Reivindicación de Alexander Bogdánov: un comunista marciano

A principios del siglo XX todavía se creía en la existencia del futuro, pero el derrumbamiento del comunismo eclipsó cualquier utopía. Tras el milenarismo negativo del fin de la historia el futuro empezó a resultar problemático. Era distópico. El presentismo dominante hoy ha acabado con la dialéctica entre pasado y futuro. El pesimismo nos ha invadido y la nostalgia del futuro perdido se ha convertido en condición de la vida moderna. Nuestros jóvenes son los primeros sin expectativa de que su futuro sea mejor que el presente.

Hoy, cuando derecha e izquierda política se han olvidado de mantener la esperanza de un futuro mejor y sus fantasías ya solo son devastación y terror, recuperar la figura profética de Alexander Bogdánov (1873-1928) y releer su novela Estrella Roja (1908) -con su intento de regresar a la idea fundamental del comunismo o a imaginar cómo podría haber sido-, representa todo un desafío para el pensamiento progresista actual, incapaz de ofrecer una visión significativa del futuro tras haber padecido la violencia de la revolución, el estalinismo, la represión, el totalitarismo y las derrotas frente al neoliberalismo.

El ruso Alexander Bogdánov no solo fue el autor de una novela pionera de la ciencia ficción titulada Estrella Roja, actor sobresaliente en las revoluciones de 1905 y 1917, fue un visionario científico y un socialista utópico. Médico, filosofo, ideólogo y escritor marxista, se dedicó a tratar de describir el futuro y ganar la eternidad. Un intelectual que se alimentó de utopías para vivir eternamente hasta que éstas acabaron con su propia vida.

Frente al paradigma de virilidad asumido por la revolución, anticipó el pensamiento feminista en la igualdad de género, la necesidad del ecologismo, la defensa de los recursos naturales, y la utilidad de la cibernética. Además de predecir el estalinismo, fue el primer ecosocialista, que afirmó que “aunque triunfara el comunismo habría que seguir gestionando el planeta” y acabó enfrentandose a Lenin porque sostenía que, sin educación, sin conocimientos, los trabajadores no harían la revolución. Sin la toma de conciencia, sin cultura no habría comunismo. Por eso hoy lo reivindican anticapitalistas y poscapitalistas como el escritor y periodista británico Paul Mason.

Un socialista utópico

Bielorruso nacido en familia de maestros rurales, el joven Aliaksandr Malinouski, arrestado por la policía zarista del Imperio Ruso por actividades revolucionarias, deportado en varias ocasiones, consiguió graduarse en medicina y después estudio filosofía política y economía. Ya en la clandestinidad adoptó entre otros el nombre de Bogdánov, que provenía del apellido de su novia, Natalia Bogdanovina. Se unió a la facción bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia en 1903 como aliado de Lenin.

Fue uno de los fundadores del bolchevismo, se dedicó a escribir tratados sobre lo que denominó Empiriomonismo, donde mezclaba marxismo y filosofía. Destacado en la intentona revolucionaria de 1905, tras su fracaso, compitió con Lenin por el liderazgo bolchevique por lo que fue desacreditado por idealismo filosófico y ultraizquierdismo. En 1909 acabó siendo expulsado por Lenin de la facción bolchevique, quien, en su contra y el de sus seguidores, le dedicó uno de sus libros más sesudos: Materialismo y Empirio-criticismo. Entonces se unió a su cuñado Anatoli Lunacharski para viajar a la isla italiana de Capri, donde en casa de Maximo Gorki, fundaron una universidad para exiliados rusos. Desde las posiciones de izquierda comunista se dedicaron a crear escuelas de formación de cuadros y de trabajadores, porque el núcleo fundamental de su concepción era que sin concienciación por parte de los trabajadores no era posible llevar adelante el proceso revolucionario. Tras participar en la creación de escuelas en Bolonia y Paris, regresó a Rusia para participar en la guerra y en la revolución de 1917.

