En el siglo XX la dialéctica histórica entre la experiencia del pasado y la proyección utópica se rompió. El fracaso de las metas de la izquierda, sus sucesivas derrotas históricas, desplomaron todos los proyectos revolucionarios. Hoy la historia de la izquierda también se puede leer entre la violencia revolucionaria, el estalinismo, la represión, el totalitarismo y las derrotas frente al neoliberalismo. Un teórico de la revolución como el pensador izquierdista francés Daniel Bensaid llegó a reconocer que la alianza entre la herencia utópica y el proyecto revolucionario ya estaba desecha al final del siglo XX.
Las antiguas dicotomías entre la derecha monárquica e izquierda republicana, la derecha zarista y la izquierda bolchevique, la derecha reaccionaria y la izquierda roja, la derecha fascista y la izquierda guerrillera ya no tienen validez. Aquellas derechas e izquierdas han asumido hoy que la democracia, a pesar de todas sus limitaciones, es el único sistema político capaz de salvaguardar la libertad y la igualdad a través de la separación de los poderes. Pero la democracia es perfectible, un proceso en evolución y desarrollo, cambiante en función de su mayor o menor intensidad y por tanto mejorable en función de quien la administra o gestiona.
Y ese balanceo ha hecho que hoy solo podamos distinguir de esa antigua dicotomía, entre la derecha política (como la liberal) y la izquierda política (como la socialdemócrata), a pesar de los nuevos multipartidismos que al final acaban también convirtiéndose en dos.
Nuestra memoria de lo que hemos sido y somos no ha dado de sí más que para ser gobernados por la derecha o la izquierda políticas, y nuestra generación de valores europeos construyó esa dicotomía entre Willy Brandt y Helmut Khol, Miterrand y Chirac, Silvio Berlusconi o D´Alema, González y Aznar. Et tout le reste est littérature, como dijo Verlaine. ¿Alguien puede proponer a repetir otras experiencias históricas que no acaben mal?
En este melancólico panorama solo nos queda la lucha por los derechos civiles, la igualdad de sexos o la conservación de la naturaleza como grandes conquistas sociales en proceso. Objetivos que claramente han conquistado las políticas de gobiernos de izquierda, aunque hoy puedan también reclamárselos gobiernos de derechas, de igual modo que el nacionalismo ha sido siempre un objetivo de la derecha política que hoy también reclama la izquierda.
Por todo ello comparto la crítica de la izquierda que formula Isabel Alonso en su decálogo, al que añadiría más viejos defectos como el culto al liderazgo, el panfletarismo, el doctrinarismo. Viejos resortes que siguen dejando en evidencia todas las que se dicen nuevas izquierdas. También que “hace tiempo que comprendí que las inquebrantables fidelidades a buenas causas cuando su praxis contradice de forma reiterada sus supuestas bondades es una soberana pérdida de tiempo”, como dice Isabel Alonso. Y al afirmar que “debo confesar que personalmente cada vez me importa menos ser o no ser de izquierdas y que me siento mucho más comprometida con los movimientos feministas y ecologistas, con el animalismo o el pacifismo. Y que este compromiso se debe tanto a la forma global, antiautoritaria y transversal con la que se manifiestan como a sus objetivos tan inapelablemente radicales como necesaria y urgente su praxis”
También comparto la crítica de Pedro Sánchez tanto a la falta de nuevas ideas de la izquierda como a sus actuales líderes, alejados de la vida cotidiana de las personas. Por su propia experiencia, los más jóvenes incluso que Pedro Sánchez tienden a considerar etiquetas vacías la distinción entre izquierdas y derechas. Pero de la misma forma que ya existen generaciones que no necesitan del feminismo porque lo entienden como una vieja ideología vengadora carente de glamour, que ya no necesitan porque ya no dudan ni de su propia fuerza ni de su igualdad con el otro sexo, habría que recordarles que, aunque se crean dueños de su propia vida, no lo son y por tanto sigue siendo necesaria tanto la lucha por la conservación de la naturaleza como por ahondar en el equilibrio y la igualdad social.
Quizá también tenga razón Julia López al defender a la izquierda de base al considerar que la gente joven no es uniforme ni está toda abducida por el pensamiento liberal y que en los barrios existe la unidad de acción entre jóvenes que se reivindican contra el sistema desde muy distintas perspectivas de izquierda. Pero Julia López no llega a determinar la responsabilidad que todas esas izquierdas plurales han tenido y tienen en el agravamiento de las desigualdades por parte del “capitalismo depredador y financiero”. Nos faltan propuestas realistas que permitan la praxis que preocupa a Isabel Alonso y a todos nosotros. Nosotros que al menos no nos encontramos en el espacio político de la derecha.
De acuerdo con ello, ahora debemos responder: ¿Sigue siendo necesario distinguir entre un posible gobierno de izquierda y uno de derecha en este país? o ya no es necesario. Es muy probable que tras el mal espectáculo de sectarismo y dogmatismo en el que se repiten históricamente las izquierdas, raíz de todos sus fracasos, en las próximas elecciones recuperen el gobierno de este país las derechas. ¿Será entonces útil distinguir entre un posible gobierno de izquierda y uno de derecha ¿