Querido Diario, Piaget se presenta

(Piaget)

Necesito alguien que me escuche, bueno, en este caso que me lea. Es un caso de fuerza mayor. Me paso el día escuchando, pero el maldito secreto profesional (¡ni que fuera un cura!) me obliga a guardar silencio (¡ni que hubiera sido detenido!). Vuelvo a casa y mi mujer me pregunta: ¿Qué tal el día?, bueno mejor dicho ¡Me lo preguntaba!, ahora ya está harta y no lo hace. En las reuniones con los amigos cualquier espectador que presenciara la reunión desde su casa pensaría que soy mudo. Ellos hablan de su rutina, critican al payaso de su jefe, bromean sobre el compañero incompetente, y mientras yo, ¿qué puedo hacer? ¡Nada!, no puedo hacer nada, solo guardar silencio.

Mi madre siempre que la visito, cada vez menos para no escuchar de nuevo las mismas frases, muestra su preocupación por mí: ¡Hay xxxxxx con lo parlanchín que eras tú!, y ahora, madre mía, hay que sacarte las palabras con sacacorchos. Que disgusto más grande tengo.

Mi padre, bueno, mi padre es un caso aparte y sería él quien debería hablar conmigo. Ojalá me contará lo que solo sabe la camarera de la enésima casa de apuestas que han abierto en el barrio y su “chaqueta de la fortuna” a quien le pide la suerte que Carlos Sobera le promete en la televisión para que, por fin, esta vez la ruleta se detenga en su número.

Y lo peor de todo es que esto solo es una parte, como ya te iré contando querido diario. Porque sí, lo he decidido y a partir de ahora te narraré lo que no puedo contar, te escribiré lo que no puedo decir, te confesaré lo que persigue mi mente y el maldito secreto profesional (¡ni que fuera un cura!) me obliga a esconder. Te lo contaré todo, menos mi nombre. Para ti, querido diario, seré Piaget, como mi periquito.

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