En Francia, Bogdánov había trabajado en un estudio comparativo innovador del poder económico y militar de las naciones europeas, escrito en 1913. Fue el primer trabajo interdisciplinario sobre el análisis de sistemas, que más tarde fusionaría con la “tectónica”. En su trabajo predijo principios modernos de la teoría y análisis de sistemas. Estos trabajos no fueron traducidos en vida, por ello no se conocían fuera de Rusia. Desde 1913 hasta 1922 estuvo inmerso en la redacción de un amplio tratado filosófico, Tectología: La organización universal de la ciencia, en el que se anticipan las ideas básicas del análisis de sistemas, más tarde explorado por la cibernética. La propuesta original de Bogdánov, que denominó Tectología, consistió en unificar las ciencias físicas, biológicas y sociales, por considerarlas como sistemas de relaciones. Su tratado anticipó muchas de las ideas que serían popularizadas más tarde por los autores de Cybernetics y de la teoría general de los sistemas.

Sus ideas filosóficas, según Lenin y después Stalin, parecían amenazar el materialismo dialéctico y, de hecho, tuvieron cierta influencia sobre disidentes de la Unión Soviética que se volvieron en contra de la autocracia bolchevique entre los años 1920 y 1930, pero que aceptaron la necesidad de una revolución y el deseo de preservar sus logros. Sus tratados fueron suprimidos de la opinión pública de la URSS hasta la década de los 70, fueron casi desconocidos en Occidente y muchos siguen sin estar traducidos.

Estrella Roja, y el planeta comunista

En 1908, poco después de la intentona revolucionaria escribió la novela Estrella Roja, una utopía ambientada en Marte, en la que realiza predicciones casi proféticas acerca de los desarrollos científicos y sociales. Bogdánov hizo un intento de imaginar el sistema comunista, no la revolución ni la transición, y construyó su ciencia ficción, su utopía social. Tras no aceptar los cambios de rumbos de la revolución, optó por la ficción utópica para mantener, como siempre lo hizo, el optimismo histórico en un momento de pesimismo precoz. Por primera vez un comunista dudó públicamente del triunfo de la revolución del proletariado y del tiempo que tardaría en hacerla. Y eso ocurrió una década antes de la revolución bolchevique.

Tras la derrota de la intentona revolucionaria de 1905, Bogdánov situó en Marte el paradigma comunista. Desde el descubrimiento de los canales marcianos del astrónomo Schiaparelli, Marte sería identificada como otra posible tierra o la anti-tierra por excelencia, así que sus habitantes iban a poder elegir entre civilizar a los terrícolas o exterminarlos. En Marte se acaban las reservas naturales del planeta y una hambruna amenazaba a todos los habitantes en 30 años. Debían de proveerse de proteínas, el planeta Venus resultaba naturalmente indomable y la colonización de la Tierra requería la destrucción de los seres humanos o intentar, tan rápido como fuera posible, reeducar a la gente en las formas del socialismo.

Fue un intento creativo de imaginar una sociedad industrializada, sin clases sociales de ningún tipo. De la superioridad de las naves espaciales propulsadas por energía nuclear sobre los aeroplanos, de los movimientos artísticos como el constructivismo o el realismo socialista. En esta obra se adelantan los combustibles radioactivos, se habla de antimateria, de trayectorias gravitacionales, de métodos de control de natalidad y suicidio asistido, de transfusiones sanguíneas e incluso de cine en tres dimensiones. El Marte comunista está repleto de ingenios mecánicos como el video-teléfono, los vehículos voladores, y por supuesto el viaje interplanetario. La novela antecede en el tiempo la automatización de la producción e incluso la fusión atómica.

Frente a la descripción de una organización social admirable como la de los marcianos, se contraponía la visión de los terrícolas como aún no suficientemente maduros para gobernarse a sí mismos. “Los marcianos eran claros y directos en todo momento. Nunca decían hola, nunca decían adiós”

La extraña singularidad psicológica del Patriotismo

Bogdánov apuntó una humanidad de terrícolas marcados y limitados durante mucho tiempo por el terror y las guerras, lo que les conducía a un patriotismo bárbaro muy lejano del pensamiento socialista: “Las eternas guerras entre las distintas tribus de la Tierra los ha llevado a desarrollar una extraña peculiaridad psicológica que ellos llaman “patriotismo”, observan los marcianos comunistas. “Este sentimiento, vago y sin embargo muy fuerte, contiene dentro tanto una desconfianza malintencionada a todos los extranjeros y a otras razas, como un deseo elemental de poseer un lugar propio…. Y todo eso no sirve más que para ayudarles en su deseo de explotar, controlar y usar a los demás”.

