Los inocentes simplemente mueren

1.- Y otra vez la guerra. Como si  no supiéramos que no da resultado, que propaga el odio durante generaciones, que causa un dolor insoportable.

Como si no supiéramos que con cada guerra nuestros hijos (o en las guerras actuales  cualquier civil) serán  utilizados como carne  de cañón para que otros jueguen su particular partida con naipes marcados por la avaricia, el ansia de poder y la venganza.

Y sin embargo ahí están  algunas de las guerras de este siglo que nos concernieron y aún nos conciernen: la invasión estadounidense de Irak amparada por la apabullante mentira de las armas de destrucción masiva; el desmantelamiento del régimen libio para acabar convirtiendo el  país en un estado fallido,  la precipitada y bochornosa huída de  Afganistán donde, entre otros, se abandonó a su suerte a las mujeres que sirvieron de  excusa para la intervención de castigo por el 11S; o, sin ir más lejos,  la recientísima guerra de Ucrania, cuyo pistoletazo de salida se fraguó en  conversaciones telefónicas entre Biden y Putin en las que el mandatario ruso exigió a su homólogo americano que no rompiera  lo acordado  tras la  caída del muro acerca de seguir manteniendo fuera de la  OTAN a los antiguos países  soviéticos.

Y como es sabido, Biden se negó. Y aunque  Rusia ya había dado un paso significativo  al anexionarse  Crimea tras los acontecimientos del  Maidán (donde la CIA también había jugado sus cartas), no deja de resultar  sospechosa  la  negativa maximalista estadounidense que, de hecho, se convirtió en el detonante de la guerra. Y más cuando resultaba evidente que la incorporación de Ucrania a la organización militar occidental o incluso a la Unión Europea era una entelequia que solo podía plantearse como una aspiración poco probable o a  muy largo plazo.

Ahora todos sabemos que la OTAN necesitaba salir de la situación de muerte técnica que vivía por entonces y esa negativa consiguió devolverle a la vida. Cosas que pasan.

Y por si todo eso  fuera poco, ahora volvemos a  la más antigua de todas nuestras guerras, la que Israel mantiene viva contra Palestina  desde 1948 (o mucho antes, si se prefiere).

2.- Cuando el 23 de febrero de 2022 estalló por fin la guerra de Ucrania,  escribí una entrada en este blog sobre la mano que mece la cuna de la mayor parte de las guerras de este siglo, esa que juega a ser dios según sopla en viento de sus intereses y caprichos.

Entre los intereses de esa mano que no supo o no quiso evitar que Rusia entrara con sus tanques en Ucrania, encontramos entonces los de la industria  armamentística  y los lobbies de la energía, dispuestos a sacar tajada económica de la nueva era regida por el signo del demócrata  Biden.

Pues bien, ese demócrata que presume de representar los valores del mundo libre basados en la democracia, la legalidad internacional y la libertad como argumentos solemnes de superioridad moral, no ha dejado de mecer irresponsablemente la cuna del conflicto palestino tratando de dar gusto, esta vez, al influyente y poderoso lobby judío. Tan influyente como para hacer  ganar o perder unas elecciones.

Porque cabe preguntarse en qué pensaba el demócrata Biden al dar continuidad a los acuerdos de Abraham firmados por su predecesor para acercar a Emiratos Árabes a Israel, excluyendo  a Palestina.

En qué pensaba al doblegar a España, países amigo, para forzar el reconocimiento del  Estado de Israel por parte Marruecos, sacrificando las resoluciones de las Naciones Unidas sobre el pueblo saharaui.

En qué pensaba al permanecer impasible ante los actos criminales del príncipe saudí Mohamed bin Salmán, responsable del descuartizamiento del columnista del Washington Post  Jamal Khasoggi.  

Lo que parece es que el demócrata Biden hacía tiempo que no pensaba en perseguir crímenes de derecho internacional porque ahora estaba ocupado en acercar Arabia Saudí a la causa israelí.

Un acercamiento que estaba a punto de dar sus frutos cuando Hamás lo impidió lanzando un inesperado y brutal ataque contra civiles israelitas el pasado 7 de octubre.

Porque no cabe duda de que uno de los frutos de esos acercamientos consistía en  aislar aún más a la población gatarí  recluida  en un inmenso campo de concentración al aire libre del que le es imposible salir sin el permiso de Israel, beber sin el permiso de Israel, comer sin el  permiso de Israel o trabajar sin su permiso.

Un acercamiento que también buscaba  seguir fragmentando Cisjordania a manos de  los colonos sionistas apoyados férreamente  por un  gobierno ultraconservador trufado de ortodoxos y ultraderechistas. Un acercamiento que reduciría a una anécdota local el goteo incesante de muertos  palestinos de  Cisjordania (hace unos días eran 179 en lo que va de año).

Un cercamiento que dejaría sin voz a los cientos de detenidos, la mayoría menores de edad,  encerrados sine die en cárceles israelitas sin cargos y sin juicio, como si de un nuevo Guantánamo se tratara.

Un acercamiento que también habría de servir para demostrar  la capacidad  de EEUU para doblegar  la voluntad de países que tradicionalmente habían defendido  la causa Palestina.

