La fidelidad, un punto de partida feminista.
En un artículo anterior decía que, aunque no sea su objetivo primero, el poliamor supone un ataque a la familia monogámica tradicional. También sostenía que esa familia tradicional forma parte de los pilares que sustentan al patriarcado y al capitalismo.
Me explico: si la propiedad privada y la herencia son esenciales al capitalismo, también lo son al patriarcado ya que son los hombres los que poseen los bienes y son ellos los que tratan de asegurarse mediante la familia que esos bienes se transmiten a su descendencia legal y biológica.
La familia tradicional monogámica es, pues, el instrumento encargado de asegurar la correcta transmisión de la herencia patriarcal, algo que solo es posible si la fidelidad de la esposa está asegurada, de manera que la progenie del padre herede, además de sus bienes materiales, su herencia genética.
Esta doble herencia queda sellada por el superior estatus del que disfrutan los herederos legales frente a los hijos nacidos fuera del matrimonio. Estos hijos “ilegítimos” se convierten en un daño colateral inevitable puesto que los hombres no están obligados de la misma manera que las mujeres a guardar fidelidad en el matrimonio y gozan de un alto grado de permisividad para imponer su sexualidad, lo que incluye el abuso de poder, la violación, el alquiler de cuerpos, etc. Como es natural, esto conlleva la existencia de un mundo paralelo al de la familia tradicional, formado por “queridas”, prostitutas, criadas abusadas…
Pero incluso dentro del matrimonio “legal”, las mujeres quedan relegadas a un papel subalterno en el que la fidelidad al esposo es no solo esencial sino también obligatoria, al igual que lo es la maternidad y la reclusión en lo doméstico donde encuentran un durísimo trabajo diario que se realiza en interminables jornadas no remuneradas.
Así, gracias a la familia y a la fidelidad femenina, todo queda atado y bien atado en ese pacto truculento entre capitalismo y patriarcado que resulta letal para las mujeres.
Una nueva ruptura con lo establecido.
Pero incluso aunque en lo descrito anteriormente el amor no pintaba nada, no por ello dejaba de existir y trataba de florecer en las fisuras del sistema, siempre a costa de renuncias y dolor. Pero eso da para otro artículo.
Así que al llegar a este punto voy a dar un salto desde esa sociedad tradicional que está en el origen de todo, a la actualidad del mundo que más conocemos.
Y sí, en el mundo occidental, las formas de vida han ido cambiando gracias a la determinación de luchas emancipatorias poderosas como el feminismo; las revoluciones inspiradas en el marxismo y el anarquismo; el movimiento hippie; el mayo francés y la contracultura; el impulso de escuelas filosóficas así como de escritoras, escritores e intelectuales de finales del XIX y del XX … y de los últimos en llegar, el movimiento LGTBI.
Cada uno de ellos, incluso los derrotados, ha aportado su granito de arena a la evolución de la vida cotidiana hacia formas más “vivibles”.
Engels, ya en 1884 decía: “Si el matrimonio fundado en el amor es el único moral, sólo puede ser moral el matrimonio donde el amor persista”, el comunismo anunciaba que el triunfo de la revolución socialista implicaría automáticamente la igualdad de las mujeres y los hippies bajo el lema de haz el amor y no la guerra crearon comunas que no solo rompían con la fidelidad sino con la misma pareja, a la vez que dinamitaban la propiedad privada. Por último, el movimiento LGTBI ha aportado, entre otra cosas, el reconocimiento de la diversidad sexual y afectiva que es propia de los seres humanos, muchos de los cuales ni siquiera saben de qué se trata.
Y por fin llegamos al poliamor, que aunque hoy por hoy no tenga la trascendencia de los movimientos señalados, vuelve a introducir de una forma tranquila una ruptura abierta con la fidelidad tratando de acabar con las distorsiones y sufrimientos que ocasiona su imposición, a la búsqueda de formas de vida más libres y felices.
Pero hay una pregunta que me asalta al hilo de todas estas reflexiones y es si esta nueva propuesta amorosa basada en la sinceridad tanto como en la desacralización de la fidelidad, puede llegar a ser un verdadero enemigo del patriarcado y del capitalismo.
Lisbeth Salander y el equipo de Millennium.
