Lo reconozco, soy de los que dicen que nos merecemos la extinción como especie. Me gustaría dejar de pensarlo, pero el ser humano no deja de darme razones para que el pensamiento permanezca. Creo que la ideología liberal ha ganado la partida y que el egoísmo que prima en la sociedad es un mal incurable. Los valores desaparecen, o más bien, se implantan los valores de “La isla de las tentaciones”, pisar al de al lado se convierte en norma y el ombligo propio es el eje que mueve el mundo.
Y en ese contexto y pesimismo llega el coronavirus y las apelaciones a la responsabilidad, ¿una utopía? Pudiera parecerlo cuando se escucha o se ve a políticos con claros síntomas de tener la enfermedad no poder renunciar a su hombría por un día y seguir saludando cuan buen macho. Pero como siempre digo los políticos somos nosotros, hoy sin ir más lejos en mi calle me he cruzado con un “buen conciudadano” incapaz de poder estornudar en el codo (ninguna de las cinco ostentosas ocasiones) y que de complemento ha decidido ser generoso y esparcir también su saliva por el suelo (un par de ostentosas ocasiones).
Puede parecer difícil confiar en la responsabilidad cuando la apariencia por estar en una manifestación, un día (como si solo ese fuera importante) puede dejar un buen reguero de contagiados; cuando la remontada de tu equipo es un asunto tan importante que no puedes renunciar a reunirte con miles de personas para gritar a personas bajando de un autobús. Pero claro, es que el deporte es el deporte. ¡Como no desplazarte hasta otro país y alentar a tu equipo, y gritar y abrazarte por los goles, e incluso estar sin camiseta aun cuando está cayendo un auténtico diluvio! ¡Como no hacerlo!
Es difícil creer en la responsabilidad cuando no poder salir unos días de casa (aunque sea para relacionarte con gente a quienes no le importes), o no poder ir a un restaurante (en el que solo sepas degustar la foto que compartas en redes sociales), o que se cancelen competiciones deportivas (¿y ahora que hago?) son considerados como los auténticos problemas graves.
Y, sobre todo, cómo creer en la responsabilidad viendo imágenes de personas peleando como si no hubiera un mañana por acumular 500 rollos de papel higiénico. Más aún si cabe, cuando es bastante probable que esas mismas personas sean las que cambien de canal ante una de esas noticias, para ellos sin importancia, de personas huyendo de la guerra.
Pero quién sabe, quizás esté equivocado. Quizás exista esperanza y la responsabilidad sea posible. Quizás lo que está pasando sirva para levantar la mirada del ombligo y mirar al de al lado, preguntarle que necesita y tenderle el codo para ayudarle. Puede que sirva para escuchar a esa pareja a la que llevamos meses sin escuchar porque tenemos otras prioridades, o podamos aprovechar para hablar de verdad con nuestra familia o amigos y dejar un poco de lado la banalidad del 2.0. Puede, incluso, que cuando todo pase (si pasa) sepamos valorar más todas esas cosas que damos por sentadas.