(Piaget)
¡Cuando hablo sube el pan!, bueno, mejor dicho ¡Cuando hablo, lo que tengo que aguantar! Es cierto que cuando era pequeño, e incluso de semi adulto y de aprendiz de adulto, yo era una persona muy habladora. Algunos incluso celebraban el momento en que mi estridente y elevada voz dejaba de sonar (y hablo de celebraciones dignas de la hinchada de un equipo que acaba de ganar un título).
Sin embargo, el paso del tiempo fue silenciando mi voz. Sobre todo, el paso del tiempo en mi profesión. Como decía mi padre cuando él también hablaba: “El tiempo nos resabia hijo mío, por eso no podríamos vivir dos vidas porque seríamos muy cabrones en la segunda”. Pese a los vaticinios paternos yo estaba Ilusionado cuando estudié psicología y comencé a ejercerla, tanto o más que esa persona que vota en las elecciones por primera vez y cree que su voto servirá para algo. Muchos más encuentros tendremos que tener querido diario para que te pueda contar como cambió todo. Hoy te diré una de las constantes que me hizo callar.
Fuera de mi consulta yo hablaba como una persona cualquiera más pero la etiqueta de “psicólogo siempre me ha perseguido”. Esos deseos de la gente de que la cure (¡Ni que yo fuera la Virgen de Lourdes e hiciera milagros instantáneos!), ese desconocimiento de tu profesión (“¿Y eso para que sirve?”, “¿pero de verdad escuchas a la gente o solo finges para que paguen?”), ese enésimo intento, que cae en el vacío, de recordar que psicólogo y psiquiatra no son lo mismo. Pero sobre todo ver como te persigue la etiqueta aun incluso cuando hablas del tiempo.
El pasado domingo sin ir más lejos estaba con la mayor exponente de todo ello: mi cuñada (¡Que mujer!, ¡Que intensidad!). Me obligué a hablar un poco (mi mujer me lo exige una vez al mes si quiero evitar el divorcio) y no exagero si te digo que de diez veces que abrí la boca en siete la respuesta de mi cuñada fue “¡Como se nota que eres psicólogo!” Una apelación que tendría sentido si hubiéramos hablado del Teorema de Bayes o de la diferencia entre endogrupo y exogrupo, pero, como podrás deducir, estos no son temas interesantes en una reunión social entre copas. Apenas hablábamos del tiempo, de banalidades de la vida cotidiana o de los regalos recibidos. Pero el ser psicólogo me persigue (¡Ni que fuera el maldito ladrón de un banco!).