Por el contrario, Marte está organizada desde los principios socialistas del menor individualismo posible. El Marte comunista no diferencia entre los trabajadores, “cuyos nombres serán preservados hasta que aquellos que vivieron con ellos y lo conocieron personalmente ya no estén vivos”. De jornada laboral reducida, tras alcanzar el exceso de producción, las obligaciones laborales habían sido abolidas. Lograron que el trabajo fuera una opción libre, aunque trabajar era el objetivo del individuo socialista, pero todos trabajaban con libertad y no experimentaban carencias sin dinero. A pesar de que hubo lucha de clases, en Marte históricamente, la guerra no había tenido protagonismo ni se había conocido la esclavitud. Su cultura histórica era superior a la de los terrícolas, con una vida comunitaria desarrollada, el control sobre los poderes de la naturaleza, una ciencia y tecnología más desarrolladas, donde por ejemplo ya usaban el 3D o las conexiones entre los sistemas circulatorios de los cuerpos humanos y las transfusiones de sangre.

El arte de la guerra es incomparablemente mayor entre los terrícolas que cualquier otro aspecto de su cultura” afirman los marcianos. Observan las batallas por el control de las personas, el individualismo que controla y divide todo, el poder de las clases dominantes de cada nación, al barbarismo o la crueldad. La lucha entre individuos, pero también entre las sociedades divididas y separadas por sus luchas sociales, entre aquellos que se niegan a ofrecer a otros seres humanos ayuda mutua, si no reciben algo a cambio. Sus torpes métodos de producción hacen que la Tierra siempre esté en peligro de caer bajo el control de los fanáticos que actúan en su contra: “Los habitantes de la tierra utilizan su planeta, pero no lo hacen de forma racional, sobre todo cuando consideramos la cantidad tan significativa de recursos que posee la superficie del planeta. Esto deriva del mismo carácter de la cultura de la Tierra. Su misma base consiste en la individualidad, en personas trabajando únicamente para su propio beneficio”.Sin embargo, el Marte comunista vive en el intercambio económico y el trabajo de la humanidad en su conjunto.

En la época en la que Bogdánov escribió Estrella Roja, H.G. Wels había descrito en 1898 la primera invasión marciana en La guerra de los mundos, y en 1903 George Méliès había filmado El Viaje a la Luna. Entre los precursores de la ciencia-ficción, la obra de Bogdánov se sitúa entre los relatos del Julio Verne decimonónico y las distopias de Orwel de 1984 (1947). Estrella Roja recuerda a las novelas del Ekumen, la saga espacial de Ursula K. Le Guin, a Los desposeídos (1974). Mucho antes que la escritora californiana escribiera la primera novela de ciencia ficción feminista en La mano izquierda de la oscuridad (1969), el revolucionario bielorruso ya describe a las mujeres marcianas con los mismos rasgos que los varones, una “evolución” que ocurre debido a la liberación femenina en el planeta comunista. Pero Le Guin es difícil que leyera a Bogdánov ya que éste no fue traducido al inglés hasta 1982.

La Cultura del Proletariado

Tras la revolución rusa, Bogdánov fue nombrado director de la Academia Socialista de las ciencias en Moscú y también fue un impulsor del movimiento artístico radical conocido como Proletkult, Cultura del Proletariado, una escuela de artistas que intentaban crear un nuevo arte, una cultura proletaria. Se trataba de crear los componentes de una conciencia de clase independiente que incluyera el arte, la ciencia, las costumbres y, sobre todo, los sentimientos personales.

