Veía el otro día una película llamada “Los exámenes” y el protagonista pronunció una frase que quedó grabada en mi mente: “A veces lo único que tiene que importar es el resultado”. Una reformulación del fin y los medios donde el personaje indicaba que a pesar de lo inmoral de sus actos éstos quedaban justificados por la obtención de un resultado que era clave.
El resultado. Quizás en otro momento no hubiera resonado la frase en mi mente, pero justo ahora me encuentro en busca de un resultado que para la sociedad parece solapar el camino.
Hace unos meses dejé mi trabajo. Diferentes razones. Una temeridad para algunos, la mejor opción para quienes me conocen. Desde entonces la obtención de un resultado aparece irremediablemente en el horizonte: conseguir un nuevo trabajo. No seré yo quien niegue la mayor y diga que en este mundo uno se puede mantener del aire, o que la nevera puede llenarse eternamente sin la presencia de un trabajo remunerado. Ahora bien, creo que las cosas son un poco más complejas. En mi opinión, el camino es lo que de verdad importa. ¿De qué sirve llegar a un resultado si desconoces como llegaste hasta él?
Como la persona que pierde un sentido y se le agudizan otros, el trabajador sin trabajo (sí, sigue siendo un trabajador) también pasa a incrementar sus percepciones en todo lo relacionado a lo laboral. Esa hipersensibilidad te lleva a ver como el resultado flota sobre el ambiente. Se percibe, por ejemplo, la incomodidad de algunas personas ante la ausencia. Parecen desubicadas y no saben con qué pregunta de interés sustituir el clásico ¿qué tal el trabajo? Les haré una sugerencia, una que pocos se atreven a formular: ¿qué tal estas? Una pregunta que, además, vale para el trabajador con y sin trabajo.
El trabajador sin trabajo duda, ¿y sí soy una anomalía? Sin embargo, en su nueva rutina alejado de una oficina puede salir a la calle en horarios no tan habituales. Allí descubre que las calles no son un páramo, hay más gente. Otra duda se instala, ¿por qué todas estas personas no están en una oficina? Por un momento temes que el apocalipsis anunciado por las derechas sea realidad y tu homónimo en forma de presidente del gobierno esté acabando con el trabajo. Luego reflexionas y te das cuenta de que, quizás, las cosas sean un poco más complejas.
Otro grupo de gente no concibe como se trabaja sin estar en una oficina bajo las órdenes de un jefe. Aquí, las visiones se dividen entre quienes te pasan a ver como una amenaza, un bolchevique o perro flauta que quiere vivir de papa Estado y quienes te aconsejan que aproveches todo lo posible para vivir bien. Curiosas visiones. La realidad aquí es más sencilla. Se puede trabajar sin un jefe que te mande, se pueden establecer unas rutinas propias, se puede ser productivo y, en mi campo, se pueden pasar las mismas horas delante de un ordenador en la oficina o en tu casa.
Otra duda acude a tu cabeza, ¿por qué la sociedad sacraliza tanto el trabajo? Soy de las personas que desean un trabajo donde sentirse realizado y lo he tenido durante mucho tiempo. He hecho cosas increíbles, he viajado a lugares impresionantes y, sin embargo, ninguno de estos momentos está en mi top de mejores momentos de mi vida. El trabajo no es un resultado, es solo una parte del camino, y para mí ni siquiera la más feliz.
El resultado llegará, eso no es el problema. El problema es no saber ver el camino. Yo he aprendido a ver el mío, a conocer cuáles son mis virtudes, mi potencial y a saber que eso lo potencia un trabajo, pero no me lo da: eso es de mi propiedad.