(La Verdulera)
Desde el lunes que en general me caen bien mis clientes y los vecinos del barrio. Me parecen menos idiotas, aunque los necios siguen igual y no entran a comprarme verduras. Todo parece volver a su cauce natural. Los hechos vuelven a ser la única realidad y aquello que es verdad comienza de nuevo a distinguirse de la mentira. Mi calle ha vuelto a parecer un país civilizado. En mi negocio vuelvo a tener las verduras más frescas que hay en Mercamadrid y eso saben distinguirlo mis clientes. De momento he visto al fotógrafo, a la activista, al poeta y al psicólogo del barrio, que entran a comprar mi mercancía. Y en su mirada ha vuelto la primavera y hay como esperanza.
Pero el supermercado también sigue a la vuelta de la esquina y no sé por cuánto tiempo durará esta efímera fidelidad de mi clientela. Por si acaso, nosotras vamos a aprovechar lo que hay, vamos a reformar la tienda y a darle una mano de pintura. Vamos a poner el precio en todos los productos. Y a entregar verduras y fruta en bolsas de papel. Voy a seguir tratando de demostrar que mi género es más sostenible y saludable que el del supermercado. Y yo, siempre poco avariciosa, voy a procurar hacer caja para tener una jubilación decente. Ya nos hemos acoplado, mi hija, mi nieta y yo. Y los fines de semana me ayuda en la casa y en el negocio. De momento estoy contenta porque he encontrado posibilidades de avanzar en casi todo. Pero como dice mi vecino el fotógrafo esto es solo una tregua. Un paréntesis efímero que puede durar poco tiempo. En este breve paréntesis de esa pésima idea del mundo, de que todo el mundo miente, de asumir como real solo tus propias creencias, yo voy a seguir vendiendo solo buenas verduras.