Un acercamiento que certificaba la victoria del estado de Israel supuestamente perteneciente al grupo de los países democráticos sobre la causa palestina, siendo curiosamente el estado que con más impunidad  ha incumplido la legalidad internacional, que a más niños o adolescentes ha asesinado, hecho desaparecer o encarcelado y que ha exterminado, expulsado de sus tierras  o desplazado por la fuerza a millones de civiles.

3.- El caso es que la extrema gravedad de esta nueva guerra no solo tiene que ver con lo que pasa en Oriente Medio sino que también nos apela como ciudadanos y ciudadanas occidentales porque nos obliga a mirar  nuestras democracias y comprender que sus valores son una monumental farsa supremacista.

 Y es que los autodenominados países democráticos, con EEUU a la cabeza, están destruyendo el concepto mismo de democracias avanzadas  tal como se utiliza  en el contexto internacional, aunque se siga empleando para actuar sin más legitimidad que la que otorga  la fuerza.

Por eso esta fase del conflicto entre Palestina e Israel cobra un significado nuevo   en este primer tercio del siglo XXI en el que, a diferencia de la segunda mitad del XX, los países occidentales  han abandonado sin rubor las formas y los valores a los que decían responder.

Es posible que la estúpida reacción de EEUU por el 11S, que se sustanció  en bombardeos sobre la población civil en Irak, marcara un antes y un después en el respeto a la legalidad internacional. Con esa guerra se demostró  que esgrimir sin complejos la mentira para imponerse en el orden internacional, puede  salir gratis después de todo.

Por ello en estos tiempos de desgracia para millones de palestinos, me parece importante alertar contra  el peligro que encierra la deriva antidemocrática de los países occidentales a la que estamos asistiendo.

Una deriva que debería traducirse en la expulsión inmediata  de Israel y Estados Unidos de entre los denominados  países democráticos. Porque la democracia casa mal con el genocidio, y asesinar a  1500 niños en 10-12 días pone de manifiesto una clara voluntad de exterminio. Casa mal con el bombardeo implacable a la población civil, a sus escuelas y hospitales. Casa mal con el asedio e imponer el desplazamiento forzoso (a ninguna parte) de millones de personas abandonadas a su suerte sin comida, agua, luz, medicinas, combustible. Casa mal con apoyar todas esas acciones aunque no sea uno mismo quien las ejecuta.

 Los votos de los ciudadanos del propio territorio no son argumentos suficientes para otorgar la consideración de democráticos a los estados. Las democracias solo tienen sentido si sus principios de respeto a la ley y rendición de cuentas  alcanzan también a las acciones realizadas fuera de sus fronteras nacionales  y por ello tanto Netanyahu por acción, como Biden  y otros mandatarios  europeos, por complicidad, deberán acabar respondiendo ante los tribunales internacionales por sus actos en Gaza.

Por eso a estas alturas deberemos tener en cuenta que dichos países  carecen de credibilidad cuando tratan de justificar con mentiras esos actos, incluyendo la versión sobre el bombardeo al hospital Al-Ahly al Arabi, la noche del 17 de octubre. Y tomar nota de que cuando las potencias occidentales esgrimen el argumento de que no se puede consentir la invasión de un país por otro, mienten. Porque ahora sabemos que su apoyo a la causa de Volodímir  Zelenski tendrá las causas que tenga, pero una de ellas  no es la indignación del mundo libre ante las invasiones.

4.- Pero es posible que aún no me haya expresado con total  claridad sobre las masacres perpetradas por Hamás en suelo israelí el 7 de octubre pasado. Y no le he hecho porque aunque hubiera condenado su violencia injustificable y su ilegalidad  incluso considerando su brutal agresión como  un acto de  defensa propia,  mi declaración no serviría de nada.  

En el mundo democrático que habito solo se permite  el apoyo incondicional  a Israel o nada. De nada sirve condenar a Hamás porque la condena será  insuficiente o irrelevante si a continuación se osa criticar las atrocidades cometidas por el estado de Israel. Algo que ha quedado  demostrado en el ámbito político con las razones esgrimidas por EEUU y Reino Unido para vetar la resolución de las Naciones Unidas promovida por  Brasil hace unos días para poder decretar un alto el fuego humanitario en Gaza.

En cuanto a los países europeos o la UE como tal,  poco puede decirse  en  favor posiciones que van de una tibieza impotente cuando no cómplice a  una férrea alineación con Israel utilizando su derecho a defenderse como parapeto para mirar hacia otro lado mientras se perpetra  la más atroz de la intervenciones contra civiles en lo que va de siglo.

Por su parte, Úrsula Von der Leyen  nos ofreció el   bochornoso espectáculo de un apresurado  viaje a Israel al comienzo del conflicto para demostrar  a los poderosos halcones occidentales que si pierde las elecciones europeas, sería la candidata perfecta para dirigir la OTAN.

Y es que, en nuestras democracias, nadie  da puntada sin hilo.

Y mientras se enhebran las agujas, los inocentes simplemente mueren.

PD. Otro día me referiré a las contradicciones que inevitablemente surgen del hecho de estar apoyando a un  bando cuyo mayor valedor es el terrible régimen  Iraní que entre otras barbaridades, asesina, encarcela y tortura  mujeres  por no llevar el velo islámico  o, indirectamente, a organizaciones como Hamás, cuyo objetivo final (además de sus sanguinarias prácticas de combate) es instaurar en Palestina  un régimen regido por la sharia.

Porque eso  también habrá que  afrontarlo.

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