Ya se ha escrito mucho sobre el paso dado por Errejón y las consecuencias inciertas que dicha acción puede provocar en las candidaturas de la izquierda a la izquierda del PSOE. Con esto no quiero decir que sin su decisión los resultados electorales de la izquierda vinculada a Podemos no contaran ya con su propia dosis de incertidumbre dado el retroceso creciente de esa formación en comicios y encuestas.
La dificultad de articular la transversalidad
Pero no es eso de lo que quiero hablar, ni de si era o no necesaria la iniciativa de Errejón ni siquiera de la vertiente personal del conflicto o las altas dosis de egos masculinos puestos en juego. Lo que quiero hacer es una reflexión sobre las dificultades de articular alternativas transversales no vinculadas a la estricta disciplina de los partidos.
Porque como yo lo veo, el conflicto no se desencadena por las diferencias políticas entre los distintos grupos en juego (que existen y en ocasiones son significativas) sino por algo que todos tratan de ocultar y es su incapacidad para ponerse de acuerdo en las listas electorales.
Las listas y el control
Y es que las listas, más allá de ser la expresión de equilibrios internos, devolución de favores o ambiciones personales, reflejan la pugna de los grupos por mantener la hegemonía dentro de un partido o, en este caso, dentro de una plataforma.
Resulta curioso que hoy por hoy no solo Errejón haya ideado con Carmena una plataforma para concurrir a las elecciones en la Comunidad de Madrid, una plataforma con vocación de aglutinar fuerzas diferentes, atraer independientes y “apuntarse” a la transversalidad. Lo más curioso es que ese es el mismo discurso de Podemos, la dirección Federal de IU, Equo y otros más, que se esfuerzan en estos momentos por montar otra plataforma transversal, a ser posible en torno a una figura independiente, con vocación de aglutinar fuerzas y atraer votos de diferentes espacios.
Las dos propuestas de “plataforma” buscan por tanto lo mismo y, digan lo que digan, no se justifican por diferencias políticas o de programa, ya que cualquier plataforma, por definición, debe ser capaz de integrar diferentes tendencias programáticas.
Así las cosas, lo fácil sería constatar los enfrentamientos personales entre uno y otro bando. Yo me quedo, sin embargo, con lo poco que se ha trabajado en la izquierda el concepto de transversalidad, por más que el movimiento 15 M fuera inspirador de esta “nueva izquierda”…. y de ahí la enorme decepción que se refleja en las urnas.
Porque todo parece indicar que esta nueva izquierda ha llegado a la lógica de las plataformas transversales, no por convicción, reflexión o formación, sino por falta de éxitos electorales.
Por ese motivo, en flagrante contradicción con lo que significa la transversalidad, unos y otros se han entregado a una lucha fratricida por las listas, por colocar en ellas a los afines y relegar a los otros, para, en definitiva, tener el control.
Falta de discurso
Así vemos cómo en torno a tendencias descentralizadoras y antiautoritarias propias de los nuevos tiempos (véase el movimiento de los jubilados, de las mujeres y otros más capaces de influir significativamente en la sociedad), la nueva izquierda no es capaz de elaborar un discurso político que articule las aspiraciones de estos movimientos en torno a propuestas organizativas nuevas, imaginativas, inclusivas, no autoritarias y menos dependientes de los líderes.
Tampoco es fácil
No digo que sea fácil. Nunca hasta ahora se ha hecho. Es un gran reto.
Había buenos mimbres para intentarlo (en esa dirección, Podemos ha aportado en estos años cosas nuevas e interesantes), pero aún pesa demasiado la cultura de Partido que pone el énfasis en la idea de hegemonía política y la obsesión de control de las direcciones.
También pesa la falta de formación y de discurso en torno a la negociación, la cooperación y el antiautoritarismo.
Esto se solucionaría con listas abiertas, no? Exigiría más del electorado, sí, pero justo de eso es de lo que trataba todo esto.
Pues sí, las listas abiertas serían un instrumento especialmente útil en esta coyuntura y no solo porque ya lo reclamaba el 15M y daría la idea de que no se han olvidado los orígenes sino también porque nos acercaría a una democracía mas real, esa en la que son los votantes los que deciden. La democracia basada en los partidos hace la política irrespirable. Seguro que habría menos abstención, al menos de la izquierda más progresista que es la que ahora necesitamos para derrotar a las derechas.