Aunque las relaciones poliamorosas están en boga entre personas jóvenes y en entornos universitarios y académicos, voy a poner un ejemplo (de ficción) que involucra a personas de distintos estatus y edades en una sociedad avanzada como la sueca. Me refiero a la serie literaria Millennium de Stieg Larsson. Para ello, nos fijamos en las relaciones entre Lisbeth Salander, una joven antisistema, inteligente, con una sexualidad abierta y traumatizada por el maltrato sufrido desde la infancia tanto por su padre así como por la sociedad que debía protegerla; Mikael Blomkvist, periodista reputado, divorciado y padre de una hija, copropietario y director de la revista Millennium; Erika Berger, relaciones públicas y socia de Mikael en la revista y Greger Beckman, artista y esposo de ésta última.
De ellos sabemos que Erika, integrada por lo demás en un matrimonio perfectamente burgués, mantiene una relación amorosa permanente y duradera con Mikael Blomkvist sin que eso suponga el cuestionamiento de su matrimonio o de la libertad del periodista. Por su parte, Mikael emprende una relación con Lisbeth Salander , relación que no prospera porque la joven no parece “entender” la propuesta amorosa de Mikael que mantiene su relación con de Erika.
De este ejemplo podemos podemos destacar algunas observaciones interesantes:
1.-Las relaciones poliamorosas no son incompatibles con el matrimonio y la familia, siempre que ambos respondan a un modelo evolucionado no patriarcal.
2.-Las relaciones poliamorosas no son incompatibles con el capitalismo, al menos si se trata de una sociedad democrática avanzada.
3.-Las relaciones poliamorosas no evitan los conflictos afectivos ni cierto tipo de celos; tampoco proporcionan una felicidad automática, pero al basarse en la sinceridad y la igualdad “suaviza” sentimientos negativos como la culpa, el despecho, el desasosiego o el miedo a la soledad.
4.-En la medida en que las mujeres no son económicamente dependientes hay una mayor garantía de igualdad, lo que permite suponer que no serán ellas las más perjudicadas. En todo caso, parece tratarse de un modelo que precisa de esa igualdad previa, pero que no la crea.
5.-Las relaciones poliamorosas permiten al individuo una mayor riqueza afectiva y sexual, disminuyendo el grado de renuncia que exige una relación más tradicional.
6.-Las relaciones poliamorosas pueden ofrecer un mayor potencial cuanto más avanzada sea la sociedad en la que se producen, tanto porque el entorno no criminalizará a quienes las practican como porque la exigencia femenina de que los hombres sean tan fieles como se les exige a ellas irá perdiendo sentido.
Conclusiones
El poliamor no nace con la vocación revolucionaria de propuestas anteriores como por ejemplo la comuna hippie, que sí suponía una ruptura con lo establecido y que de haber tenido éxito, habría podio cambiar la sociedad de forma radical. Sin embargo, su escasa conciencia feminista permite dudar de que pudiera haber proporcionado mayores cotas de felicidad a las mujeres.
Por su parte, la propuesta poliamorosa no pone el acento en la ruptura con el orden establecido, aunque llevarla a la práctica suponga un fuerte revulsivo. Tampoco tiene una vertiente colectiva ya que su objetivo no es cambiar el mundo sino, simplemente, buscar la felicidad de las personas, disminuyendo el grado de renuncia y frustración. Tampoco se propone luchar contra el patriarcado o el capitalismo, pero su práctica sólo es posible en ambientes igualitarios y avanzados.
Desconocemos a qué tipo de entorno afectivo y sexual conduciría la generalización de este tipo de relaciones, pero no suena mal hablar de mayores cotas de libertad y sinceridad sin que, a cambio, se imponga absolutamente nada, ni siquiera la infidelidad, que, por cierto, nada tiene que ver con la traición o con la falta de lealtad.
Tampoco excluye innumerables cualidades de las relaciones duraderas como la incondicionalidad propia afectos profundos, la seguridad y el confort de apegos consolidados, la camaradería o la complicidad.
En todo caso, alguien dijo: lo verdaderamente revolucionario es la lucha por la felicidad. Ojalá tenga razón y las siguientes revoluciones no lo olviden.