La culpa de que siga con esto de la felicidad la tiene Susana, que es un genio y, además, no se conforma con evasivas y sigue pinchándome con que me moje un poco más. Le contesté por WhatsApp, pero paso aquí la respuesta un pelín ampliada, basada también en sus comentarios.
Y es que claro, lo de la felicidad personal es muy complicado porque como ella misma decía, se trata de un asunto subjetivo en el que influyen elementos genéticos, bioquímicos, psicológicos varios (en especial, la infancia), educativos (me viene a la mente aprender a encajar la frustración)…y hasta dicen que la calidad de tus bacterias intestinales. Y también está la cultura y la sociedad, porque si te has criado en un entorno donde lo que mola es la culpa y el pecado, pues estamos mal y si eres budista, pues es otra cosa y así sucesivamente…
Por eso suelo reflexionar más a menudo sobre la felicidad humana como un objetivo colectivo que sea capaz de poner en jaque una forma de vida instalada en fórmulas esclerotizadas que a menudo ocultan lo oscuro.
Si nos dedicáramos a debatir sobre cómo podría ser eso nos costaría mucho más renunciar a ello y acabarían por abrirse caminos de cambio, más allá de las propuestas políticas tradicionales. Al menos pensaríamos hacia dónde queremos ir como sociedad humana y estaríamos preparados para soñar el futuro (lo que, además, me parece apasionante).
Pero en fin, ya sabemos que la ideología liberal reinante propone dejar para el ámbito privado cosas como la felicidad delegando en la religión el encargo de adoctrinarnos sobre en qué pueda consistir ese anhelo humano, con los lamentables resultados ya conocidos. Y si eres ateo, no hay problema, la publicidad y la sociedad de consumo, se encargarán de hacerte feliz.
Lamentable discurso para mantener desactivada un arma para el cambio social y personal reduciéndola al ámbito privado, que casualmente es donde se ocultan los más oscuros impedimentos para que seamos felices, cuando no se convierte en la experiencia del infierno en la tierra (pederastia, violencia de género, machismo, dominación, control, culpa…)
Por otra parte, hay ahora una corriente meliflua que se mueve en la redes sociales pero que se extiende al mercado del ocio, el deporte, el trabajo… que reivindica cierta felicidad individual con más desparpajo que en otras épocas y que, a pesar de su carácter descafeinado, parece haberse convertido en una aspiración de nuestros días. Tanto es así que la ciencia ya ha empezado a ocuparse de la felicidad tratando de objetivarla, de medirla etc.
Lo bueno es que la gente quiere ser feliz; lo malo, que pasado todo por el tamiz del consumo, se convierte en un relato estúpido y estupidizante tendente a hacerte desear una felicidad impostada y obligatoria que de no alcanzarse, nos hace parecer unos auténticos fracasados.
Así que todo intelectual que se precie se apresura a clamar por el derecho a no ser feliz. Y desde ese punto de vista, tendrá toda la razón, aunque me decepcione su nulo interés por dar esa batalla.
Pero si entramos someramente en esos discursos que dan recetas para que seas capaz de alcanzar la felicidad, la paz o cualquier estado parecido, nos encontramos con que se basan en consignas extraordinariamente superficiales, descontextualizadas o directamente idiotas que suelen ignorar que cada persona tiene sus propios demonios personales (sicológicos, familiares, incluso biológicos…) o sociales (precariedad, jornadas de trabajo extenuantes, desahucios, enfermedad, paro…) por lo que el preciado objetivo de la felicidad aquí y ahora se hará inalcanzable y el camino, insoportablemente largo. Pero veámoslo de otro modo…ya lo decía el precioso poema de Cavafis, “ Cuando empieces tu viaje a Ítaca, pide que el camino sea largo”…
Quizá por eso, neutralizar los demonios, todos los demonios, deba ser el primer paso de ese camino personal e intransferible que es la vida. En el ámbito personal, los que más nos inhabilitan para la felicidad son los del pasado ( “Las personas felices no tienen historia”, decía Simone de Beauvoir ) cuyos primos hermanos nos obsequian con un paralizante miedo al futuro.
Pero no entremos ahora en eso y pasemos al segundo paso que no puede ser otro que el de aprender a encajar la frustración para que los fracasos del presente no nos hagan desistir. Aunque si como viene siendo normal, no consigues hacerlo, tómate los reveses con todo sentido del humor que puedas y sigue tu camino, será otro incómodo compañero de viaje con el que tendrás que lidiar.
Y por fin llegamos al tercero, el más apasionante y creativo que es el de soñar tu propia vida (y en general, la vida), sueño que puede ser tan luminoso como seamos capaces de imaginar y que, por serlo, nos dará la fuerza que necesitamos para seguir. Pero es importante que no olvides que ese sueño (personal y/o político) debe rehacerse cuantas veces sea necesario a lo largo del camino, pues como dice la canción de Violeta Parra interpretada aquí por Mercedes Sosa, “Cambia… todo cambia”
El cuarto y último paso, que tal vez da sentido a los anteriores, no puede ser sino compartir ese sueño con los otros y de ese modo conseguir que nos quieran (aunque tal vez, solo tal vez) .
¡¡¡¡Y lo hice!!!!, Susana, he dado con la receta de “la felicidad en cuatro cómodos pasos”, jeje.
Todo un éxito o una chorrada más… en todo caso, antes de que alguien se ponga a ello, quiero advertir de que si a pesar de contar la fórmula que tan amablemente os he obsequiado no lo conseguís, no hay que preocuparse. Lo normal es no pasar del primer paso, jaja.
Porque aunque lo hagamos, aunque creamos haber dejado atrás a los monstruos y sus trampas, tendremos que repetir la batalla una y mil veces ya que la maldita verdad (que no es de color de rosa) es que los demonios pugnarán hasta el final por arruinarnos la vida.
Aún así, ¡no te rindas y buena suerte, navegante!