma efectiva.
También es un hecho que los científicos y los laboratorios descartan la posibilidad de disponer antes de finales de 2021 de una vacuna y ni siquiera están en disposición de asegurar que tenga una eficacia del 100%.
Y ese dato temporal se convierte en una pista que nos permite suponer que la vuelta a la vida anterior a diciembre de 2019 y a muchos de sus modelos de producción y distribución no es inminente. La situación puede prolongarse durante meses o incluso años; quizá el tiempo suficiente para que la inercia del mundo anterior se vaya debilitando, dando lugar a nuevos modelos.
Así que estamos en disposición de afirmar que los cambios que se produzcan ahora pueden marcar las nuevas tendencias y convertirse en los pilares sobre los que se construya el futuro.
El desconfinamiento puede marcar el futuro
Por eso es importante identificar aquellos cambios que con mayor o menor probabilidad puedan llegar a producirse para tener algún control sobre ellos.
Señalo algunos muy a vuelapluma, consciente de que cada uno debería ser objeto de una reformulación y análisis específico, pero ahí voy.
Todos ellos comienzan con un puede que…
PUEDE QUE:
-La mayoría de los gobiernos fortalezcan los sistemas de sanidad pública y que se genere una tendencia a fortalecer el Estado.
-El Estado se haga cargo de la mayoría de las residencias privadas de mayores y que la sociedad, golpeada por la masacre de ancianos de esta crisis, sea capaz de repensar no solo la situación de este tipo de centros sino también su propio concepto, especialmente importante en las sociedades envejecidas.
-Se produzca la nacionalizarán de algunas empresas que puedan resultar de interés estratégico y que se revise el concepto mismo de “sector estratégico”.
-Se cree una industria nacional en torno a productos relacionados con la salud y la vejez.
-Se produzcan dificultades intermitentes para el mantenimiento de la circulación de personas y de mercancías, generándose tendencias contrarias a la deslocalización.
-Se fortalezca la producción agrícola nacional para satisfacer la demanda interna.
-Disminuya el turismo internacional, especialmente el más masivo, y aumente el nacional.
-Caiga fuertemente el tráfico aéreo y el de grandes cruceros.
-Se produzcan fuertes turbulencias en el mercado del crudo poniendo en cuestión el equilibrio estratégico mundial en especial el basado en la energía.
-Se impulse la producción de energías renovables en numerosos países.
-El medioambiente respire aliviado en todo el mundo por el efecto del confinamiento y que las medidas de protección del planeta cobren cada vez más fuerza.
-Se extienda el teletrabajo, la tele-educación, la tele asistencia y otras formas de comunicación a distancia y la producción de innumerables nuevas aplicaciones en esa dirección.
-Se generalice el desarrollo del Big data, con aplicaciones extraordinarias y muy potentes.
-Aumente el paro en algunos sectores pero el empleo crezca en otros.
-Se imponga en muchos países la aplicación de una renta básica que aunque hoy cuente con defensores en el Vaticano o en el Banco Central Europeo, puede generar una reacción virulenta y peligrosa entre los sectores reaccionarios.
-Se visibilice la necesidad de contar con una suerte de banca nacional que gestione las ayudas a los trabajadores, la renta básica, los créditos a bajo interés sin los abusos de la banca privada.
-Que se regule el reparto de beneficios de las empresas para asegurar su capacidad de soportar catástrofes venideras. Esta idea puede llevar a otra que limite los beneficios, favoreciendo la inversión, la utilización de mano de obra nacional y la desaceleración del crecimiento ilimitado.
-Se produzca un frenazo de la globalización y se vuelva al concepto de Estado-Nación.
-Aumenten las posibilidades de control social por parte del Estado en base a las aplicaciones generadas para controlar la pandemia.
-Aumente el descontento social ante el crecimiento del paro y la pobreza, situación que podrá ser aprovechada por los populismos de derechas para acceder al poder imponiendo un modelo típicamente fascista: autoritario, estatalizado y con tendencia a la autarquía; un modelo parecido al de países como Rusia o China o al antiguo franquismo que se mantuvo en España durante 40 años.
-La izquierda se debata entre un modelo de futuro continuista y basado en una suerte de New deal o uno que mire más al planeta y renuncie al crecimiento.
-Que la derecha se divida entre un modelo de futuro que pretenda volver atrás, imponiendo un nuevo retroceso a las aspiraciones sociales o adoptar uno que respete las normas democráticas para mantener dichas aspiraciones en el límite de lo aceptable.
-Que se fortalezca el carácter internacional de los movimientos que abogan por cambios profundos en los modos de producción y de vida.
-Que la ciudadanía del primer mundo desarrolle una conciencia creciente sobre los efectos devastadores del consumo tal como lo entendemos, pasando a utilizar ese consumo como arma para un cambio de los modos de producción y de vida.
-Que el mundo del trabajo vuelva a adquirir protagonismo en la lucha por la defensa de los derechos de los trabajadores.
-Que las mujeres pisen el acelerador de su emancipación tras la experiencia del COVID 19 que pone de manifiesto su situación de manifiesta inferioridad en el hogar y fuera de él, en lo doméstico y en lo laboral. No se olvidará el aliento del acoso y la violencia acechando de forma permanente durante el confinamiento y se conocerán historias espeluznantes de la esclavitud a la que viven sometidas las mujeres prostituidas.
-Que muchas personas se pregunten si, ahora que en numerosos lugares se ha puesto por delante la vida a los negocios, no ha llegado el momento de seguir esa senda…
La respuesta está en el viento
Podríamos seguir enumerando muchos más puede que, tenemos bastante con este batiburrillo pero por hoy.
Categorizar los cambios, prever las interrelaciones entre ellos e identificar mecanismos es una tarea compleja.
Pero lo más importante es que lo hagamos bajo el prisma de un nuevo proyecto de futuro, solo de ese modo sabremos priorizarlos, forzarlos o combatirlos.
Ha llegado la hora de aceptar que nada volverá a ser igual, incluso aunque nos pareciera deseable. Que tendremos que ir asumiendo que habrá cosas a las que debamos renunciar (siempre, claro está, que pertenezcamos al grupo de los que tienen algo que perder) pero, sobre todo, que es mucho lo que podemos ganar para nosotros mismos, para las generaciones futuras y el mantenimiento de la vida sobre el planeta.
Es hora de concebir el futuro aprovechando las oportunidades que nos brinda el soplo de los nuevos vientos.