En 1918 la revolución rusa acababa de triunfar y en los palacios cristalizaban miles de ideas y proyectos. Para liderar la nueva cultura de las clases trabajadoras, el Comisariado Popular de Educación de la Rusia soviética (Narkompros) aprobó la creación de una institución que combinara las inquietudes proletarias con las manifestaciones artísticas de vanguardia. La antigua capital zarista, Petrogrado, puso a disposición de este nuevo proyecto uno de los edificios señoriales más lujosos de su avenida principal, Nevsky Prospekt. La calle cambió su nombre en honor de esta organización. Y al frente de ella se encontraba su impulsor, un revolucionario de la vieja guardia con el que Lenin había tenido que disputar el liderazgo de los bolcheviques: Alexander Bogdánov, el autor de Estrella Roja.

Pero finalmente, la tarea quedó inconclusa. Intelectuales como el cineasta Sergei Eisenstein o el novelista Maximo Gorky se aplicaron para llevar la teoría a la práctica y su éxito fuera abrumador: en sus dos años de existencia manejó un presupuesto equivalente a un tercio de los fondos del comisariado de educación y llegó a contar con 84.000 afiliados y medio millón de simpatizantes. El futurismo y el constructivismo tuvieron fuerte arraigo en la organización, pero acabó disolviéndose entre la desconfianza de los cuadros más ortodoxos del partido.

Demasiado individualistas para los soviéticos, fueron denunciados por Pravda en 1920 por pequeñoburguéses. Bogdánov, favorable a la internacionalización de los principios del Proletkult y crítico con su disolución, fue detenido por la policía secreta y acusado de menchevique y opositor al estado. Abandonó la política en 1923 y dedicó sus últimos años a la medicina y a la investigación científica. Quizá en venganza, en 1924, Bogdánov propuso que se crionizara el cerebro de Lenin para implantarlo en otro cuerpo cuando la ciencia lo permitiera.

El rechazo de Marx al socialismo utópico había impedido estudiar hacía qué modelo social quería dirigirse el socialismo y cuáles serían las características de ese mundo nuevo. Bogdánov pensó en el tipo de mundo al que quería dirigirse ese proceso, lo que no habían hecho nadie. Distinguió claramente la clave del proceso: la diferencia entre hacer la revolución y construir el socialismo. En definitiva, estaba poniendo el dedo en la herida: el papel de la cultura en todo ello. Creía que el socialismo no era realizable más que sobre la base de la cultura y los adelantos más recientes de la técnica moderna.

La eterna juventud

Esta fue su diferencia, mientras los revolucionarios bolcheviques se planteaban como asaltar el cielo, él ideó un planeta tectólogo donde la vida se leía en sistemas y podía ser alargada para siempre. Aunque le usaron como asimilado a la política cultural incluso de Stalin, su idea de revolución cultural previa acabó siendo desprestigiada de ultraizquierdista tanto por Lenin, el trotskismo o el estalinismo. Tras su defenestración, en 1926, fundó el Instituto de Hematología y Transfusiones Sanguíneas. 

En Estrella Roja los marcianos comunistas aplicaban las técnicas de renovación del tejido vital para no envejecer. Bogdánov creía que podían llevarse a cabo mediante transfusiones sanguíneas. Médico de trinchera durante la Primera Guerra Mundial y director del Instituto de Hematología, estaba convencido de que la vida podría ser prolongada mediante el intercambio de sangre entre personas de distintas edades. En esta utopía socialista, la nueva sangre reemplazaría literalmente a la vieja. El mismo creía que podía ser inmortal si se transfería a suficiente sangre de personas jóvenes. No es extraño que sedujera a Stalin. Después de la muerte de Lenin pudo de alguna manera convencer a Stalin para patrocinar su programa de experimentos, pero en 1928, después de llevar a cabo un “intercambio entre camaradas” con un estudiante enfermo de malaria, murió.

Como revolucionario intelectual ruso de finales del siglo XIX, más que un simple teórico, fue un científico y médico activo. Como profesor del proletariado, creía firmemente que la educación y la cultura podían alterar las formas de pensar y comportarse de las personas, y que la humanidad podía perfeccionarse bajo el socialismo.

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