Vemos como avanza la primavera desde las ventanas. Estamos confinadas. Somos de riesgo. Hay que protegernos de nosotras mismas y de lxs demxs.
Nosotras, que nos manifestábamos sin pedir permiso, que plantábamos cara a los acosadores callejeros, que cambiamos las faldas plisadas por vaqueros para poder correr mejor, que pegábamos carteles con cubo, cola y brocha, que repartíamos propaganda en las bocas de los metros de los barrios obreros al amanecer, que fuimos clandestinas, que nos declaramos feministas cuando nuestros camaradas nos querían abnegadas y follables.
Nosotras, que descubrimos los tampones, que enseñamos a nuestros amantes qué era el clítoris y para qué servía, que montábamos tenderetes con anticonceptivos y centros de mujeres para difundir que otra sexualidad era posible, que nos quitábamos los sujetadores y enseñábamos las bragas con nuestras minifaldas imposibles, que probamos las drogas, que bebíamos alcohol, que fumábamos todo tipo de cosas, que volvíamos a casa andando de madrugada con los tacones de aguja en la mano.
Nosotras, que leíamos, que discutíamos sin parar, que nos traíamos libros prohibidos de Francia, que descubríamos en el cine todas las historias, que escribíamos hermosos poemas de lucha y , a veces, de desesperación, que hacíamos apuestas sobre la muerte del dictador, que tuvimos que soportar la represión y la oscuridad, a quienes se nos quedó la sangre helada con cada una de las muertes de la transición.
Que vimos como morían muchxs a quienes controló la droga, puesta a nuestro alcance para controlarnos.
Que desde pequeñas transgredimos el mandato de género y procuramos hacer lo que nos dio la gana , a veces con peligro, muchas veces con incomprensión. Fuimos las madres a quién parte del feminismo quiere matar,
¿¡De qué riesgo me hablas!?
Ya no somos deseables como entonces, el mito de la belleza y de la juventud nos ha pasado por encima. Encerradas en casa y oyendo lo que nos dicen se nos ha roto la dialéctica entre Eros y Thanatos y ya no estamos deseantes, estamos rodeadas por los fantasmas de nuestros muertos, de nuestras muertas.
El riesgo entonces no es morir de Covid19, el riesgo es morir de falta de libertad de libertad y de melancolía.
Nadie sabe quiénes somos pero todo el mundo opina qué es lo que nos conviene.
Somos mujeres mayores, con cuerpos, con mentes maduras, con una revolución pendiente por hacer. No podremos seducir con nuestras arrugas y cicatrices pero sí con nuestra experiencia y sabiduría.
En cuanto pueda me voy al parque Paraíso a abrazarme a un árbol.