“Las imágenes ya no son lo que eran, ya no podemos fiarnos de ellas. Todos lo sabemos… Antes las imágenes contaban historias, mostraban cosas. Hoy solo venden. Las historias y las cosas han cambiado ante nuestro ojos. Han dejado de enseñarnos coas. Lo han olvidado”. El director-personaje de la película Lisbon Story de Wim Wenders reflexiona ante el problema que le presentan las imágenes en la actualidad. Le gustaría rodar imágenes como si el peso de la historia del cine no existiera. Pero no funcionaba; cuando la cámara se dirigía hacia las cosas le parecía que la vida se alejaba de esas cosas. Por eso llama a un amigo sonidista con la esperanza que le ayudara a mantener la vida de las cosas cuando las enfocaba con su cámara: “Tus micros sacarían a las imágenes de las tinieblas”, le dice Friedrich a Winter, su amigo sonidista. Pero no da resultado. El director trabaja con la idea de la imagen no vista: “Una imagen que no es vista no puede vender nada, es pura, y por consiguiente, bella y verdadera, en una palabra, inocente. Mientras que ningún ojo pueda contaminarla, estará en armonía con el mundo; si no es vista, la imagen y el objeto que representa se pertenece.”
Y Friedrich quiere hacer la cinemateca de la imagen no vista. Ningún ojo ha mirado por el visor, e incluso, ha grabado de espaldas para que nadie altere lo que esas imágenes muestran buscando en ellas el primer sueño de la inocencia y para que futuras generaciones las vean con ojos diferentes a los nuestros.
Esta reflexión de la cultura de la imagen audiovisual es una defensa contra la estandarización a la que estamos asistiendo en cuanto a la forma audiovisual. La inflación de imágenes no nos permite observar la realidad. La imagen está ocultando la realidad; el lenguaje audiovisual se ha convertido en una forma de esconder lo real.
De esta forma surge la necesidad de descifrar cuál puede ser el sentido de la realidad y su representación; y así, reflexionar acerca del mundo que nos ofrece y su significación. La imagen en movimiento quizá refleje mejor que ninguna otra esa realidad. El potencial de verosimilitud de las imágenes se llega a vivir como una experiencia real. Pero no nos podemos fiar de las imágenes.