Ayer por la tarde fui con mi vecina, que es muy maja, a un acto que se celebraba en uno de esos locales ocupados que están tan de moda en Lavapiés. El título de la conferencia era” la interseccionalidad como eje de la cuarta ola feminista”. Como nada de lo feminista nos es ajeno y necesitábamos reflexionar después de tanta actividad, allá que fuimos.
La sala estaba llena de jóvenes, lo que nos alegró, porque somos de las que creemos que los años que ha pasado el feminismo sumido en un bache se ha debido, entre otras cosas, a que no se veía el recambio generacional. Alguna que otra madura saludaba a las niñas y no había muchos varones.
Se colocó el panel de intervinientes en sus sillas respectivas y comentamos que estaba muy bien porque las mujeres que iban a hablarnos eran muy diversas de aspecto y según decía la octavilla que nos dieron a la entrada, también de origen.
Comenzó hablando una compañera afrodescendiente que nos comunicó sin más preámbulos que el feminismo blanco, o sea, nosotras mismas, era racista y colonial. Y no porque nosotras quisiéramos ser racistas y coloniales, sino porque al ser blancas y europeas nuestra posición en el mundo así nos hacía, unas privilegiadas que teníamos bienestar gracias a la explotación a la que sometíamos a nuestras compañeras racializadas. Por ejemplo, teniendo latinas que nos limpian las casas y siendo paternalistas con ellas. Mi vecina, que limpia escaleras para una contrata, me miró de reojo a ver cómo encajaba yo esta cuestión. Yo le susurré, “ espera que ahora hablará de las alianzas necesarias entre mujeres”. Y habló de las alianzas para dar paso a la siguiente ponente, una mujer gitana que nos informó que todo esto de que la rumba se ponga de moda y nos guste tanto a las payas cantar tratrá, es apropiación cultural. Eso me dolió porque nunca he sido consciente de apropiarme de nada cuando me emociono con Camarón, pero le volví a susurrar a mi vecina:” espera a ver qué dice la chica de su derecha”.
La chica de su derecha no era chica, ni chico, era binarie. No nos enteramos de nada de lo que dijo, bueno un poco sí, que ser chico o chica sigue la lógica perversa del heteropatriarcado. No sé por qué dicen esa redundancia como si fuera algo novedoso, ¡pues que va a ser el patriarcado sino hetero!. Bueno, aunque a veces los compañeros gays son un poquito, ¿como diría yo?, misóginos, con perdón.
A estas alturas, mi vecina estaba removiéndose en la silla un tanto incómoda porque se sentía un poco fuera de lugar. Pero yo insistí: “espera que va a hablar esa tan guapetona”.
Y la guapetona nos hizo ver que somos transfóbicas sí o sí, si no ponemos a las trans en lugar preeminente en nuestra lucha feminista. “¡Venga ya hombre!” soltó mi vecina.
Era el momento de irnos. Nos fuimos. Salimos a la calle y me dijo mi vecina, yo creo que refiriéndose a nuestro feminismo, ¿Ahora que hacemos?.
Yo le contesté: “tomarnos un gin-tonic”.
En el cuarto gin-tonic decidimos que nos habíamos quedado en la segunda ola y que, es más, de allí no nos movíamos.
La activista.
No se podría decir mejor. Me apunto a la segunda ola y, por supuesto, a los gin-tonic. ¡Estamos tontas!