Leo en El País que Soledad Puértolas, miembro de la RAE, acepta el cambio de definición de sexo débil del Diccionario, pero se pregunta por qué la chica que planteó la iniciativa del cambio -y las 73000 firmas que la respaldan-, piensan que débil es algo malo. De hecho, como mujer, ella reivindica su debilidad porque, dice, débil no implica inferioridad.
Se me ocurre que esta defensa de un concepto discriminatorio aplicado a las mujeres solo puede deberse a una suerte de síndrome de Estocolmo por pertenecer a una institución mayoritariamente compuesta por hombres conservadores, encantados de haberse conocido y a los que no les gusta que les enmienden la plana.
Pero puedo equivocarme, por supuesto. También es posible que Soledad Puértolas piense de verdad que “débil” sea un adjetivo que la define. Si es así, nada que objetar; incluso me parece interesante que trate de subvertir el valor atribuido a dicha palabra. Lo que ocurre es que, en mi opinión, no debería pretender que lo que a ella le define deba definir también al conjunto de las mujeres.
Pero es que, además, siguiendo con la lógica del diccionario, desde su feminidad, las mujeres podrían reivindicarse como débiles, pero nunca podrían hacerlo como “fuertes”.
Este tema de los valores femeninos que lleva inexorablemente al de la identidad femenina -recientemente puesto de moda por la propuesta de Podemos de feminizar la política- es, cuando menos, escurridizo. Yo lo dejaría tranquilo. No tiene sentido afirmar que los valores femeninos son positivos y los masculinos negativos, como tampoco tiene sentido en este contexto preguntarse si débil es bueno o malo…¿o es que si es bueno puede ser femenino y si es malo, no?
Porque lo que en realidad no tiene sentido alguno es tratar de encorsetar a las mujeres (o a los hombres) en valores preconcebidos por estupendos que sean o que parezcan ser.
Al igual que ocurre con la identidad sexual, debemos dejar que cada ser humano se sitúe donde sienta que debe estar y que se apropie de los valores que decida, sin predisponer a las niñas hacia ideas de “feminidad” que cada vez me parecen más artificiales, ideológicas y que, en todo caso, limitan en lugar de ensanchar.
Si no, ahí tenemos el caso de Irene Montero que en la entrevista recientemente concedida a Público se declaraba apenada por “ser algo masculinizada en lo político”.
Me pregunto si el déficit de feminidad del que se siente culpable es, quizás, por ser ambiciosa…o tal vez competitiva o incluso por no rehuir el protagonismo personal.
Pues yo le diría que si es así, no debería culparse ni disculparse ya que se trata de atributos que pueden ser buenos o malos -según- pero que, en todo caso, no son privativos de la masculinidad.
¡Solo faltaría que a estas alturas de la película las mujeres que sean ambiciosas, competitivas o fuertes deban sentirse culpables por ello o, peor aún, por ser “algo masculinizadas”!
Otra cosa será, en el caso de Irene Montero, si una curiosa idea de feminización de los cargos se usó como coartada para su nombramiento como portavoz del grupo parlamentario. Pero eso es otra historia.
Por cierto, tampoco es buena idea que los hombres que no se identifiquen con los valores atribuidos a los llamados machos alfa tengan que sentirse “algo feminizados”.
Pero bueno, yo creía que todo esto ya estaba superado.