Tengo una frutera próxima a la que le compro productos ecológicos (una pasta) y con la que converso y hacemos barrio. También tejo redes con el carnicero, aunque no voy mucho, cada vez menos porque me tienen comido el tarro los denunciantes de la agricultura intensiva y su maltrato a los bichitos. La panadería está al lado, pan integral, por supuesto. Hasta la ropa y complementos procuro comprarla en el barrio.
Pero, esta tarde, me faltaban algunas cosas y me he ido al Mercadona. He estado dos horas paseando y leyendo etiquetas al detalle para comprar galletas sin aceite de palma, queso fresco que acreditara su origen, castellano a ser posible, leche que no fuera francesa, limpiador sin agresividad y algunas cosas más que me han parecido aceptables.
Pero, ¡ay qué débil soy!, he visto unas bolsitas para el microondas con batatas pequeñas y apetecibles. Origen: EE.UU. Un cuarto de hora más dando vueltas al asunto hasta que las he cogido. En ese momento he sentido que todo el carbono de la huella que han dejado las batatas hasta llegar a mis manos se me metía en los pulmones. Pero he seguido adelante hacia la caja, he pagado y he guardado la compra en unas bolsas de tela que llevaba en el bolso.
Me he sentido incongruente, hipócrita y falsa. Mirándome en el espejo de las batatas yanquis y fumándome un cigarro sentada en un banco del parque. Tabaco de Virginia.
¡Estoy muy hartita!
La activista.