Un cuadro. Dos personas. Cuatros ojos. Un universo de posibilidades. Digo un cuadro como podría decir una película, una serie, una obra en la calle o simple y llanamente la vida. Pese a que vivimos en un mundo donde se nos quieren imponer las certezas, la categorización en blanco y negro, en bueno o malo, en constitucional o no, la realidad se impone como un continuo con una amplia gradación.
Es una reflexión que me llega de la mano de una serie que no es de rabiosa actualidad, pero que golpea mi mente en cada visionado. Se trata de “The Affair”, cuyo estreno fue en 2014 y que presenta una curiosa estructura en cada uno de sus capítulos. Estos están divididos en dos partes, cada una de las cuales nos presenta “la realidad” desde dos puntos de vista diferentes. Dos subjetividades que distan mucho de ser unívocas.
En su primera temporada la serie nos presenta, por un lado, a un hombre atrapado en un matrimonio que le llegó demasiado pronto, frustrado por todo lo que no ha conseguido, agobiado porque los problemas de sus cuatros hijos le desplazan a un segundo plano, y sin suficiente solvencia económica, lo que le condena a pasar el verano en casa de sus suegros. Argumentos que en su cabeza configuran un cóctel que servirá de justificación para caer en la tentación de asociar novedad a solución. Esta llega en forma de encuentro con una mujer a quién el matrimonio también le llegó demasiado pronto, sufrió una desgracia de la que nunca podrá recuperarse y que se siente atrapada en una realidad que limita unas posibilidades que querría que fueran infinitas. Ella también cree que la novedad puede ser la solución. Ante tales realidades “El affair” casi pareciera inevitable.
Ya tenemos el cuadro, el affair. Ya tenemos las dos personas y los cuatro ojos. Toca el universo de posibilidades. Es fascinante la experiencia de ver primero una versión de los hechos y después la siguiente. Alguien que crea en las categorías estanco de blanco y negro supondría que la segunda parte del capítulo solo va a ser una repetición de la primera, pero no lo es. Lo que en la primera parte es comedido, en la segunda es locura; lo que en una parte es conquista en otra es rechazo, el sexo pasional de un lado puede ser incómodo del segundo; la ubicación de los comensales, el color del vestuario, los elementos presentes en la escena, lo dicho, lo no dicho, la forma de decirlo… Todo es susceptible de cambio. Un ejercicio que nos recuerda como de compleja es la formación de la memoria autobiográfica.
Es interesante proponer el ejercicio de confrontar con lo descrito. Confrontar con tu pareja el recuerdo de un momento dado y ver si no puede llegar a parecer que habéis estado hasta en ciudades diferentes; confrontar con tu familia la percepción sobre un hecho pasado y ver si no parece que habláis de vidas distintas; confrontar con un amigo el recuerdo de una discusión y ver si no parece que recordáis temas diferentes. Un ejercicio interesante que después de practicar puede que permita la irrupción de los matices de la realidad.