Ser o no ser, en este caso de izquierdas. Buenas reflexiones, preguntas y dilemas planteas, Isabel, en tu artículo. Aunque mucho me temo que no encontraremos la solución merece la pena seguir divagando sobre lo planteado.
Lo primero que pienso al leer tu artículo es sobre algo de lo que he conversado, y he escuchado conversar, últimamente. Se trata del problema de las etiquetas vacías, de los títulos que no dicen nada, que nunca lo han dicho o a los que con el tiempo se les ha borrado su significado. Mucho me temo que “ser de izquierdas” es una de esas etiquetas con muchas definiciones teóricas pero menos aplicaciones prácticas reales, al menos en su representación política.
En esta reflexión sobre lo que es ser de izquierdas se podría hacer un ejercicio. Sería el de salir a la calle y hablar con la gente que así se considera. Hacerlo con personas de diferentes generaciones. Podrían apuntarse en un papel sus reflexiones, sus preocupaciones y los valores que quieren ver representados. Esto nos daría un mapa mental que, no descubro la pólvora ni mucho menos, poco tiene que ver con la acción y las preocupaciones de los partidos que hoy en día existen y vienen a representar a la izquierda.
Es más, a lo apuntado en el anterior párrafo, le sumaría otra más de las numerosas brechas generacionales que hoy vivimos. En mi caso, cerca de abordar la tercera década siento que no he conocido un partido que represente realmente esos valores, supuestamente de izquierda, de una forma real. Puede que la gente con más recorrido vital si que haya vivido momentos donde la dicotomía derecha/izquierda estuviera representada en ambos lados, pero de aquello me temo que por el lado izquierdo solo queda la nostalgia.
Lo que yo he vivido, tal y como apuntas en tu artículo Isabel, es la falta de ideas más allá de los eslóganes vacíos y los mantras como “representar al pueblo” o “somos la izquierda verdadera”, la incapacidad para dar una respuesta creíble a los ataques del capitalismo financiero y, por extensión, a las necesidades cotidianas de buena parte de la población que se acaba resignando a la abstención y a la falta de logros concretos.
Pero el problema no es solo la atribución externa de la rendición ante el capitalismo financiero, el problema también es interno. De nuevo, desde mi generación a lo que estamos muy acostumbrados es a la lucha por la pureza ideológica por ser el macho alfa que de verdad, de la buena, es el más de izquierdas y posee la verdad absoluta. La discrepancia interna debe ser acallada y la discrepancia de la sociedad debe ser arreglada. Si las masas no entienden lo que el líder dice es problema de las masas, que deben ser educadas.
En una ocasión el escritor Sergio Ramírez me dijo la frase “las fronteras provincianas son muy malas”. Esa frase me vale para la cerrazón de los líderes actuales de izquierda. Viven en su realidad, en su frontera provinciana que solo refleja su pequeña parcela de vida (generalmente acotada a Madrid). El problema es que esa parcela está muy alejada de la vida cotidiana de las personas de muchos puntos de España a las que poco les importa el debate sobre sí la pureza es de Errejón, de Iglesias o del histórico PSOE.
A todo esto, si llevamos el debate al otro lado del tablero, ¿existe una idea más clara sobre qué es ser de derechas?, ¿se adapta la derecha a lo que su gente quiere oír?, ¿ofrecen a sus votantes lo que estos demandan? Creo que pocas dudas existen respecto a la respuesta afirmativa a estas tres preguntas.
Un último aspecto interesante hacia el que diriges la mirada es la adopción oportunista del feminismo y el ecologismo, entre otros. Coincido, así como en el hecho de que es mucho más fácil sentirse representado por ellos. Hoy en día la defensa de los objetivos sociales tradicionales pasa por estos movimientos y por todas aquellas asociaciones que sí luchan por sus ideas (porque las tienen) y por conseguir resultados concretos (no solo por el voto de la siguiente elección).
Sin embargo, también hemos vivido como el feminismo al hacerse cada vez más fuerte ha recibido los ataques de quienes se resisten a que el sistema pueda cambiar. Justamente, uno de los objetivos es conseguir que se diluya su mensaje, contaminar sus ideales y perseguir que la gente perciba que no significa nada…para que se convierta en una etiqueta vacía, algo así como “ser de izquierdas”.
Yo me pregunto, ¿qué pasaría si surge el Partido Feminista y Ecologista?, ¿qué pasaría si realmente surge un partido que se valga de verdad de esos valores?, ¿podría realmente cambiar las reglas del juego o la nueva política acabaría siendo como la vieja política?