Lamentaba en mi anterior artículo haber empezado por ocuparme, en asunto de rebeliones, de la gran revolución conservadora que, por cierto, tiene sus orígenes en la dictadura de Augusto Pinochet quien utilizó su país como laboratorio de las ideas neoliberales.
Hoy tengo más suerte al poder seguir la pista de claves revolucionarias más presentables que la que capitaneó Margaret Thatcher, claves que tal vez nos sirvan para reconocer los cambios que estén por venir en el siguiente cambio de ciclo.
Me refiero a La Ilustración, movimiento filosófico europeo que se extiende desde mediados del siglo XVIII hasta principios del XIX. Se trata de una línea de pensamiento que dio lugar, entre otras, a la Revolución Política Inglesa y su expansión en América, así como la importantísima Revolución Francesa (1789-1799) que, según la historiografía clásica, marca todo un cambio de era.
Por hacerlo corto, señalaré que este movimiento intelectual, alimentado por nombres como Kant, Rouseau, Olympe de Gouges, Voltaire, Diderot, Newton o Mary Wollstonecraft se basó en la afirmación radical de la igualdad de todos los seres humanos que se plasmó en la Declaración de los derechos del hombre y del Ciudadano en 1789. También dio lugar, por vericuetos distintos, a la Declaración de los derechos de la mujer y la Ciudadana en1791.
Los ilustrados e ilustradas alentaron revoluciones que cambiaron la historia convencidos de que el conocimiento humano podía combatir la ignorancia y acabar con la tiranía, las tinieblas de la religión y la superchería. Su influencia se extendió a la ciencia, el arte, la política, la economía y, quizá sin querer, también impulsó el feminismo, incluso tras su derrota frente a la línea hegemónica patriarcal que exigió el sufragio universal exclusivamente para los hombres.
Aún así, marcó el fin de la Edad Media y de las monarquías absolutas dando paso a regímenes basados en la soberanía popular, poderosa idea política que acabó extendiéndose frente al absolutismo.
Pero más allá de las revoluciones citadas más arriba, con sus luces y sus sombras de las que habrá que ocuparse en capítulos posteriores, me parece relevante señalar la absoluta vigencia de los valores del Siglo de las Luces. Pero tanto como eso, me parece extraordinario que un potente impulso filosófico fuera capaz de inspirar cambios radicales capaces de subvertir los valores medievales arraigados durante siglos.
De eso hace mucho tiempo y de ese lejano siglo XVIII y su emergente burguesía nos separan casi tres siglos que, a su vez, albergaron importantes revoluciones proletarias y campesinas. Sin embargo, en nuestros días estamos asistiendo al regreso de un modo de pensar preilustrado, basado creencias, supersticiones y desprecio por concepciones democráticas del poder, por no mencionar la devaluación de la ciencia o el pensamiento racional.
Como ejemplo de esta actualidad mencionaré la reciente experiencia que ha supuesto para propios y extraños el mandato del presidente estadounidense Donald Trump.
Durante ese tiempo, en EEUU y otros partes del mundo, incluyendo España, se ha extendido un negacionismo científico, ideológico y político ciego ante evidencias como la eficacia de las vacunas para combatir la pandemia, la violencia machista, el cambio climático, el racismo y que, de facto, promueve el cuestionamiento de la propia legitimidad democrática. Como ejemplo de esas corrientes contrademocráticas asistimos estupefactos este mismo año al asalto al Capitolio estadounidense, amparado en la negación del resultado electoral en el que Trump salió derrotado.
Todo ello junto a una proliferación obscena de fake news que se extiende por todo el mundo favoreciendo el triunfo de la ignorancia sin complejos frente a la argumentación guiada por la razón y el conocimiento.
Por eso no es de extrañar que la sorpresa intelectual que produce la normalización de la mentira, la superstición o el desprecio por el rigor nos haga mirar con nostalgia hacia la Ilustración. Tampoco es de extrañar que incluso a pesar de la traición patriarcal que en Francia condujo al cadalso a la filósofa Olympe de Gouges o la revolucionaria Théroigne de Mérincort, el feminismo se reconozca como hijo de ese movimiento, aunque se trate de un hijo no deseado, como apunta la filósofa feminista Luisa Posada.
Tampoco es casual que, en línea con esa corriente negacionista que se mueve como un tsunami por nuestro mundo, se produzca un nuevo ataque contra las mujeres mediante la ideología queer que lejos de añadir opciones a la sexualidad humana niega, de hecho, la realidad de las mujeres cuyo cuerpo, como en el medievo, pasa a ser sucio y despreciado. En consonancia con esa repulsión-atracción propio de la misoginia religiosa de los tiempos oscuros, la teoría queer intenta, de hecho, reemplazar a las mujeres por la entelequia de un género sentido, ensoñación sin más sustento que la simple declaración de hombres que, por o para sentirse mujeres, blanquean las concepciones reaccionarias creadas por el patriarcado para someter a las mujeres.
Pero dejo por ahora este tema que no se encuentra a gusto en el Siglo de la Luces para hacer unas breves reflexiones de carácter más general.
Y es que, llegados aquí, me parece oportuno puntualizar que el mundo no empieza y termina en Europa y que este recorrido por las revoluciones habrá de zafarse de un eurocentrismo que confunda el punto de vista histórico de las metrópolis con la historia misma.
También quiero añadir que mi relativa simpatía por el movimiento ilustrado y sus revoluciones no me hace compartir ni la violencia con que se abrieron camino ni el Despotismo Ilustrado, una muestra de la arrogancia típica de las potencias europeas capaces de concebir un gobierno del pueblo… pero sin el pueblo.
Tampoco deslumbran ya ciertas formas de entender la razón y la ciencia, superadas por concepciones más holísticas, más abiertas…capaces de asumir limitaciones, vergonzantes prejuicios y errores terribles. Por fortuna existen ya formas de pensamiento aptas para reconocer e integrar miradas diferentes a las del mundo occidental, patriarcal y blanco. Y en consecuencia con ello, otros modos de conceptualizar la idea misma de revolución.
También de eso será necesario hablar.